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El pene de ‘Juego de Tronos’

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Spoiler. Esa es la verdadera palabra de moda. Comentar cualquier cosa es ‘spoilear’. Enseñar la patita cuando nadie se lo espera. Ni salseo -mano a mano con el insoportable divineo-, ni sorpasso -¿cuándo ha llegado esto a formar parte del lenguaje rutinario?-. Nada puede con spoiler. Y no, no es eso lo que vengo yo a hacer aquí. ¡Dios me libre! En caso de que exista alguien arriba que nos tenga que librar de algo, claro. Esto de correr a comentar asuntos en redes sociales para evidenciar que nosotros sí estamos al día, no como esos pobres mortales que pierden el tiempo en cosas tan mundanas como tener su propia vida, se nos ha ido de las manos. Nos lanzamos al ‘name dropping’ salvaje, con la esperanza de que sean los demás los que tengan que googlear y no nosotros, que ya lo hicimos antes, sí, pero ahora ejercemos de expertos. Ay, los egos en el mundo virtual. Qué materia tan compleja y qué realidad tan cansina.

De acuerdo, de acuerdo, voy al grano, que me despisto y esto puede no tener fin. Soy de los que ha levantado la voz en innumerables ocasiones para azotar con mi látigo de la indiferencia a la todopoderosa ‘Juego de tronos’. Sí, esa serie que ha conseguido colarse en todos los hogares como si fuese interesante. Esa ficción manidísima con giros de guión inexplicables que tan solo busca que nos quedemos con la boca abierta en el sofá. Ese producto que funciona a las mil maravillas y que se sustenta con personajes ya icónicos -lo que hace Lena Headey con su cara es digno de Oscar-, pero que, a la vez, nos ofrece unos bodrios en forma de capítulos que no perdonaríamos a otras series. Esa, sí, ‘Juego de tronos’, ha conseguido lo que ninguna otra había podido hacer hasta ahora. Por fin un pene de forma totalmente gratuita en el mainstream. Aplausos, por favor.

Para los que no hayan visto la escena, se la describo de forma sucinta -pueden seguir leyendo, que nada de lo que aparecerá aquí tiene ninguna trascendencia para la trama ni desvela nada del argumento-. Termina una escena larga, la imagen se va a negro y vuelve con un primerísimo plano de un pene. Uno real, con sus testículos, su vello púbico, su mano agarrándolo y su todo. Dura unos segundos en pantalla y desaparece para que continúe la trama. No pertenece a ningún personaje del que conozcamos nada y no tiene ninguna implicación con lo que se está contando. Es, simplemente, un pene gratuito. La visión de unos genitales masculinos en la serie más exitosa de los últimos tiempos. Un sencillo gesto que pone patas arriba -perdón por el símil facilón- todo lo que teníamos aprendido sobre desnudos, hombres y público masivo.

No es el primer pene que aparece en la serie -aunque si lo comparamos con la cantidad de desnudos femeninos que hemos observado, la proporción es ridícula- pero sí el menos justificado de todos. La escena podría haber funcionado de la misma forma sin el primer plano. De hecho, aporta menos que María José Cantudo comiéndose una manzana desnuda delante del espejo en ‘La trastienda’, pero, claro, ¿qué sería de la película sin el integral de la Cantudo? Entiendan que imaginar la cara de estupor de los fans de las series, esos machitos -como diría Isa Calderón– que sacan a sus novias de paseo con la excusa de un lambrusquito fresquito, que se llaman ‘crack’ entre ellos, que creen que tienen un derecho inalienable a que alguien, quien sea, les practique una felación, contemplando un pene en su serie favorita, es un placer que muy pocas veces podremos experimentar. Qué gusto, por Dios, qué gusto.

La lectura, más allá de este regocijo propio, no es tan estupenda como podría pensarse de entrada. Que el pene no nos impida ver el bosque -juro que estos comentarios vienen solos-. Resulta inquietante observar como, en lugar de igualarnos por arriba, preferimos hacerlo por debajo. ¿Para qué replantear el uso que se hace de la imagen de mujeres desnudas cuando lo que podemos hacer es sacar también hombres desnudos? Este simbólico pene no es más que una huida hacia delante para mitigar el abuso de personajes femeninos sin ropa que nos encontramos en cada uno de sus capítulos. Piensen, sin ir más lejos, qué mujeres clave en la trama se han desnudado de forma íntegra y cuántos hombres han pasado por lo mismo -pondría ejemplos con nombre y apellidos pero no quiero yo spoilear nada-. Así nos las gastamos en la sociedad actual.

En lugar de frenar la sexualización de las mujeres, nos hemos lanzado a hacer lo mismo con los hombres. Es un paso -impensable hace pocos años-, sí, pero ojalá hubiese sido en otra dirección. Y, no se equivoquen, la visión de un pene siempre es gratificante -somos así de básicos, apelan a nuestra naturaleza-, pero que no nos den gato por liebre. Midamos las cosas con cabeza. No es éste el camino que deberíamos estar llevando. Es el más sencillo, sí, pero no el mejor. Luego, con el tiempo, vendrán los lamentos y nos tocará hacer lo que las mujeres llevan haciendo décadas -bueno, en una cota muy inferior, que los privilegios masculinos parece que siempre van a estar ahí-. Lo saben. Lo sabemos. Otra cosa es que lo queramos ver. Y ahora, corran a descargarse el capítulo para ver el pene. O cierren los ojos y rememórenlo si ya lo han visto. Ay, los penes, qué caprichosos.

Nada tiene que ver el de la foto de arriba con el pene. Se lo juro.



¿Por qué seguir?

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Jon Hamm as Don Draper - Mad Men _ Season 7B, Portraits - Photo Credit: Frank Ockenfels 3/AMC

Por qué seguir. Así se titulaba uno de los artículos que más recuerdo de la última época de ‘Nada importa‘. Sus razones para continuar viviendo. Mis motivos, claro, no eran los suyos. Tampoco lo pretendían. Cada uno resiste como puede, como quiere. Una bofetada en forma de texto para espabilarnos un poco, para que nos demos cuenta de lo que tenemos delante. No era la primera vez que me ocurría. Tampoco sería la última. Reconozco que lloré -qué cursi resulta escribir ‘se me escapó una lágrima’, pero qué real- con su homenaje en el día de la madre. “Lo vi, pero no dije nada; yo siempre te veo, mamá. Siempre”. Deseé poder escribir así. Tampoco fue la primera vez. Yo, que tiendo a la floritura, a las enumeraciones de tres elementos, al adorno literario, pensando que se puede decir más con menos, que puede que ese sea el camino. Tal vez no para mí. Sí para otros.

El domingo me encontraba tumbado al aire libre, con un libro descansando sobre mi estómago y las gafas de sol atrincheradas en la nariz, cuando, con el móvil en la mano, leí que ese tweet que nunca había pensado que leería. Se había acabado ‘Nada importa’. Corrí al navegador para comprobar lo que era evidente. Sí, después de once años, se había terminado. Como esa conversación que te pilla de improviso, como los ataques de melancolía que sufrimos todos los que hemos nacido en verano. Lo entendí, claro. ¿Qué tendrá que ver el hombre confuso que comenzó a escribir aquí hace cosa de diez años con el de ahora? Nada, en realidad. Entonces no tenía barba, sin ir más lejos. Para los huérfanos, ‘Nada importa’ seguirá existiendo, flotando en el tiempo, dejándonos la posibilidad de rememorar aquel texto que… o ese otro en el que leí que… En el fondo, es un consuelo.

Inmediatamente me vino la misma frase a la cabeza. ‘¿Por qué seguir?‘. ¿Qué hago yo aquí sentado escribiendo año tras año? ¿Qué sentido tiene mantener un blog en los tiempos que corren? No tuve necesidad de responderme. Sigo aquí porque me apetece. Muchas cosas han cambiado a lo largo de este tiempo, algunas esenciales, otras puede que no tanto. He querido empezar secciones que han durado un suspiro, he cambiado mi forma de escribir y también el universo que me rodea -me preocuparía no haberlo hecho, la verdad-. Pero en ningún momento he tenido tentaciones de dejarlo. Puede que llegue un día en que lo haga. Y no pasará nada. Simplemente terminará una época y comenzará otra. No creo que nadie lo lamente. No debería hacerlo, desde luego.

A Jesús Terrés, las manos detrás de ‘Nada importa’, le conozco de hace mucho. No en persona, claro. Le leo. Que, en muchos casos, es un ejercicio de exhibicionismo más profundo que desnudarse. Llevo once años -tal vez alguno menos- leyéndole. Le leí mucho antes de la explosión de las redes sociales y siempre pensé que no congeniaríamos nada. Admirar a alguien no significa nada más que eso. Entonces, nos cruzamos en twitter y vi que me había equivocado. El domingo pasado sentí el cierre de su blog como algo propio. Lamenté quedarme sin ‘Nada importa’ -él, claro, seguirá escribiendo-, pero más lamenté que otros se quedasen sin él. Pensé que el mundo sería un poco mejor si los adolescentes, esos que en algún momento serán adultos, dedicasen parte de su tiempo a leerlo. Una utopía existiendo el electrolatino. Lo sé.


Tienes nombre de bloguera

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El mainstream siempre llegando unos pasitos por detrás. Es su naturaleza. Adoptar las modas cuando éstas ya están más que caducas. Creer que se está en plena revolución cuando ya no se escuchan ni las consignas. Y, claro, a nosotros, los adalides de la modernidad, los avanzados a nuestro tiempo -o eso creemos-, nos encanta mirar por encima del hombro y sentenciar. ‘Eso es tan 2003’. Cada vez que leo algo así en redes sociales, pido al cielo que deje de hacerme sufrir de esta forma. Claro que su tuviese que entregar mi vida cada vez que un twittero ejerce su pretendida superioridad intelectual sobre los demás… Entonces, haría mucho tiempo que hubiese muerto. Y puestos a que alguien desaparezca, prefiero, sinceramente, que sean ellos. Ay, las maravillas del botón silenciar… Pero a lo que iba.

Ahora, cuando los blogs están más muertos que nunca -miren éste que tienen en la pantalla, por ejemplo-, explota la burbuja en el mundo mainstream. Cabeceras que han entendido que ofrecer un espacio virgen para que rostros populares -o no tanto- compartan sus inquietudes, su día a día o sus recomendaciones -bien pagadas en la mayoría de los casos-, es un reclamo magnífico para atraer a los fans sedientos de detalles -y a los curiosos dispuestos a desenvainar la espada-. No queda ningún medio que no apueste por sus bloguers estrella. Y hacen bien. Aunque tengan que sacrificar parte de su plantilla de redactores para dar una forma -y una gramática- aceptable a estos inventos del demonio.

No es que me interese demasiado el contenido de los blogs de celebrities. No, al menos, de los que tienen miedo a mojarse y prefieren flotar en la cómoda frivolidad -ojalá más famosos se atreviesen a hablar libremente sobre política, teatro o literatura, como hace Jorge Javier Vázquez en Lecturas-. Pero, ¿quién puede resistirse a dejarse seducir por sus sorprendentes nombres? Analizar los títulos de los blogs de famosos es uno de mis pasatiempos favoritos. Un guilty pleasure en toda regla. Y, claro, cuando escuché hace pocos días a Xisca Tangina -mi role model- anunciar un par de novedades blogueras en el espacio que regenta en el programa Wisteria Lane de RTVE, no pude resistirme más. Hoy les traigo 20, que no son pocos:

‘All about Eu’, de Eugenia Silva (Hola)
Si quieren triunfar en el mundo bloguer, póngale un nombre en inglés -así me va a mí-. Y tiren de referencia cinematográfica. Alguien pensó que ‘Eugenia al desnudo’ no se iba a entender. Aunque de visitas, lo hubiese petado.

‘Persiguiendo a Mar’, de Mar Flores (Hola)
Poner tu nombre a tu propio blog da el mismo reparo que ponerse un selfie de cabecera en twitter. Egocentrismo desmedido. Aunque peor es pensar que alguien tiene interés en ‘perseguir’ a Mar Flores.

‘About my world’, de Pilar Rubio (Hola)
¿Cuántos blogs debe haber en el mundo que se titulen ‘all about my world’? En el mundo famosil es tendencia jugar con el apellido de la famosa para titular su blog. ‘Rubio de bote’ hubiese sido mi apuesta en este caso.

‘Wonderwall’, de Cristina Pedroche (Hola)
Estoy tan saturado de Cristina Pedroche que incluso escribir su nombre me provoca bostezos. Nada más que añadir.

‘Entre costuras’, de Lourdes Montes (Hola)
Haberte reconvertido en diseñadora de moda y llamar a tu blog ‘Entre costuras’. Ojalá dar otra vuelta, acabar ejerciendo de cirujana y dejar el mismo nombre.

‘Las cosas mías’, de Fran Rivera (Hola)
Hasta el título del blog de Fran Rivera huele a naftalina. ‘Las cosas mías’, ya saben, toros, trajes chaqueta, ‘qué bellas flores son las mujeres’ y ‘qué arte tiene la jodía’. Puf.

‘Entre papillas y mascarillas’, de Alejandra Prat (Hola)
Cada vez que Alejandra Prat sube un nuevo post, corro a comentarlo con dos mentes preclaras a través de los DM de twitter. Es mi momento favorito del mes.

‘Mis noches y mis días’, de Juan Peña (Hola)
Si no saben de quién se trata, no pasa nada. El blog de Juan Peña debería llamarse ‘El cantante que les gusta a las Campos’.

‘If you keep the secret’, de Eugenia Ortiz (Woman)
‘Guárdame el secreto’ es un título que me gusta para un blog de celebrity. ‘If you keep the secret’ es una chorrada que me provoca repelús. Cosas que pasan.

‘Lo que Kira Miró’, de Kira Miró (Woman)
Si el juego de palabras entre el nombre de la actriz y el título de su blog les ha dado un poco de vergüencita, espérense al próximo…

‘Hola! Qué Hazas?’, de Marta Hazas (Woman)
Sí, esto es real como la vida misma. A partir de ahora pienso saludar siempre así. Por la calle, en el ascensor, en whatsapp, en la cola de Hacienda.

‘Tras la pista de Paula’, de Paula Echevarría (Elle)
Paula Echevarría tiene la culpa de que instagram sea lo que es. No te lo perdonaré jamas, Manuela Carmena, jamás.

‘Cuando nadie me ve’, de Sara Carbonero (Elle)
Tal vez debería reconocerle a Sara Carbonero que, al menos, no se ha decantado por el inglés. Otra cosa es que la canción me espante. Pero el problema debe ser mío.

‘The real life’, de Patricia Conde (Elle)
Si buscas ‘un nombre random para un blog’ en Google, espero que salga el de Patricia Conde. Podría haberlo hecho mejor. Mucho mejor.

‘Mummy mummy cool’, de Alba Carrillo (Telva)
La pereza que me da Alba Carillo seguro que afecta a mi percepción sobre su mundo. ‘¿Y si le ponemos un nombre chachi? No sé, tipo ‘Mummy cool’. Es cuqui, ¿verdad?’.

‘Elsa Pataky Confidential’, de Elsa Pataky (Glamour)
Que se note que Elsa viene de Hollywood. Si alguien me asegura que lo que quería era hacer un homenaje velado a ‘L.A. Confidential’ igual hasta se lo perdono.

‘My notebook by Ariadne Artiles’, de Ariadne Artiles (Glamour)
Poner tu nombre completo en el título del blog. No hacía falta. No repitamos tanto.

‘Mi pequeño del alma’, de Isa Pantoja (Lecturas)
De haber sido Chabelita, yo hubiese optado por un ‘La leña arde’. Aunque tratándose de cosas de maternidad, lo de ‘Mi pequeño del alma’ pega más.

‘Dando el cante’, de Toño Sanchís (Lecturas)
Lo que tendría que hacer Toño Sanchís es desnudarse ya y dejarse de blogs. O hacer las dos cosas, pero primero desnudarse. El público tiene ganas. Se nota en el ambiente.

‘Lo que me sale del bolo’, Mercedes Milá (Telecinco)
No ha habido nombre más punk en el mundo bloguer patrio. Solo se le podría haber ocurrido a la Milá. Lástima que no actualice desde hace siglos.

Sí, es Terelu.


Huérfano de lecturas

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No he podido terminar la última novela de Spanbauer. Se me ha atragantado. Como ese trozo de carne que te da pena dejar de masticar pero que ya ha perdido todo resquicio de sabor. Y no crean, no tengo muy claro como lidiar con este sentimiento de derrota. Yo quería que me gustase, pero él… Él estaba a otros asuntos. Reconozco que algunos resquicios del tema me repelían -las manías de cada uno-, pero la historia podía ser una de esas que pesan sobre las manos, que dejan una sensación de vacío cuando cierras la última página. Una narrativa compleja, repleta de repeticiones, con saltos, con requiebros, vamos, lo que todo lector avispado está deseando encontrar. Pero no entré. Lo intenté. No lo conseguí. Tal vez no era el momento -no hay que forzar las evidencias-. Tal vez venía de lecturas que me había encantado y ésta no llegó a cumplir mis esperanzas. No pasa nada. ¡Será por libros! Pero, claro, ahí me tienen, mordisqueándome los dedos ante la imposibilidad de escalar el muro. Joder, yo que me consideraba entrenado…

Ahora, claro, me siento huérfano de lecturas. He caído en uno de esos bestseller que, de vez en cuando, me gusta llevarme a la boca -ninguna expresión tan horrible como ésta-. ¿Acaso debemos darle la espalda al mainstream por ser eso, puro mainstream? Picotear de cada esquina es un placer tan grande como masturbarse una calurosa tarde de verano mientras la brisa -y los sonidos- se cuelan a través de la ventana. Lástima que, a veces, el proceso sea más placentero que la culminación. Lástima que, a veces, se te escape la corrida a deshora y no amortices el tiempo que llevas dedicándote. Con la literatura ocurre lo mismo. ¿Ven? Las horas de sueño que me faltan por culpa de terminar y comenzar textos acaban pasándome factura. Símiles con sexo. Pensaré que, en lugar de una debilidad, es un paso más hacia la carrera de columnista. Nótese el ‘joder’ de antes. Si es que reúno todos los requisitos. Tan solo falta que alguien me descubra.

Deben creer ustedes, en su infinita y bondadosa ignorancia, que la tarea de escribir es algo gratificante. Un esfuerzo mental para domar las palabras y conseguir que lo difícil parezca fácil. No hay nada como mitificar las cosas. Deberían ver las pintas de cualquiera que trabaje desde su casa delante de una pantalla de ordenador. Deberían ver también su cuenta corriente. Lo peor es que los mismos que aporrean las teclas han decidido también considerarse semideidades, héroes mitológicos de los que depende el buen funcionamiento del mundo. Romanticismo laboral. Desconfíen de aquellos que pasen más tiempo analizando las consecuencias de su trabajo que trabajando. De ellos será el reino de los egos. Pasen menos tiempo señalando lo que otros hacen mal y échense un vistazo a sus propias existencias. Igual se sorprenden. Yo, desde luego, lo hago a menudo. Así me va. No debería darles consejos de nada.

Leía, hace poco -no sé cuando, no sé donde-, que los periodistas escriben, en primer lugar, para los otros periodistas. Luego ya vienen los lectores anónimos. Los que tenemos un blog lo hacemos directamente para nosotros mismos. Una autofelación en toda regla. ¿Otra vez los símiles sexuales? Miren, mejor me voy, que esto no puede ser.

En las imágenes, Siegbert por Sam Scott Schiavo.


Domingo por la tarde

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Tiendo a sobrerreaccionar. A no contener mis sentimientos cuando algo se me escapa de las manos. Debe ser eso que llaman naturaleza humana. Sufro por nimiedades sin sentido, que, para mí, claro, no lo son. Trato de contenerme todo lo que puedo. Trato de mantener el equilibrio para que los que me rodean también lo hagan. A veces me creo fuerte. Me creo. Luego compruebo que no lo soy tanto. Más tarde vuelvo a confiar en mí mismo y así paso los días. Leo entonces las verdaderas tragedias que ocurren en el mundo, me detengo a comprender los trances por los que pasa la gente que quiero y compruebo que lo mío, en realidad, no es más que una tontería. Mi tontería. Esa que consigue sacarme de mis casillas durante varias horas, pero una tontería al fin y al cabo. No acaba aquí el mundo. No desde luego por estos flecos. Ojalá tener esa capacidad de desconexión que tanto admiro. Ojalá poder desenchufarme unos segundos y volver a la realidad como si nada hubiese pasado. Androidismo recurrente. Muchos, los que pasen por aquí, no entenderán a qué me estoy refiriendo. No pasa nada. No es mi intención. Aprovechen el domingo por la tarde. Las horas más tristes de la semana. Eso dicen. Eso.


La vergüenza

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Hacía tanto tiempo que no pasaba por aquí que temía haber olvidado la contraseña. Menos mal que google todo lo sabe y me ayuda en este maremágnum de claves y usuarios que se me escapa de las manos -ojalá tener esa constancia tan organizativa de apuntármelo todo-. Pero aquí estoy, con tantos pensamientos en mi cabeza que me cuesta saber hacia donde voy a terminar escorando. Ya lo he explicado en multitud de ocasiones, pero como sé que los confusers son agradecidos, lo repito. Nunca planeo qué voy a escribir ni cómo lo voy a hacer. Me pongo los cascos, le doy al aleatorio y abro el editor de post. ¡Qué sea lo que la señora del espacio quiera! Y así me va. De haber seguido algún tipo de patrón, podría estar sentado en un plató de televisión ingresando varios miles de euros al mes. En su lugar, aquí me tienen, sudando la gota gorda en eso que los ilusos llaman verano y los sensatos, infierno. Un drama que me persigue cada año. Ayúdenme, joder.

Podría contarles que, hace pocas semanas, estuve pasando unos días fresquitos y estupendos en Asturias. Sí, en caso de estar actualizando instagram, tendría que decir que lo mío es más ir a Nueva York en temporada baja, que pagas una miseria por los billetes y siempre tienes un amigo viviendo en los límites de Manhattan para que te aloje. Ya saben, eso que escribió ese escritor instalado en sitios cosmopolitas en esa revista dedicada al goce y disfrute -no me tiren de la lengua, que no voy a caer-. Podría pero no. Con la maleta repleta de libros y una mala elección de ropa veraniega, cogí rumbo al norte y me deje acariciar por las bondades del clima asturiano y comí hasta querer morir, resucitar, vomitar y seguir comiendo. No hice ninguna de esas cosas, no se preocupen. Vomitar en casa ajena tan solo debe estar permitido cuando se ha abusado del alcohol. Y vomitar alcohol, al precio que corre, es una desfachatez. Allí me dediqué a recorrer mundo en un destartalado coche, a convivir y acariciar perros y mirar de reojo la cuenta corriente. Maldito dinero.

Pero, claro, la ilusión siempre dura poco. Tras encontrarme, de sopetón, con Diana Aller por la calle y gritarle su nombre cual persona desequilibrada -rumbo al Caribe estaba la tía-, volví a la realidad. A esta gris rutina que hace que la parte más alocada del cerebro se tranquilice y la naturaleza humana salga en todo su esplendor. Las costumbres y el entorno controlado son lo que da sentido a la vida. Nos empeñamos en no querer verlo, pero sabemos que es así. Nos lo han dicho por activa y pasiva. Nos lo han inculcado a golpes y todavía nos cuesta entenderlo. Al menos, a unos pocos. ‘¿Quién quiere una existencia moderada?’, me preguntaba hace unos días en alguna red social. ¿Quién quiere que su vida, esa que nos recuerda cada pocos minutos que puede terminarse en el momento menos pensado, sea un paseo tibio, un si es no es, una media tinta que no ofende a nadie? Me indigna que alguien sea capaz de decirnos que pasar de puntillas es lo mejor que podemos hacer. Bueno, me entristece, más que me indigna. Nos empujan a estar tranquilitos, a que pensemos poco y dejemos las cosas importantes para los demás. Si, total, con sobrevivir ya tenemos suficiente. Qué desasosiego, por favor.

Observaba anoche como los puñales volaban en esos rings de combate que se han convertido los entornos virtuales. Igualar por abajo siempre es tendencia en España. No es que queramos ir a mejor, es que lo importante es que todos estemos igual de mal. Mi opción será una mierda, pero la tuya lo es más. En ningún momento nos miramos -dejen que utilice esta primera persona del plural para englobarnos a todos- a nosotros mismos. Preferimos echar un poco de basura al de al lado, que aquí hemos venido a vomitar. Si no quiere resbalar en la bilis, no haber venido. Me he despertado esta mañana con una gran sensación de derrotismo. El mensaje que los ciudadanos han lanzado con las últimas elecciones está muy claro. La veda está abierta. Haced lo que queráis, poco nos importa. Disimulamos ante el desenmascaramiento público y aseguramos votar a opciones que consideramos aceptables, cuando la realidad va por un camino muy distinto. La vergüenza nos hace actuar así. Sabemos que lo que pensamos está mal y que nos juzgarán por ello. Pero, claro, cuando nadie nos ve… Ahí dejamos salir la peor cada de cada uno.

Me entristece comprobar como el ‘aquí no pasa nada’ se ha instalado como motor de la sociedad. Como el odio es más fuerte que los derechos. Como la cultura del dinero es lo que hace que la gente se movilice. Como importa poco o nada que las mujeres sigan siendo ciudadanas de segunda y las minorías sangren apaleadas cada fin de semana. Como el saqueo público es deporte nacional y lo animamos como si fuese la selección. Como caemos en las trampas de los medios y pensamos, encima, que ha sido idea nuestra. Como negamos la realidad individual porque así se nos ha indicado que debemos hacerlo. Como nos quejamos en el portal y repetimos en las urnas. Como pasamos más tiempo enfrentándonos con quien deberíamos poder entendernos que luchando contra aquel que realmente nos está engañando. Como el derrotismo es religión. Como la resignación es tendencia.

Escucho el lamento de quién se cuestiona que qué más tiene que pasar para la gente se dé cuenta. El planteamiento es erróneo. La cuestión es qué más tiene que ocurrir para que nosotros, los incrédulos, nos demos cuenta de la realidad. Al final, acabaremos cayendo. Y nos contentaremos con las migajas que nos queden. Y seremos felices y moderados, digo, neutros. Bienaventurados los tranquilos, de ellos será la pasividad de los tiempos.

Bienaventurados también los que me ayuden a encontrar al fotógrafo de la imagen…


Por qué sigo escribiendo

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Yo lo que quiero es escribir‘. No sé cuántas veces llegué a pronunciarlo durante aquellos meses en los que la vida profesional no era más que un abismo a mis pies. Lo hice en voz alta y mentalmente. Tal vez quería convencerme de algo que no tenía muy claro si iba a ocurrir. Pasaba los días preguntándome qué iba a hacer a partir de ese momento, cómo iba a conseguir revitalizar una cuenta corriente que no hacía más que desaparecer. ‘Yo solo sé escribir. Es lo que llevo haciendo toda la vida’. Me mentía. No en la primera parte -sigo pensando que no sé hacer nada más-, pero sí en la segunda. No soy de esos que presumen de haber tenido clara su vocación desde niño. Yo escribía, sí, pero como hacía otras cosas. Ya tenía bastante con ir sobreviviendo al día a día como para pensar en el futuro. Claro que estos detalles quedan muy bien en una biografía. Debería tenerlo en cuenta para cuando me ponga a escribir la mía. Si es que lo que necesita el universo es un libro más, claro.

Hace cosa de dos años acudí a la llamada de Luis Pliego, director de Lecturas. Me senté con él en un restaurante cercano a la redacción y me preguntó: ‘¿Y usted qué quiere hacer?’. A lo que respondí: ‘Yo quiero escribir’. Llevaba un año haciéndolo como oficio. Todavía no lo había asumido. Desde entonces no lo he vuelto a pronunciar. Es lo que hago cada día, mañana, tarde y noche. Tecleo sin parar y me gano la vida con ello. Tanto he tecleado que mi cuerpo llegó un momento que pido un poco de descanso. Le hice caso y frené. Ahora he vuelto a incumplir sus mandatos, aunque con un poco más de raciocinio -qué horror de palabra, por cierto-. Soy de poco valorar mis gestas, de poco alegrarme, de pensar que lo que yo hago puede hacerlo cualquiera. Y es verdad, cualquiera puede. Usted mismo que está leyendo esto. Basta con sentar sus preciosas posaderas en una silla y comenzar a teclear. Unos días más rápido, otros más lento, unos más inspirado, otros con menos gracia. Es un trabajo como otro cualquiera. No estoy cambiando el mundo. Tampoco lo pretendo.

Aun así, cuando termino de mandar todo lo que tengo pendiente cada día, continúo escribiendo. Lo hago aquí, por ejemplo. Vengo a este espacio que regento yo mismo y pongo lo que me apetece. Sin pensar en temas, sin pensar en clicks. ¡Qué placer! ¡Qué gusto! Y eso que reconozco que mi situación laboral es más que privilegiada, a juzgar por lo que me cuentan otros semejantes. Me siento bien tratado, considerado y valorado en todos aquellos medios donde colaboro. Rico no, claro, ¿pero quién pretende ganar dinero cuando se dedica a algo tan antiguo como la escritura? Para eso hay muchos otros caminos. Querer hacerlo de esta manera es propio de insensatos. Uno escribe porque le apetece. Porque no se detiene a pensar si lo hace bien o mal. Porque algo, lo que sea, le empuja a ello. Pero no por dinero. Otra cosa es que el destino le recompense con un puñado de euros. El destino es así de caprichoso. Y de ruin.

Sigo pensando que, de estar en otro contexto, alguien valoraría el imposible de llevar diez años escribiendo en esta ventana virtual. Imposible en los tiempos que corren, donde cada segundo es viejo, donde nada perdura más allá del scroll. Leo, escucho, que el auge de las redes sociales en detrimento del ya extinto boom de los blogs se debe a la necesidad de reacción por parte de los posibles interlocutores. ¿De verdad alguien necesita la aprobación ajena para escribir lo que le place? Hemos dejado morir la paciencia y la constancia y ahora ya no sabemos a quién echarle las culpas. Dejen de buscar repercusión, dejen de creer que la fama llamará a su puerta -aunque sea para darse el gusto de no atender el requerimiento-. Eligen un mal camino. Ya se han dado cuenta, ¿verdad? Pues actúen en consecuencia. O bueno, no. Hagan lo que quieran. Qué pereza esto de aconsejar, por favor. Y más con este calor…


Se busca Lector Nudista

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Verano. Ola de calor. Alerta en más de una provincia por altas temperaturas. Y aun así, mi buzón de ‘Lectores nudistas‘ sigue acumulando bolas de pelusa. ¿Pero qué demonios está pasando? A punto de comenzar a perder la fe en la humanidad me encuentro. ¿Dónde están todos esos instagramers con ganas de enseñar carne a la mínima de cambio? ¿Dónde han quedado los twitteros que aprovechan cualquier excusa para colocar una fotografía sin camiseta en su avatar? ¿Acaso ha muerto el sexappeal y yo no me he enterado? Cada vez que intento convencer a alguien para que se anime a hacerse un par de instantáneas bonitas y responda a un sencillo cuestionario sobre nudismo me encuentro con la misma excusa. ‘Ahora cuando pierda un par de kilos’. ‘Ahora cuando me apunte al gimnasio’. Como si el interés de todo esto -y de todos nosotros- fuesen los abdominales. Ay, ¡cuándo aprenderemos que hay vida mucho más allá! ¡Cuándo entenderemos que los estereotipos son el veneno de nuestro tiempo!

Así que, aquí me tienen, realizando un llamamiento público, una petición al aire, un último cartucho en la recámara. ¿A quién puede no apetecerle convertirse en chico Confuso y lucir pierna, torso, culo, lo que quiera, como si de una estrella se tratase? El asunto no puede ser más sencillo. Una fotografía -o dos, o tres- bien bonitas -¡bien bonitas!- en actitud nudista, mostrando todo aquello que el implicado quiera mostrar. Los límites los pone cada uno. Sería deseable, claro, la mano de un fotógrafo profesional, pero viendo el arte instagramer del que todo el mundo presume, tampoco es un escollo difícil de salvar. Y una vez decididas las imágenes, no hay más que responder a un cuestionario divertido, fresco y un poco picante. ¡Si es que se pierde más tiempo buscando un ligue por mensaje directo! Ya no sé qué más debo hacer para convencerles.

Hagan como Alejandro, Eduardo, Jose, The Thin White Duke o Flanagan McPhee y déjense seducir por la experiencia confusa. Como diría cualquiera que tenga un título de community manager en su currículum, no se arrepentirán. O bueno, sí, pero a lo hecho, pecho. Venga, corran, que el tiempo pasa. Despacito.



Lectores Nudistas: Teseo

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Girasol 2

Girasol 1

¡Por fin! Tras una espera que se nos ha hecho eterna -a mí el primero, lo reconozco-, vuelve a la carga la sección estrella de este blog: ‘Lectores nudistas‘. Un pequeño remanso de paz entre tanta actividad frenética donde quitarse la ropa, relajarse y dejar que el tiempo y la brisa acaricien nuestras partes más sensibles. Ha costado encontrar nuevos participantes. Mucho. Demasiado. Algo totalmente inesperado en esta época donde, día tras día, se acumulan los usuarios de instagram dispuestos a mostrar su lado más sexy a través de su perfil. Será que aquí consideran que no van a encontrar candidatos adecuados para futuros encuentros sexuales. ¿Y si instauro ya mi propia agencia matrimonial? Igual esa es la herramienta que necesito. Sea como fuere, ya les advierto que la sección ha cogido carrerilla y que en las próximas semanas va a haber mucho nudismo en este blog. Comenzamos con Teseo, un instagramer (click) que vive el nudismo como modo de vida. Y, chico, ¡bien que hace!

¿Practicas nudismo regularmente?
La verdad es que sí, aunque mucho menos de lo que me gustaría… Yo es que, si me lo dicen o me lo permiten, me quito rápido la ropa (risas). Además, no soy nada friolero, por lo que suelo practicar nudismo en buena parte del año.

¿Cuáles son tus sitios favoritos para hacerlo?
Cualquier sitio es bueno: en casa, en el jardín, en la piscina de algún amigo o familiar de confianza, y las playas. Cuando era pequeño a mis padres nunca le gustaba ir de veraneo a zonas de costa, pero a los 17 años empecé a visitar playas naturistas con algunos amigos en Málaga, y a partir de ahí siempre que voy de a la playa intento que en ésta se pueda practicar el nudismo. Me parece precioso ver familias enteras practicándolo, desde los niños a la abuela, lo veo muy sano. Mis playa favoritas son las Calas de Roche y la Barrosa, ambas en Cádiz.

¿Vivirías en una comuna nudista?
Mmmh, en una comuna creo que no, pero no te miento si te digo que fantaseo mucho con la idea de vivir en una sociedad nudista, sin necesidad de tapar nada. Cero tensiones y sin miedo al cuerpo.

¿Crees que son incompatibles el nudismo y las redes sociales?
Por ahora sí, pero existen muchísimos tabúes y veo en ello una gran hipocresía. Cada día se suben a las redes sociales cientos de selfies e imágenes de lo que pretendemos dar a entender que somos, y nada de ello se censura. Me parece estupendo. Sin embargo, sí que se censura el nudismo. Y lo peor no es que sean las empresas mismas las que censuren esos contenidos, sino que haya usuarios que se ofendan con un desnudo artístico. Creo que queda mucho trabajo en este tema.

¿Es lo mismo nudismo que exhibicionismo?
Para nada. El nudismo es simplemente estar desnudo con uno mismo, y el exhibicionismo implicaría la existencia de un observador y nuestro deseo de mostrarnos desnudos frente a él.

Cuando estás en un entorno nudista, ¿miras a los demás?
Claro que sí, ¡faltaría más! La curiosidad es innata del ser humano y es sana. Yo, de hecho, siento una gran curiosidad por ver otras anatomías, tonos de piel, marcas de bañador, patrones de vello, y como no, qué proporción guarda el pito respecto al resto del cuerpo.

¿Has mantenido algún encuentro sexual promovido por el nudismo?
En espacios abiertos no, de momento, aunque supongo que no lo descarto en un futuro. Sería otra experiencia más… ¡Aunque no sabría muy bien cómo actuar! (risas).

¿Quién te gustaría que participará en esta sección ‘lectores nudistas’?
Pues se me ocurren muchos posibles candidatos, pero sobre todo me gustaría que participasen todos aquellos que tienen ciertos prejuicios o vergüenza, para normalizar una cosa tan bonita como es el nudismo. Y bueno, como Quim Gutiérrez ya salió en bolas en un número de la Cuore y tal, puestos a pedir… Me gustaría que participase mi querido Víctor Algora, para mí un verdadero sex symbol.


Treinta y cuatro

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Joder. Sí, treinta y cuatro. Les parecerá mucho, les parecerá poco, dependiendo de la perspectiva de cada uno, pero para mí es una eternidad. El devenir del tiempo me ha tomado la delantera y yo, la verdad, no estaba preparado. Sigo pensando que tengo muchos menos. Tantos como cuando miraba a la lejanía ese cambio de década que iba a proporcionarme la madurez que la sociedad decía que necesitaba. No lo obtuve entonces. Sigo sin tenerlo ahora. Me sorprendo soltando un pequeño suspiro cuando descubro que alguien triunfante cuenta con varios años menos que yo. Miro al vacío desde esta silla en la que escribo y me pregunto en qué demonios he estado perdiendo el tiempo. Noto la vulnerabilidad de la naturaleza humana y pienso que eso debe ser el signo de envejecer. Sí, he escrito envejecer con treinta y cuatro, ¿qué pasa? ¿Acaso uno no puede lamentarse por lo que le toca de cerca?

Vivimos una era de buenismo y pusilanimidad. Todo debemos ponerlo en contexto para que nadie salte a nuestra yugular. Le damos consistencia de verdad absoluta a lo que no deja de ser una opinión particular. ¿Y si tiene razón? ¿Y si debería cambiar toda mi existencia por lo que considera un único ser vivo? Así funcionamos. Así se nos obliga a funcionar. Y lo aceptamos de buena gana. Total, ¿quién tiene tiempo de pensar nada cuando hay tantos Pokémon corriendo por la calle? Joder, los Pokémon. Gracias  a quien corresponda por haber reinventado el concepto del ‘naked selfie’. Gente que pasa horas con la polla al aire esperando que un bichito virtual aparezca sobre ella para capturar la pantalla. Esto era la evolución y no lo hemos visto venir. Solo por eso merece la pena haber llegado hasta aquí.

Tras un día frenético, repleto de mensajes virtuales y personales, lleno de respuestas a cada uno de ellos -hay que ser agradecido con quien se toma la molestia-, me ha dado por hacer un poco de balance. Tampoco debería ser tan duro conmigo mismo. He conseguido sobrellevar un giro vital radical con cierta dignidad y algo de éxito. He terminado haciendo un modo de vida de lo que en un momento fue una aspiración. Escribo constantemente y consigo automantenerme tan solo con eso. Una utopía en los tiempos que corren, en el país que corre. He acumulado un buen puñado de amigos a través de estas tan denostadas hoy en día redes sociales. Personas que siento muy cercanas, que se alegran conmigo, que se entristecen de la misma forma. Sin importar kilómetros. Sin importar plataformas. Disfruto de una existencia relajada, tranquila, placentera. Me enfado por nimiedades y se me pasa al minuto. Siento mariposas en el estómago y cosquillas en la entrepierna. ¿Qué más se puede pedir?

Vivo instalado en el lamento propio de los treintañeros. De todo encuentro un recoveco oscuro, una excusa para soltar una lagrimita nostálgica, pese a que, en realidad, no tenga ningún interés en volver al pasado. El espejo me devuelve el reflejo de lo que seré, mucho más de lo que ya he sido. Y me gusta pero no me gusta. Es la actitud que cualquiera que haya entrado en los treinta tiene de la vida. Nada parece tan bueno como antes aunque, posiblemente, sea mucho mejor. Pensamos que hemos dado carpetazo a la dorada juventud porque la sociedad nos ha dicho que así debe ser. Pobre, no sabe de lo que somos capaces. Hemos mitificado el paraíso de los veinte. La ilusión era entonces más intensa, los miedos más eléctricos, las erecciones más duraderas. No queremos ver que, en realidad, no era así. Otra cosa es que lo sintiéramos, pero, ¿y qué más da? Siempre nos ha gustado quejarnos y el paso del tiempo nos da la mejor de las excusas. Ay.

Nadamos en un caldo de cultivo social tremendamente propicio para nuestra queja constante. Vivimos una existencia privilegiada y pensamos que la de nuestros predecesores fue mejor. Alguien se atreve incluso a escribirlo -en revistas de tirada nacional- y le llueven los aplausos. No necesitamos más héroes de iPhone 6. No se dejen engañar tanto por quien les lame los pezones. ‘Oh, ha escrito justo lo que pienso, qué genio, qué maestro’. ¡Venga, va! Así es como aupamos a los cielos a modelos que no lo merecen. Es nuestra responsabilidad pararlo. Es lo único que le pido a la segunda mitad de 2016. Bueno, y que Ruth Uve vuelva a cantar. Y que los planetas se alineen para que me anime a cerrar los proyectos que tengo abiertos. Puede ser mucho, pero en realidad es poco. Se lo prometo. Con la mano en el paquete.


13 cosas que me interesan menos que cero

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‘¿Por qué trece? ¿Por qué no setenta y siete?’. Cada vez que alguien realiza una enumeración aparece otra persona dispuesta a cuestionar la elección. Deberíamos entender que el número no es más que algo aleatorio. Depende del tiempo, del ingenio, de las ganas. Como todo en la vida. Podría haber extendido este post hasta el infinito. Podría haber hablado de los que se quejan de sus agujetas, de los que devoran series para evidenciar que lo han hecho, de los que no consiguen entender que su tiempo ha pasado o de los que no quieren comprender que el suyo nunca llegó. Pero miren, trece es un número precioso. Ese es mi motivo de hoy. Y éstas son algunas de las cosas que me interesan menos que cero. Cada cual tiene las suyas. Seguramente yo esté en otras listas. Me parece bien. No hemos venido a gustarle a todo el mundo. Pero tengan en cuenta que el ‘haterismo’ está a la vuelta de la esquina. No caigan. Es tan fácil…

1. Cazar Pokémon. Ni tengo tanta paciencia, ni, desde luego, tanta batería en el teléfono como para invertir esa cantidad tremenda de tiempo. ¿Para qué arriesgarse a morir atropellado por capturar unos bichitos virtuales cuando podrían estar leyendo un libro? O viendo una serie. O masturbándose. Todo me parecen opciones mucho más interesantes.

2. ‘OT el reencuentro’. O mejor dicho, la forma en la que parece que va a ofrecerse este reencuentro. Quince años después, unos participantes de un programa de televisión deciden volver a colaborar juntos y lo hacen dando un concierto -donde cantarán, supongo, las versiones que hacían en el programa- y un documental. Justo lo que necesitábamos.

3. Jorge Cremades. No he visto más allá de dos minutos de sus vídeos. No he leído nunca más allá de dos frases suyas. Pero con todo eso, me repugna hasta límites insospechados. Disfrazar el machismo y la homofobia bajo esa apariencia de tío ingenioso, de máquina, de crack, de jefazo. Mira, no, por ahí no paso. Mal quien le da cancha. Peor él.

4. El verano. Sudores, noches sin dormir, picaduras de mosquitos, terrazas a precios de oro, atascos en la carreteras, horas interminables de sopor, prisas vacacionales, trabajo a deshora. ¿A quién puede gustarle el verano? A los que se tumban en la playa a no hacer nada, claro. Más allá, pura utopía.

5. Cualquier tipo de festival. Si quieren acabar conmigo, llévenme a una de estas aglomeraciones de gente desenfrenada y déjenme allí hasta que la marabunta haga su trabajo. Algo que no necesito para mi vida y que ustedes deberían empezar a desechar. Y eso por no hablar de los que frecuentan más de cuatro cada año. Un poco de contención, señores.

6. Snapchat. No lo entiendo ni me apetece entenderlo. La saturación de selfies con orejas de perro y ojos descomunales es más que suficiente para hacerme comprender que no es lo mío. El diablo funciona con métodos sibilinos. Nada como un mecanismo más para acrecentar el egocentrismo.

7. Los gimnasios. Cuando España recupere la palabra ‘gimnasio’ y deje de referirse a ello como ‘gym’, recuperaremos también parte de esa dignidad que ya damos por perdida.

8. Los justicieros virtuales. Hay ciertas normas de corrección y comportamiento que deberíamos comenzar a interiorizar. Si alguien escribe algo en una red social, hablando de cualquier persona, pero obvia la cita a su nombre, sus motivos tendrá. Nos podrá parecer bien o mal, pero no es necesario que vayamos corriendo a citar al susodicho. Resolvamos nuestras polémicas a nuestra manera. Dejemos las de los demás.

9. La demonización de la lorza. A la señora del espacio rogando y con el mazo dando. Que cada uno haga lo que le apetezca con su cuerpo. Que sea feliz, que disfrute y que se sienta bien. Todo lo demás, sobra. Aplíquenselo. Y entiendan que lo que a uno le apetece atractivo, a otro puede que no. Es tan sencillo como eso. Qué pesadez, por favor.

10. Los líderes de opinión. Encumbramos a cualquiera al cielo de los opinadores. Obviamos que, en la mayoría de los casos, no es más que un requiebro para que el mundo hable de uno mismo y no del mensaje. Téngalo en cuenta cuando se dediquen a compartir enlaces a lo loco. Nos ahorraremos la lectura de muchas chorradas si guardan un mínimo de atención.

11. Los penes enormes. Todo el mundo tiene uno. Todo el mundo ha estado con uno. Será que las encuestas mienten, que las estadísticas se equivocan. Pasan los años y seguimos obsesionados con el tamaño del miembro viril. Nadie reconoce tener un pene de menos de veinte centímetros. Nadie folla con hombres que tienen un pene menor de veinte centímetros. No pasa nada, de verdad. El mundo no termina aquí.

12. El mrwonderfulismo. No, la vida no es maravillosa si sonríes por las mañanas. Siguiente.

13. Alba Carrillo. Ojalá una villana por fin en la crónica social española. Ojalá alguien con la maldad suficiente para alegrarnos el verano. Lástima que esto parece más lejos que nunca. Ni ahí conseguimos coger carrerilla. Ay, España, quién te ha visto…


Lectores nudistas: The accidental nudist

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The accidental nudist

Hoy el ‘Lectores nudistas’ viene fuerte. Tímido pero fuerte. Nunca nadie de los que han pasado por esta sección ha evidenciado mejor las consecuencias de la lectura. ‘Leer es sexy’, ya lo saben. Aprovechen los calores del verano para entregarse a los placeres literarios y dejen que la orgánica fluya como le apetezca. Háganlo en público y en privado. Háganlo en la playa o en la terraza. Deleiten a los vecinos y deléitense a ustedes mismos. No encontrarán mayor satisfacción. Bueno, igual cazar ese Pokémon que nadie encuentra, pero poco más. Hoy les presento a The Accidental Nudist, un maravilloso vecino del universo confuso que prefiere guardar cierto anonimato, aunque solo de cuello hacia arriba. El resto, claro, puro nudismo. Deberían tomar su ejemplo. Y venir aquí a contarlo, claro. Disfruten, queridos y queridas.

¿Practicas nudismo regularmente?
Intento hacerlo regularmente, pero esto es como un se siente. Para mí es liberador hacerlo, pero no es una religión, ni un dogma, que supongo que es lo que pretende el nudismo. Liberar, digo, no ser una religión o un dogma. Si te sirve, las mayoría de las veces que voy a la playa, voy a una playa nudista antes que a una textil, y sin embargo, este año la he pisado poco, poco, poco.

¿Cuáles son tus sitios favoritos para hacerlo?
La playa, principalmente. Cuando veraneo con mis padres -que no en es la playa-, me suelo bañar desnudo, así que la piscina también. Aunque ahora tenemos a las chicas más jóvenes de la familia en plena etapa “de pudor”, así que por no oírlas a ellas -que sus padres son iguales de liberales que yo con el desnudo- me pongo el bañador. Pero me baño menos también, eso sí.

¿Vivirías en una comuna nudista?
Sí, si pudiera hacerlo, sí. Conozco urbanizaciones nudistas -no es exactamente lo mismo- y la gente en general me parece muy respetuosa y de buen rollo. Pero al lado de la playa, eso sí. Todavía no le he visto la gracia a estar desnudo en medio del monte…

¿Crees que son incompatibles el nudismo y las redes sociales?
No deberían serlo. Hay un poco de hipocresía también en esa actitud. Hay comportamientos más impúdicos que el nudismo en las redes sociales y sin embargo no se censuran, generalmente, porque están formadas por palabras y no por imágenes. Nos puede lo visual, entiendo. Y el aparentar. El nudismo enseña -a mí me ha enseñado por lo menos- que tu cuerpo es tu cuerpo y mejorarlo -más por salud que por aspecto físico, claro, pero ¿a quién no le gustan unas carnes firmes y perfectas? ¿eh?- es una manera de superarte, pero tienes que aceptar lo que tienes. Aceptar no es conformarte, sino aceptar la realidad como punto de partida. Eres así. Resulta ridículo estar acomplejado de tu cuerpo cuando ves a una señora alemana (o francesa, o sueca, o española) pasearse con los efectos de la edad sin ningún problema, mientras tú te crees que por estar gordo -como yo estaba al empezar al practicar nudismo- todo el mundo te mira y se ríe de ti.

¿Es lo mismo nudismo que exhibicionismo?
No, no es lo mismo. Y ni siquiera para el exhibicionismo es necesaria la desnudez. Creo que incluso es contraproducente. Para el exhibicionismo es necesaria la mirada del otro -del que se escandaliza, del que se sorprende, del que se excita- y el acto volitivo de buscar esa mirada con esa intención. Los textiles generalmente asumen que si te desnudas, y sobre todo si lo haces fuera de los espacios marcados para el nudismo, esa es la intención, pero no es exactamente así. Yo me puedo desnudar porque quiero quitarme la ropa, o porque lo considero una filosofía de vida, pero no estar buscando esa mirada con esa intención. Aunque no pueda evitar que otros me atribuyan esa intención, de ahí que el nudismo se confunda con exhibicionismo.

Cuando estás en un entorno nudista, ¿miras a los demás?
Sí, claro. Ver, admirar no sólo un buen cuerpo, sino lo que esa persona quiere decir con ese cuerpo -aquí estoy, estoy tranquilo, relajado, confiado- es una buena onda para quien lo ve. Eso se puede hacer desnudo y vestido, y se puede ver desnudo y vestido, pero desnudo parece que el cuerpo tiene menos barreras para expresarse en ese sentido.

¿Has mantenido algún encuentro sexual promovido por el nudismo?
Algunos, bastantes. Desde vernos en la playa e irnos a otro sitio, a vernos en la playa y estar tonteando hasta que se pone el sol y terminar una experiencia sexual en la misma playa. Siempre intentando no molestar, no escandalizar, porque el ánimo no es exhibicionista.

¿Quién te gustaría que participará en esta sección “lectores nudistas”?
Pues mira, @elhombreconfuso estaría bien que se desnudara en esta sección #hombreya. @eliad_cohen, pero va a ser que no… @kesada75 está ahí que sí que no, que bailo un rocanrol. @manuelcuellar quizás. Colectivamente o por separado la troupe de @atrozconleche, seguro que se lanzan y hacéis un bonito crossover. @superchevi también me parece muy cachondo y creo que lo haría y creo que @pablochul es la definición hecha carne de lector nudista, así que también. Aunque todo eso son sugerencias dado que aquí el primero que no ha dado la cara soy yo, y me consta a mí mismo. En mi mismidad.


Sobrevivir al verano con… Marta Fernández

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Otro año más nos ha pillado desprevenidos. Hasta que los humos del asfalto no se cuelan por la ventana no nos damos cuenta de que ya está aquí, de que, de nuevo, llegamos demasiado tarde para escapar. ¡Maldición! Las manchas de sudor se acumulan debajo del peso del portátil. El aire acondicionado chirría cuando le pedimos más potencia. Y nosotros, nosotros no sabemos ya dónde meternos. ¡Cuánto esfuerzo para frenar lo inevitable! Con cierta nostalgia, recordamos aquellos letargos estivales de las tardes infantiles. Las horas infinitas de sol y las cenas viendo programas de playas y piscinas. Ahora, la actualidad nos mira a los ojos y amenaza con vengarse. Vorágines informativas donde antes solo había calor soporífero. ¿Tan malos hemos sido que no merecemos ni un -ardiente- respiro? Menos mal que aquí, en el blog confuso, siempre miramos por la salud de nuestros lectores. Pueden dejar de sufrir. Tenemos la solución. El remedio que cada año resurge de sus cenizas para transmitirnos un poco de esperanza. Sí, lo han adivinado -y no es que lo hayan leído antes en el título, qué va-. Cómo sobrevivir al verano con… Marta Fernández. Aplauso, reverencia y regocijo twittero (click).

El verano en una palabra: Me encanta la definición de los americanos para los días infernales: Triple-H, que técnicamente es una única palabra por obra y gracia del guión. Hazy-Hot-Humid.

La mejor forma de pasar un día tremendamente caluroso: Al amor de los aires acondicionados que ofrece la ciudad. Desde un museo a una tienda acabando en casa a toda mecha. Las terrazas están sobrevaloradas, el aire acondicionado es La Civilización –la mayúscula no es casual.

El complemento indispensable para llegar vivo al otoño: El sombrero, el sombrero… siempre el sombrero.

El sitio ideal para desaparecer de julio a septiembre: Si pudiera, en el hemisferio austral.

La bebida refrescante que no puede faltar en tu nevera: Jamás falta el hielo. Cubitos para todo. Cubitos para sobrevivir a agosto.

El libro más veraniego que existe: Tenessee Williams, de principio a fin. Desde La gata sobre el tejado de cinc caliente –aquí lo del caliente lo quitaron porque éramos muy de censurar- hasta la gloriosa camiseta del tórrido Kowalski-Brando en Un tranvía llamado deseo. Pegajoso, pecaminoso, sudoroso. No se puede ser más canicular. [Confuso enjuaga su sudor]

El remedio infalible para soportar las noches de insomnio: Ése no lo tengo…. Soy una criatura insomne más.

El truco para combinar sudor y lujuria con éxito: Donde hay sudor, hay alegría. Nunca se ha visto lujuria sin el preceptivo gotear.

La prenda de vestir que no puedes quitarte de encima en estos meses: Estos meses cuanto más te quites, mejor. Menos es mejor.

¿Se puede escribir en verano sin morir en el intento? Lo intentan mis neuronas licuadas sin ninguna garantía de triunfar.


¿Vacaciones?

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Noto su aliento en mi nuca. Cada vez que levanto la cabeza del teclado, cada vez que echo mano de la pila de revistas que se acumulan en mi mesa. Escucho a la gente hablar de ello, leo constantes referencias en redes sociales -qué maravilla contar con ese totum revolutum digital-. La gente me interroga en los descansillos mientras el ascensor se eterniza en su llegada. Me lo preguntan por la calle, entre referencias al calor y sueños playeros aspiracionales. Y yo, sinceramente, ya no sé qué hacer. Me siento acorralado, atrapado, sin salida. ‘¿Cuándo vas a cogerte vacaciones?’. Me gustaría responderles con contundencia, mirarles fijamente a los ojos y decirles que desconozco de lo que me están hablando. ¿Vacaciones? ¿Qué es eso?

Leía hace poco un artículo -espero que me perdonen haber olvidado dónde- reflexionando sobre el mito de las vacaciones pagadas. ‘Muchos de mi generación terminarán su vida laboral sin hacer conocido nunca ese concepto’, venía a plantearse el autor. Nada que no ocurriera ya antes, claro -que me conozco sus argumentos y vendrán corriendo a esgrimirlos-, pero con una ligera diferencia salarial. En las cabezas -poco- pensantes de nuestro entorno sigue sobrevolando la idea del trabajador por cuenta propia de antaño. Ese cuya facturación sobrepasa los muchos miles de euros cada mes. Ese que todavía existe, aunque en una proporción mucho menor. Una utopía como otra cualquiera en los tiempos que corren. Deberían ver mis lágrimas cada vez que, a final de mes, llega el cargo de los seguros sociales. Entono lamentos que harían sonrojar a las sirenas.

Trabajo habitualmente en tres de los medios más importantes del país y no llego a fin de mes. Ese sería mi titular si acudiese como testimonio a uno de los programas de las mañanas. Escribo al día varias colaboraciones que suelen publicarse inmediatamente. Tengo espacios virtuales a mi nombre y regento, desde hace poco, una columna en una revista mensual. Y lo hago en empresas que pagan lo máximo que uno puede encontrar cuando hablamos de colaboraciones web. Acumulo pocos gastos, vivo con la contención propia de la confusión y me llevo el almuerzo de casa, que no estamos para ir perdiendo la calderilla a la primera de cambio. Y ni con esas consigo terminar un mes con tranquilidad. Entenderán, claro, que no está el horno para hablar de vacaciones.

Pero no crean que me estoy quejando -bueno, de acuerdo, igual lo parece-. Por mucho que los telediarios se empeñen en recordarnos que las playas están llenas y los turistas se agolpan en los chiringuitos enarbolando sus fajos de billetes, la realidad dista mucho de esa imagen idílica. La sociedad no es instagram. Tampoco es twitter. Parece mentira que todavía no lo hayamos aprendido. Desconfíen cuando un freelance hable de vacaciones. Asuman que es un autoengaño de su mente para continuar con la vida laboral. La ficción, ese refugio que nos ha salvado en tantas ocasiones. Y que sigue haciéndolo cada día.


Lectores nudistas: Javier

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Nada como anunciar algo para que se te tuerza por el camino. ¿Pero dónde están los lectores nudistas? Imagino que más de uno se lo ha preguntando, teniendo en cuenta que el calor sigue siendo achicharante -escribo esto con más sudor que ropa encima- y el verano promete alargarse, como siempre, hasta bien entrado el otoño. Y si encima me dedico a anunciarlo en instagram… Pues pasa lo que pasa. ¿Qué esperaba? Parece que sea nuevo en esto. Pero no se solivianten, que todo llega en la vida. Todo, se lo aseguro. Hoy les presento a un ‘Lector nudista’ entregado, apasionado, tremendamente excitado imagino que por vivir esta estupenda experiencia. ¡Así sí! Nunca voy a poder agradecerles como se merecen los años que llevan aquí acompañándome, pero, al menos, déjenme intentarlo. Aprovechen el viernes, recojan sus bártulos y practiquen nudismo allá donde más les guste. Sea el campo o la montaña, la playa o la piscina. Ay, ¡quién pillara una buena brisa a estas horas! Mientras se lo piensan, les dejo con Javier.

¿Practicas nudismo regularmente?
No, y es una pena porque me gusta mucho y me identifico con los valores que promueve. Lamentablemente, mi marido es más bien recatado el pobre, así que llevo ya tiempo sin practicarlo. Las fotos me las tomó él mismo pero en un terreno privado, que es un poco como hacer nudismo de mentirijillas. El año que viene me ha prometido considerar que vayamos a una playa mixta. Lo del prometer considerar ya se yo donde va…

¿Cuáles son tus sitios favoritos para hacerlo?
Cuando lo hacía me gustaba en playas del Cantábrico, y me gustaba tanto por el sitio en si como por la armonía tan buena que se respira entre los nudistas. Quitando al típico señor mayor que estaba ahí para ver que ‘pescaba’. Aquí en Madrid he ido a espacios reservados en piscinas municipales, y no es igual, igual… Casi solo hay señores que te taladran con la mirada nada más entrar. O al menos, esa ha sido mi experiencia, aunque sigo buscando una buena piscina con espacio nudista aquí.

¿Vivirías en una comuna nudista?
Hace unos días lo hablaba a raíz de un programa de la tele. Me gustaría mucho pasar al menos unas vacaciones en una, pero yo creo que en mi caso sería cosa de una vez cada muchos años, porque soy muy viajero y muy urbanita, y en mis vacaciones busco más conocer ciudades nuevas que pasar quince días enseñando el pito encerrado en una urbanización.

¿Crees que son incompatibles el nudismo y las redes sociales?
Creo que no, siempre que haya espacios delimitados en internet para ello, como una red social para personas nudistas o una red social generalista con filtros que aseguren que determinadas personas no van a acceder a determinados contenidos. Aunque no equiparo en absoluto nudismo y pornografía, puedo entender que haya personas que no quieran ver o que sus hijos vean desnudos, que además en la pantalla pueden quedar descontextualizados. Creo además que ese es uno de los pilares de la filosofía naturista, el respetar los espacios de los que no lo son, porque al final es una práctica que beneficia al que la practica, no tanto una herramienta política para agitar las conciencias de los demás, salvo casos muy concretos, como manifestaciones. Repito que esto es lo que yo creo. Tampoco te creas que le he dado muchas vueltas al tema.

¿Es lo mismo nudismo que exhibicionismo?
En absoluto, cualquiera que lo haya practicado sabe perfectamente la diferencia. La primera vez que me desnudé en una playa, tendría 17 años, estaba muy expectante pero también muy avergonzado, pero en cuanto todo el mundo se desnudó vi de que iba el rollo, el rollo iba de bañarse, tomar el sol, jugar a la pelota y en mi caso hacer agujeros en la arena… Lo mismo que en una playa textil, pero sin bañador. Y lo mismo que hago a día de hoy. Yo creo que en otra vida fui un topo.

Cuando estás en un entorno nudista, ¿miras a los demás?
Claro que sí. Soy una persona muy curiosa y miro, pero también miro en las playas textiles, y también miro por la calle, solo que en una playa nudista ves más porque ves pitos y culos, y ves menos, porque la ropa también nos da muchísima información de cómo es una persona, y una cosa bonita del nudismo es que esa parte te la quita, iguala mucho ver a la gente sin ropa de marca o de mercadillo. Esto era la respuesta digna. Si lo que me preguntas es si miro pitos porque ya que están al aire, la respuesta es sí.

¿Has mantenido algún encuentro sexual promovido por el nudismo?
Bueno, mi marido se ha puesto muy contento mientras me sacaba las fotos… Pero quitando eso la verdad es que no. He fantaseado con ello, pero no. A ver si el año que viene…

¿Quién te gustaría que participará en esta sección “lectores nudistas”?
Me voy a repetir, y esto ya empieza a ser clamor popular QUIERO VER AL HOMBRE CONFUSO LEYENDO EL QUIJOTE (que es el año) CON LA PICHA AL AIRE.



Algo más que números

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No tengo ni idea de lo que ocurre fuera. Seguramente, lo mismo que dentro, aunque siempre tendemos a pensar que, de no estar aquí, las cosas serían mejores. Cada uno se consuela como quiere. O como puede. Todo sería más sencillo si alguien se diera cuenta de que somos algo más que números. Me sorprende la facilidad con que se nos reduce a meras direcciones de correo sin alma, robots a los que les da igual ocho que ochenta, pequeños monitos que teclean sin preguntar nada más. Poco importa que miren desorientados a sus lados. Total, nadie les está viendo y, en el fondo, ¿qué importa? Si harán lo que se les diga por el bien de su bolsillo. Esa es la forma de trabajar en este caluroso país. Mares de incertidumbre para que nadie pueda posicionarse bien. Cuanto más revuelto esté el ambiente, mejor. Más manejables, más moldeables. Todavía no se han enterado de que esta estrategia no suele funcionar. Lo hace con una parte, pero no con el todo. Hay gente que no tiene miedo. Ninguno.

Olvidamos -olvidan- que la ilusión empuja a trabajar más. Sentirse parte del proyecto, notar la confianza ajena. Todos lidiamos con mil problemas diarios, mil asuntos que, sin serlo, creemos urgentes. Nos centramos en aquello que más nos apremia sin darnos cuenta de que esos números que manejamos con documentos y tablas son también personas. No cuesta nada. Pocos minutos. Y el resultado es infinitamente mejor. Es evidente, ¿no? Pues no lo parece. No, al menos, por la cantidad de conversaciones idénticas que mantengo cada día con trabajadores de todo tipo de sector. Un mal general que todos sufrimos. Un mal general que alimentamos cuando tenemos la oportunidad. Así hemos construido la economía patria. Luego nos quejamos y nos escandalizamos. Y repetimos los mismos patrones. Pero no se preocupen, que ya se venden pisos. Los deben comprar los que nos manejan como números. ¡Quién sabe!


Oscuridad total

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Él supo que ella lo había dejado cuando vio que empezaba a fumar otra vez.

¿Es aquí donde empieza?

No lo sé. No sé donde empieza. Aquí es donde estoy.

Sé dónde estás. Estás aquí. Ella lo había dejado, ¿pues?

Años atrás, él había fumado, pero no cuando se conocieron. Así que ella dejó de fumar, como hace la gente cuando está enamorada. Empiezan a fumar o lo dejan o cambian de marca. La gente lo hace para estar de acuerdo, al menos en eso. Mucho después, ella empezó a fumar otra vez.

Hace un par de días comencé a leer ‘Oscuridad total‘, de Renata Adler. Reconozco que todavía no tengo claro qué piensa contarme, ni cómo va a hacerlo, pero encuentro tantos párrafos magníficos que abriría un tumblr solo para copiarlos y compartirlos con el mundo. Puede que termine odiándolo, todavía no lo sé, y creo que esa sensación me gusta. Tiene Adler un duro reto por delante: igualar mis últimas lecturas, todas más que satisfactorias. Bueno, casi todas, pero eso lo dejo para nuevos posts -tampoco voy a quemar cartuchos a lo loco, que luego, miren, casi dos semanas sin pasar por aquí-. Así es como se pasa el verano en el mundo confuso. Mucho calor, muchas lecturas y mucha cerveza. Y escribir sin parar. Y trabajar. Y maldecir el verano con toda el alma. Rezar por el otoño y arrodillarse ante la primera brisa. Qué dura es la vida cuando se observa con el flequillo sudado.

Me sorprende -sí, soy de naturaleza olvidadiza- como seguimos anclados en la misma dicotomía de siempre. Gente que lee y gente que ve la televisión. Como si no pudiesen hacerse las dos cosas. Como si no pudiesen disfrutarse por igual. Todo con tal de aprovechar cualquier excusa para mirar un poco por encima del hombro. Sentirnos superiores buscando víctimas. Juzgar a los demás sin habernos mirado a nosotros mismos. Imagino que para eso se creó twitter. Aquí tenéis mi verdad absoluta. Disfrutad. Bebed de ella. El día que entendamos que nada de esto es real, ese día conseguiremos cambiar algo. Mientras tanto, seguiremos notando sobre nuestra nuca la magnanimidad de aquellos que nos perdonan la vida virtual. Y nos reiremos pensando que puede que todo ocurra al revés. ¿Y si donde ellos creen que no hay nada está todo? Ay, qué terrible es el calor. Cuántas locuras nos empuja a cometer.

En la imagen, una fotografía de la serie ‘The Pool’, de Christoph Musiol.

 


Lectores nudistas: Atroz con leche

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El año más caluroso de lo que llevamos registrado. Sin duda, en el blog confuso lo está siendo. El boom de lectores nudistas de 2016 no ha tenido parangón. ¡Con lo que me costaba a mí encontrar candidatos dispuestos a lucir desnudo! Será que las bondades de instagram han relajado un poco las costumbres virtuales. Hace cosa de unas pocas semanas me escribieron los siempre atentos chicos de Atroz con leche (click). Iban a regresar a las andadas hoy, 12 de septiembre, y querían hacerlo desnudos. ¡Bien! Les dije que contaran conmigo, por supuesto. Ojalá más como ellos. La cosa se les fue animando -y por ‘la cosa’, entiéndase la participación en la sección- y aquí llegan. Once hombres como once soles dispuestos a hablar de nudismo, contar sus experiencias y dejarse fotografiar como sus respectivas madres les trajeron al mundo. Lo que hagan ustedes con las fotos es cosa suya -seguro que a ellos les interesa saberlo, cuéntenselo por privado de twitter-. Disfruten y empecen la semana como debe empezarse: sin ropa. Ay, ¡qué fresquito corre! Ah, el orden de fotos y preguntas es aleatorio. No le busquen tres pies al gato. O bueno, si quieren…

 

¿Practicas nudismo regularmente?
Pues sí, empecé tímidamente a los 18 y con el tiempo me he dado cuenta de que es un placer poder estar desnudo sin que la ropa te apriete o aprisione. Siempre que puedo voy a playas nudistas, ya sea puntualmente o de veraneo, y en casa, cuando el frío lo permite, soy de los de ir soltando la ropa nada más que se cierre la puerta de casa. Para mí, una de las mejores sensaciones es estar desnudo bañándote en el mar (MuTarr).

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¿Cómo fue tu primera vez nudista?
La primera vez que hice nudismo está más grabada en la retina de la gente que estaba conmigo que en mi memoria prácticamente. Fue hace años, 2009 si no recuerdo mal, era mi primera visita a Menorca, con amigos. Había leído que la isla era un paraíso nudista, que en casi todas las playas estaba permitido y normalizado. Éramos 6, cogimos una villa con piscina privada y aquello fue un viaje de liberación. El momento de la verdad llegó cuando fuimos a la Platja de Binigaus, que es mi playa favorita del mundo mundial, y yo llevaba clara una idea: ese día me desnudaba sí o también. Iba tan decidido que nada más llegar me quité el bañador. Las caras de las chicas presentes, no muy dadas por entonces a ver cuerpos desnudos tan alegremente, fueron un poema, entre la vergüenza, la inspección y la curiosidad. Ya con todo al aire, lo siguiente no fue ir al agua. Desnudo, inaugurando mi relación con la libertad corporal, lo primero que tuve que hacer fue comerme mi bocadillo de chorizo, en cuclillas, huevos colgando. Recuerdo alguna mirada directa a mis pelotas en tan familiar y cotidiana actividad. Así que se puede decir que aquel bocadillo de chorizo significaba el proceso de alejarse del bañador y, a la vez, de que mis amigas me vieran los huevos colgando bien (Mr. Fluffer).

¿Cuáles son tus sitios favoritos para hacerlo?
Suelo practicar nudismo en la playa, principalmente. Mis favoritas son las calas pequeñas de la Costa Brava. En verano, en la playa, soy todo un lector nudista (El Perro de Toni).

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¿Vivirías en una comuna nudista?
No, pero no porque fuese nudista, sino porque no me gusta el concepto comuna tal y como se entiende en la actualidad: un simple guetto. Practico nudismo siempre que puedo y lo que sí me gustaría es no correr el riesgo de despeñarme y dejarme el moño o romperme un pie cada vez que intento acceder a una playa nudista, que uno ya va teniendo su edad y son bastante impracticables en general. Pero claro, para eso el nudismo debería estar mas aceptado socialmente. Que pudiésemos desnudarnos en cualquier playa sin riesgo de ser el blanco de todas las miradas. Lo más parecido que haría sería recluirme con veinte chulazos en una isla desierta y hacerles a cada uno un traje de saliva, pero durante una semana como mucho (C del Palote).

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¿Crees que son incompatibles el nudismo y las redes sociales?
Por supuesto que creo que sí. Bueno, Facebook, y, por ende, Instagram, no mucho, pero el resto sí. Lo que no es compatible es el nudismo y los que tienes en tus redes sociales. Que mucha modernez y mucha historia, pero la gente ve una polla y se santigua. Nos queda mucho que adelantar en este campo, la verdad. De momento, las fotopenes sólo las recibo por DM. Ya ves tú (Flanagan McPhee).

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¿Es lo mismo nudismo que exhibicionismo?
No creo que sea lo mismo. No considero, y creo que el resto de hermanas de esta congregación pensarán igual, que nudismo y exhibicionismo sean sinónimos o, si se entiende bien el primero, vayan de la mano. Yo puedo ir desnudo pero no voy a restregar mis pelotas en tu cara, salvo que me invites a un gintonic y el teabagging sea tu fetiche. Incluso creo que hay exhibicionismo peor y que está institucionalizado, porque no hay exhibicionismo más dañino que ver a Cospedal celebrando la Semana Satán y ahí la tienes en los telediarios… (Skyzos).

[Confuso dice: Primera vez que alguien menta a Cospedal en este blog y tenían que ser los Atroz…]

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Cuando estás en un entorno nudista, ¿miras a los demás?
La verdad es que no. El nudismo ocurre de manera tan natural en los entornos nudistas que los desnudos se convierten en una parte más del paisaje (MM).

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¿Has conseguido que tus amigos también se hagan nudistas?
No lo he conseguido, aunque tampoco soy demasiado entusiasta… El nudismo es algo tan íntimo que es complicado convencer a otra persona de que experimente esa maravillosa liberación corporal y psíquica, porque la barrera del pudor y de los convencionalismos les impide desinhibirse y disfrutarlo (DJ Farrow).

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¿Has mantenido algún encuentro sexual promovido por el nudismo?
Joder, tuve un encuentro sexual y extrasensorial de tal magnitud que seguimos juntos después de diez años. Bendito nudismo y bendito cruising que las almas empareja (Mocico viejo).

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¿Quién te gustaría que participará en esta sección “lectores nudistas”?
A Sergio Torrico, al jugador de waterpolo Víctor Gutiérrez, a Sergi López, a los instagramers Grabrielitoboy, Diego Aradros y Pacozoik, al presentador Juan Carlos Roldán, a Asier Etxeandia…


Todo se arregla luciendo torso en instagram

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Diría que se me ha hecho larga la espera, pero, la verdad, sería mentir. Dejé pasar un día, otro, una semana, ésta tampoco puedo que se me escapa el tiempo entre las manos y aquí me encuentran, muchos días después, retomando el ritmo a este pobre blog. Espero no desfallecer en el primer intento y volver a ese brío que me ha caracterizado a lo largo de los diez últimos años. Diez. Cada vez que lo escribo me recorre un escalofrío por la espalda. ¡Yo que era joven e inocente! No he venido aquí a lamentarme, no se asusten. Si pudiese volver atrás en el tiempo, tampoco lo haría. Sí, tendría unos pocos años menos y un poco de pelo más, pero nada que compense este trayecto. Además, los hombres, en la treintena, están mucho más atractivos. Debe haber estudios que lo certifiquen. No los voy a buscar, pero deben existir. ¿Verdad? ¿VERDAD?

Tengo comenzadas varios entradas que descansan cómodamente en el escritorio. Ésta era una de ellas. Se titulaba ‘Marinero’, vayan a saber por qué. Bueno, sí, porque había un guapo marinero encabezando el texto. ¿Dónde andará? Posiblemente, retirado en su casa de las afueras, leyendo el periódico en el porche mientras espera que suene el teléfono. Para el marinero también debe haber pasado el tiempo. Y puede que lo lleve mejor que yo. Ojalá volver a encontrar a todos aquellos chicos que fueron portada de revista erótica en la década de los 70. Si tuviese tiempo -¡otra vez!- y dinero, ese sería el proyecto que me gustaría hacer. Una excusa como otra cualquiera para pasar un par de años recorriendo Estados Unidos con la intención de escribir un bonito libro con fotografías. Tan solo me falta un entregado editor que me adelante varios miles de dólares durante la espera. Lo he visto en películas y series. Sé que esto funciona así.

Llevo varias semanas -no todas las que me he ausentado, no se crean- dándole vueltas al paso del tiempo. A la exigencia de inmediatez que hemos construido entre todos. Y ya no solo en la obligatoria presencia mediática, en los ganchos de actualidad o en las noticias que caducan en un par de horas. También en esa sensación de triunfo fugaz, de que el éxito debe ser instantáneo, de tocar el techo cuando acabamos de salir de la adolescencia. Veinteañeros copando las estanterías de las librerías como si fuese lo normal. Como si no costase nada. Como si la genialidad apareciese a la vuelta de la esquina. A ver quién es el valiente que aguanta el tipo con esta competencia. Recordaremos el inicio del siglo XXI por la frustración. Por no ser tan guapos como todos esos anónimos que vemos en instagram. Por no tener tanto éxito como todos esos a los que leemos en twitter. Nos toca aguantar y continuar como si nada. Como si no nos restregasen el aparente triunfo por la cara. Como si, de verdad, no nos importase.

Menuda forma de volver a la escritura virtual. Lo sé. Todo era más sencillo cuando solo pensaba en pasar la tarde leyendo. Bloquear la rutina, cerrar los ojos a a la realidad, desoír el sonido del teléfono -y el runrun de las preocupaciones- y leer, tan solo leer. Esa siempre ha sido mi idea de verano. Ni playas, ni bronceados, ni cruceros, ni semanas en Tailandia. Tiempo para leer. Claro, con esta mentalidad, ¿cómo demonios voy a engrosar mi cuenta corriente? Estoy abocado al fracaso, la pobreza y al ruido del ventilador. Igual mi error viene ya de base. Y eso no se arregla luciendo torso en instagram… Ay, ¿a quién pretendo engañar? ¡Todo se arregla luciendo torso en instagram! Incluso la falta de talento. Estamos apañados.


Los penes

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Al final, todo es una lucha de penes. Sacarlo sobre la mesa y presumir de la dotación que la naturaleza te ha concedido. Como si hubieses hecho algo. Como si dependiese el tamaño del esfuerzo propio. Acomplejemos, que es algo a lo que llevamos cogiéndole el gusto durante unos cuantos siglos. Veo, a diario, enfrentamientos a pene descubierto. Sea entre columnistas de periódicos o representantes políticos. Choques empalmados para hacerse con el poder fálico. Y nos gusta, claro. Les imaginamos hablándole a su glorioso pene cada mañana delante del espejo. Posando en él -pobre- todas sus esperanzas. Construyendo su castillo de ego sobre esa base tan voluble, tan cambiante, tan poco fiable. No todo crece cuando uno quiere. Tampoco decrece al antojo. No queda otra que convivir con ello, deben pensar mientras lo muestran, erguido y brillante, esperando que su sola visión sirva para detener ejércitos. Si ha funcionado a lo largo de la historia, ¿por qué no va a hacerlo ahora?

Los penes -hablaría de pollas pero me resulta mucho más entretenido hacerlo de penes- se han convertido en los reyes de las redes sociales. El motor del mundo virtual. La moneda de cambio más extendida en el siglo veintiuno. Era de esperar, siempre lo ha sido. Cualquiera que eche un vistazo a los buzones privados que se desparraman a lo largo del universo se encontrará con un sinfín de miembros viriles campando a sus anchas. Para eso se han inventado. Las redes, no los penes. La normalización de la erección. La fraternidad masculina llevada al extremo. Esto, imagino, era lo que esperábamos de la evolución. Derribar los tabúes que nos impuso el cristianismo a golpe de polla. Ellos nos las taparon. Nos toca a nosotros resolver el entuerto. Ay, el día que los hombres heterosexuales entiendan que no pasa nada. Que lo suyo es también lo de los demás, que en su pene está la clave, que tienen la solución a los problemas del mundo al alcance de la mano. Masturbarse por la igualdad. Ese día…

El pene como nexo de unión. Como materialización de la comunión, como ejemplificación del sectarismo. Hablar de penes para dejar claro que estamos en el mismo bando. Hablar de penes porque la sociedad así nos obliga a hacerlo. Vivir constantemente en esa enajenación mental que produce una erección. ¿Cómo no va a revolverse el movimiento feminista ante la hegemonía fálica que nos rodea? ‘Es pollón‘. El dato que interesa. Lo único que redime todo lo demás. Puede ser un perfecto gilipollas -pollas-. Puede avergonzar a la especie humana. Pero tiene pollón. Ah, entonces, no pasa nada. Todos tienen pollón, no se equivoquen. La presión social impide que alguien reconozca que lo suyo no ronda las dimensiones estratosféricas. De la misma forma que censura haber compartido cama y semen con alguien cuyo pene entra dentro de las estadísticas. Ganarse el respeto con centímetros. ¿Y? ¿Acaso ahora esto va a ser un problema? Que saque el pene quién esté libre de pecado.

Hace poco me preguntaron como quería etiquetarme para un asunto que nada tiene que ver con el que hoy nos ocupa. Debería haber dicho ‘experto en penes’. Perdón, ‘erudito en penes’. Mis seguidores en twitter lo hubiesen agradecido. Estoy convencido. Y mi carrera literaria más. Ríndanse a las bondades del majestuoso pene. El todopoderoso. El único capaz de salvarnos de ésta. El pene.

Arriba, parte del diario visual de Joseph Lally.


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