Spoiler. Esa es la verdadera palabra de moda. Comentar cualquier cosa es ‘spoilear’. Enseñar la patita cuando nadie se lo espera. Ni salseo -mano a mano con el insoportable divineo-, ni sorpasso -¿cuándo ha llegado esto a formar parte del lenguaje rutinario?-. Nada puede con spoiler. Y no, no es eso lo que vengo yo a hacer aquí. ¡Dios me libre! En caso de que exista alguien arriba que nos tenga que librar de algo, claro. Esto de correr a comentar asuntos en redes sociales para evidenciar que nosotros sí estamos al día, no como esos pobres mortales que pierden el tiempo en cosas tan mundanas como tener su propia vida, se nos ha ido de las manos. Nos lanzamos al ‘name dropping’ salvaje, con la esperanza de que sean los demás los que tengan que googlear y no nosotros, que ya lo hicimos antes, sí, pero ahora ejercemos de expertos. Ay, los egos en el mundo virtual. Qué materia tan compleja y qué realidad tan cansina.
De acuerdo, de acuerdo, voy al grano, que me despisto y esto puede no tener fin. Soy de los que ha levantado la voz en innumerables ocasiones para azotar con mi látigo de la indiferencia a la todopoderosa ‘Juego de tronos’. Sí, esa serie que ha conseguido colarse en todos los hogares como si fuese interesante. Esa ficción manidísima con giros de guión inexplicables que tan solo busca que nos quedemos con la boca abierta en el sofá. Ese producto que funciona a las mil maravillas y que se sustenta con personajes ya icónicos -lo que hace Lena Headey con su cara es digno de Oscar-, pero que, a la vez, nos ofrece unos bodrios en forma de capítulos que no perdonaríamos a otras series. Esa, sí, ‘Juego de tronos’, ha conseguido lo que ninguna otra había podido hacer hasta ahora. Por fin un pene de forma totalmente gratuita en el mainstream. Aplausos, por favor.
Para los que no hayan visto la escena, se la describo de forma sucinta -pueden seguir leyendo, que nada de lo que aparecerá aquí tiene ninguna trascendencia para la trama ni desvela nada del argumento-. Termina una escena larga, la imagen se va a negro y vuelve con un primerísimo plano de un pene. Uno real, con sus testículos, su vello púbico, su mano agarrándolo y su todo. Dura unos segundos en pantalla y desaparece para que continúe la trama. No pertenece a ningún personaje del que conozcamos nada y no tiene ninguna implicación con lo que se está contando. Es, simplemente, un pene gratuito. La visión de unos genitales masculinos en la serie más exitosa de los últimos tiempos. Un sencillo gesto que pone patas arriba -perdón por el símil facilón- todo lo que teníamos aprendido sobre desnudos, hombres y público masivo.
No es el primer pene que aparece en la serie -aunque si lo comparamos con la cantidad de desnudos femeninos que hemos observado, la proporción es ridícula- pero sí el menos justificado de todos. La escena podría haber funcionado de la misma forma sin el primer plano. De hecho, aporta menos que María José Cantudo comiéndose una manzana desnuda delante del espejo en ‘La trastienda’, pero, claro, ¿qué sería de la película sin el integral de la Cantudo? Entiendan que imaginar la cara de estupor de los fans de las series, esos machitos -como diría Isa Calderón– que sacan a sus novias de paseo con la excusa de un lambrusquito fresquito, que se llaman ‘crack’ entre ellos, que creen que tienen un derecho inalienable a que alguien, quien sea, les practique una felación, contemplando un pene en su serie favorita, es un placer que muy pocas veces podremos experimentar. Qué gusto, por Dios, qué gusto.
La lectura, más allá de este regocijo propio, no es tan estupenda como podría pensarse de entrada. Que el pene no nos impida ver el bosque -juro que estos comentarios vienen solos-. Resulta inquietante observar como, en lugar de igualarnos por arriba, preferimos hacerlo por debajo. ¿Para qué replantear el uso que se hace de la imagen de mujeres desnudas cuando lo que podemos hacer es sacar también hombres desnudos? Este simbólico pene no es más que una huida hacia delante para mitigar el abuso de personajes femeninos sin ropa que nos encontramos en cada uno de sus capítulos. Piensen, sin ir más lejos, qué mujeres clave en la trama se han desnudado de forma íntegra y cuántos hombres han pasado por lo mismo -pondría ejemplos con nombre y apellidos pero no quiero yo spoilear nada-. Así nos las gastamos en la sociedad actual.
En lugar de frenar la sexualización de las mujeres, nos hemos lanzado a hacer lo mismo con los hombres. Es un paso -impensable hace pocos años-, sí, pero ojalá hubiese sido en otra dirección. Y, no se equivoquen, la visión de un pene siempre es gratificante -somos así de básicos, apelan a nuestra naturaleza-, pero que no nos den gato por liebre. Midamos las cosas con cabeza. No es éste el camino que deberíamos estar llevando. Es el más sencillo, sí, pero no el mejor. Luego, con el tiempo, vendrán los lamentos y nos tocará hacer lo que las mujeres llevan haciendo décadas -bueno, en una cota muy inferior, que los privilegios masculinos parece que siempre van a estar ahí-. Lo saben. Lo sabemos. Otra cosa es que lo queramos ver. Y ahora, corran a descargarse el capítulo para ver el pene. O cierren los ojos y rememórenlo si ya lo han visto. Ay, los penes, qué caprichosos.
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Nada tiene que ver el de la foto de arriba con el pene. Se lo juro.
