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Channel: EL HOMBRE CONFUSO
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Bisexualidad para confusos

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001 Paco León (Paraíso 02)

Un día cualquiera de 2016. El frío ha llegado a gran parte de la península, los políticos se dedican a todo menos a hacer un poco de caso a lo que les han dicho sus votantes -ya saben, ‘lo que las urnas nos negaron lo hemos arreglado en las negociaciones’- y en la casa de Guadalix de la Sierra un expresentador de éxito se quema a lo bonzo delante de unas pocas cámaras. El futuro, como ven, está entre nosotros -pobres pensadores distópicos-. Entonces, una promoción de un programa nos enseña como un actor le cuenta a un presentador que cuando conoció a su última pareja, una mujer, tenía otra, un hombre, y lo hace como narra uno su propia vida, con naturalidad. Rápidamente, el citado fragmento corre de muro en muro, de timeline en timeline, despertando la curiosidad y el interés y termina en portada de webs, revistas y periódicos de forma destacada. Llegan los comentarios, las etiquetas, las críticas y la bilis vomitada. Y todo, sí, por el amor.

El protagonista de la historia, ya saben, es el actor Paco León y el fragmento forma parte de su paso por el programa de Bertín Osborne, ese remanso de paz televisiva donde se puede ser machista sin que nadie se atreva ni a abrir la boca. De las varias horas de grabación, ha sido esta ‘confesión’ la que ha golpeado el intelecto de los responsables de Televisión Española -señalo a la cota superior en un alarde de buscar una aprobación final, que las susceptibilidades son altas y espero pronto las correcciones que me indiquen que no fue una decisión de fulano sino de mengano-, que han visto un caramelo dulce y pringoso con el que atraer la atención hacia la recta final de su formato estrella. Un actor de éxito, con gran presencia mediática, con expareja conocida y con una hija, que reconoce que ha mantenido relaciones sexuales -y sentimentales, pero eso interesa menos- con otro hombre. ¡Acabáramos!

La potente máquina heteropatriarcal se ha puesto rápidamente en funcionamiento y ha descargado toda su artillería. Por las mentes de gran parte de los potenciales espectadores y de muchos de los usuarios de redes sociales pasan las preguntas que han tejido los años de falta de educación. ‘¿Haría de hombre o de mujer en la relación? ¿Habrá dejado que se la metan?’. Los artículos utilizan denominaciones erróneas sin saber, o peor, sabiendo demasiado. Se incide en la desinformación, se fomentan estereotipos y se pierde la oportunidad de aclarar, de formar, de visibilizar. Se busca el click fácil, el mismo que tan solo se preocupa por el titular y la fotografía ilustrativa. El mismo que se ejerce desde los organismos públicos. El mismo que buscan los partidos en sus negociaciones. El que ha conseguido que lleguemos a este nivel en 2016. Y yo, la verdad, siendo vergüenza.

Me apena ver como personas a las que tengo por formadas, que han sufrido en sus propias carnes lo que significa no seguir el patrón establecido, que han sabido hacer de su existencia una revindicación, caen en los mismos errores que aquellos a los que señalan diariamente con el dedo. Veo como la bisexualidad sigue siendo considerada como una quimera, un estado de confusión, una negación ante lo que de verdad se es -eso que saben los demás pero no uno mismo, claro-. Veo el morbo que provoca que un personaje conocido hable de su orientación sexual en televisión cuando ésta se sale de lo que se espera de él. Veo como pasan los años, cambian las leyes, evolucionan las generaciones y como la realidad continua tan ajena como siempre. Y es todo responsabilidad nuestra. Todos somos culpables en este asunto.

Hemos desarrollado una tolerancia extrema hacia lo que no nos toca de forma directa, hacia lo que no interfiere en nuestras rutinas diarias. Participamos en el juego social aún sabiendo que no deberíamos hacerlo y no nos importa. Aceptamos que se nos castigue, se nos ningunee, se nos desplace y aplaudimos a los que lo hacen y les mostramos nuestro apoyo. Somos incapaces, repito, incapaces, de hacer valer nuestras causas y ponerlas sobre la palestra. Dejamos que sean los demás los que nos manipulan a través del lenguaje, repetimos sus expresiones, nos autoconvencemos de sus opiniones y las hacemos tan nuestras como si las hubiésemos pensado. Y mientras tanto, aquí estamos, en 2016 y sin entender que cada uno puede hacer lo que le apetezca con su sexualidad, sin comprender que lo que no nos gusta a nosotros le puede gustar a alguien, sin aprender que la libertad no es eso que solo se aplica en una dirección, la nuestra.

Si la aparición de Paco León en prime time, en un entorno tan hostil a la realidad social como la actual Televisión Española sirve para que alguien, una persona, se replantee sus patrones y admita su perjuicios, ya habremos conseguido algo. Si la aparición de un bebé en el congreso sirve para que, durante tres días, en España se hable más de conciliación, del papel de las madres y de los padres, de lo que cuesta y deja de costar, bienvenido sea ese bebé. No será el lugar, no serán las formas, posiblemente no sea ni la intención, pero estamos muy acostumbrados a hablar de lo que se quiere que hablemos y a callar lo que no interesa que se nombre. Así funcionamos en España, ese país que dice querer ser Dinamarca sin haberse preocupado nunca en saber qué ocurre más allá de sus fronteras. Ojalá llegue alguien capaz de cambiarlo. Ojalá, en algún momento, alguien se dé cuenta de algo.

Portada de la revista Paraíso.



¡Bendita tú eres, Gitta, entre todas las mujeres!

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Playboy__December_1987_Photographer_Herb_Ritts_Model_Brigitte_Nielsen

Hubo un momento en que las estrellas eran interesantes. Se preocupaban poco por el qué dirán, se dejaban llevar por su pasión más interior, esa que late en la entrepierna, y sorprendían. Sí, sorprendían. Uno podía esperar cualquiera cosa y siempre conseguían que se quedase corto. Maravillas hechas persona que alegraban la triste existencia de seres humanos corrientes como ustedes, como yo, como casi cualquiera. Ay, la nostalgia, que mala compañera esa… Las ventajas de apellidarse Confuso es que puedes criticar este auge onanístico de monografías dedicadas a rememorar un pasado que no tiene más de veinte años y, a la vez, recrearte contemplando los tesoros perdidos del mundo del espectáculo más auténtico. A otro le tildarían de incongruente, pero, ¿qué se le va a exigir a un hombre llamado confuso? Nada. ¿Ven? Al final elegí un pseudónimo de lo más útil.

Buceando en mi inmensa carpeta de imágenes, esa que guardo con recelo y que alguna que otra vez he perdido entre lágrimas, me he topado con una de mis fotografías favoritas de la historia. La providencia, que me ha llevado a ella. Es, claro, Brigitte Nielsen, uno de esos casos en los que el destino ha querido que la sociedad, esa masa inerte, la conozca como ‘la ex de Sylvester Stallone’, cuando la realidad es muy distinta. Entenderán, claro, que algo hemos hecho muy mal cuando protagonistas del nivel de Jerry Hall acaban siendo rebautizadas como mero complemento del que fue su marido. ¿Acaso no tienen vida? ¿Acaso son y fueron relevantes? Nos hemos acostumbrado a masticar tanto la información, destrozarla y regurgitarla para que los pobres lectores sepan de qué estamos hablando al primer golpe de vista. El paternalismo llevado a los extremos. El mal endémico que sufrimos cada día.

Brigitte Nielsen lo tuvo todo al alcance de la mano y lo dejó escapar. Conoció la trastienda de Hollywood, se postuló como heroína de acción, posó para Playboy, consiguió que los hombres más influyentes del momento se rindieran a su impresionante altura, se hizo cantante y se lanzó en plancha a las pistas de baile -con hit incluido y poco reivindicado-, impuso su dura y fuerte imagen y creó tendencia con su peinado platino, se casó cuatro veces, como las grandes, y, sí, cayó en desgracia, víctima de los excesos. Del éxito pasó a los realities, por todo el mundo, sin ton ni son, a las clínicas de rehabilitación y a la cirugía estética desenfrenada. Todos los ingredientes para protagonizar el mejor biopic salido de la mente del mejor guionista. Pero, claro, eso solo ocurre si no eres ‘la ex de Sylvester Stallone’…

Yo, por lo pronto, le dedico mis plegarias nocturnas y me apiado a su redención. Cada uno interpreta la religión como quiere y en la mía, más que Dios, está Brigitte Nielsen. ¡Bendita tú eres, Gitta, entre todas las mujeres!


El miedo a escribir

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Vengo aterrorizado. Bueno, en realidad no. Más bien inquieto. No es que los movimientos que observamos diariamente sean nuevos, ni que nos pillen desprevenidos, pero no por esperados deben ser menos significativos. ¿Cómo, dónde y cuándo puede explicarse que una obra de ficción sea el motivo para que alguien termine en la cárcel? No pretendo sumarme a ningún debate -para eso ya tenemos twitter-, ni tratar de alzar una voz que, posiblemente, tenga grietas argumentativas a la vista de cualquiera, pero sí me intranquiliza sobremanera el mensaje que se intenta lanzar a la sociedad. Las maniobras políticas, vengan de la esquina que vengan, mueven nuestros hilos sin que nadie parezca darse cuenta. Hablamos de lo que quieren que hablemos y callamos lo que se nos dice que no es relevante. Prendemos fuego y bailamos desnudos al amanecer si a alguien le parece correcto que lo hagamos y se nos condena por hacerlo si a otro no le parece acertado. Y nosotros, pobres ilusos, pensamos que tenemos poder de decisión, capacidad de raciocinio, esa libertad que tanto nos aseguran que hemos conquistado y que cada día se nos escapa de las manos. Si es que nos creemos cualquier cosa…

Mientras el ruido mediático, motivado por los clicks que genera todo lo relacionado con determinados personajes políticos -no se equivoquen- y la contundencia judicial de organismos alejados de la imparcialidad, nos marea y alimenta esta mañana de lunes, tradicionalmente tan poco productiva, dentro de nuestras pobres mentes va calando el mensaje. Uno nada inofensivo. ‘Escriban ustedes, ficcionen, y luego, atiéndanse a las consecuencias‘. Piensen que no es nuevo. Acuérdense de la imputación que se ganó Ángel Salas, director del Festival de Sitges, por haber programado A serbian film, película que incluía la violación, ficticia, claro, de un niño. La maquinaria se puso en funcionamientos de forma veloz y actuó con contundencia. Es la tiranía a la que estamos sometidos. Una fina y elegante, parapetada detrás de la corrección política, que nos aplasta con su puño de hierro. Todavía imagino el temblor de piernas de Sharon Stone pensando que podrían imputarle los asesinatos, ficticios, claro, de Instinto básico. En España, hubiera sido posible.

Ahora continúen con su mañana. Saquen la bilis o guárdensela. Renieguen de su voto o reafírmenlo. Vean el bosque o los árboles. Súbanse o bájense los pantalones. No importa. Harán lo que quieren que hagan y dejarán de hacer lo que no les interesa que hagan. Y nosotros, los pobres mortales, soltaremos una pequeña lágrima y daremos gracias porque en este país casi nadie se anime a leer. No quedarían cárceles libres para acoger a todos esos peligrosos novelistas. Qué pena.


Diez años confusos. Diez.

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Hace cosa de diez años me encontraba yo actualizando un blog que acababa de abrir. Llevaba un tiempo escribiendo desde una página de visita limitada, una de estas cosas horribles que todavía pululaban a principios de los dos mil. No sé muy bien por qué, tal vez fuese el sentimiento exhibicionista que todos llevamos dentro, decidí que era el momento de llevarlo a otra plataforma, una más visible, una más como la de esos blogs que solía visitar. Y así lo hice. Me trasladé a blogger, busqué una plantilla de las gratuitas -supongo que debía haber de pago, nunca lo miré- y pensé un nombre. Lo tenía claro. El espacio que abría se iba a llamar ‘El Hombre Confuso‘, una forma de sintetizar una frase que, por aquel entonces, me había dicho un amigo. La frase se perdió en el tiempo, igual que algunos recuerdos, hechos trascendentales que lo fueron entonces y ahora no significan nada, pero el nombre perduró. De eso hace diez años. Los cumplió el pasado día 13 de febrero, víspera de San Valentín, víspera de la exaltación comercial del amor malentendido. ¿Se les ocurre una fecha mejor? A mí no.

Decidí escribir un blog sin un motivo demasiado concreto. Buscaba, imagino, dejar caer algunos pensamientos que venían a mi mente y no sabía muy bien dónde compartirlos. No tenía ninguna intención de notoriedad, ni de recibir regalos en un apartado de correo, ni de hacerme un hueco en el overground nacional. En aquella época, los blogs eran otra cosa. No había negocio. De hecho, para muchos, nunca lo ha habido. Como en todo, la burbuja fue inflándose hasta que cristalizó en el ansia de la popularidad, en el hacer para crecer, en la vergüenza escrita. Pero eso llegó mucho después y en un universo que, para mí, siempre ha sido desconocido. Entonces estaba Popy, estaba Diana Aller, estaba el Sr. Q., estaba Lucio Chiné, estaba Di por Dior, estaba Alterego, estaba la Gratis total, estaba Kahlo, estaba La Petite Claudine. Ese era el star system, lo que había que leer, lo que marcaba el paso del tiempo. Algunos siguen estando, pocos, otros han variado su megáfono de discurso. Ellos escribían cosas interesantes. Yo no. Y no es modesta fingida, es realidad pura y dura.

El Hombre Confuso fue creciendo con el tiempo, madurando a los ojos de los que se hayan atrevido a visitar la vida de alguien que no conocen a lo largo de diez años. Dudo que exista alguien así. Nunca he pretendido centrarme en algo concreto, hacer de este espacio un monográfico destinado a perdurar. Un día terminará internet, o terminaré yo, y ahí quedará, flotando en el magma intangible. He escrito sobre lo que me ha apetecido. He hablado con quien he querido. He callado lo que no ha merecido ser nombrado. Quiero pensar que todo lo he hecho con libertad, con cierto toque confuso, aunque sería demasiado atrevido afirmarlo. Las presiones las sitúa cada uno en una parte de su cuerpo. La tarea complicada es contenerlas. A veces sé que lo he hecho. Otras no. Pero eso también ha sido este blog durante la última década. Un muro donde venir a vomitar y limpiarse sin que nadie pueda hacer nada. Vomitar, qué verbo tan de columnista con ínfulas, qué elección tan poco confusa.

Durante el último tramo del blog, los últimos años que nos han llevado hasta aquí, he virado profesionalmente a ganarme la vida escribiendo para otros. Un golpe en la mesa motivado por la falta de ingresos. Cuando uno se encuentra cara a cara con sus cuentas se pregunta qué podría hacer para vivir, qué talento podría llegar a forzar, y yo decidí que lo único que sabía hacer, puede que bien, puede que mal, es escribir. El destino quiso que alguien se fijase en mí y me abriese una puertecita. De ahí he ido saltando de un sitio a otro, trabajando sin fin, reduciendo la atención que este blog se merecía. Me lamento, sí, y le he puesto remedio. Parece que el futuro no me tiene reservada la abundancia, así que tampoco hay que empeñarse tanto. Eso sí, llamen a la puerta si tienen algo que ofrecer. Prometo, como siempre, ser educado y atento. Ahora, sepan a lo que vienen. Después de diez años escribiendo desnudo y de cara al público, poco hay que esconder. El Hombre Confuso es lo que es.

¿Es esto un punto y final? No, por supuesto. A lo largo de estos diez años, nunca me lo he planteado. Seguiré mientras me apetezca seguir y, por el momento, no noto el final cerca. No me importan las visitas, no me importa la repercusión, no tengo ningún interés en figurar, no vivo pendiente de lo que se dice o se deja de decir. Creo que es la única forma de mantener el interés. Errar en el planteamiento, engañarse a uno mismo es el peor consejo. Me gustaría decir que he recibido ofertas millonarias, tentaciones prohibidas que han hecho que tuviese que luchar por mis principios con uñas y dientes. No ha sido así. El universo confuso interesa poco. De hecho, me sorprende que pueda interesar a alguien que no sea yo. El voyeurismo, la curiosidad fomentada por el anonimato, el picor en la entrepierna, pongan la excusa que más se adapte a sus intenciones. No seré yo el que se preocupe por el motivo. Me interesa más el resultado.

Reconozco que en otros aniversarios menos señalados he organizado celebraciones mejores. Tal vez el paso del tiempo todo lo mitiga. Pero no crean que no voy a hacer nada. Confío en que algunos amigos virtuales me echen una manita para avivar las redes sociales -permanezcan atentos- y, dentro de poco tiempo, verá la luz ‘Confuso‘, una publicación en papel que recogerá lo que ha pasado en estos diez años, con entrevistas, colaboraciones e invitados que espero que tengan tantas ganas de tenerla en sus manos como yo mismo. No, no es el inicio de una revista, ni de un proyecto que va a perdurar en el tiempo. Es un fetiche material. Iré compartiendo los avances, no se preocupen. Ahora que ya lo he dicho en público no tiene vuelta atrás. Diez años, casi un tercio de mi vida, merecen algún tipo de reconocimientos. Piensen en qué actividades, que no sean puramente fisiológicas, llevan haciendo más de diez años. Piensen.

Y hasta aquí lo que se daba. No saben lo que les agradezco que hayan invertido segundos de existencia en visitarme. Ni lo merezco ni me lo he ganado. Les veo dentro de diez años. Si es que internet aguanta tanto tiempo. Crucen los dedos.


Ellos pueden pero tú no

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Alternate cover (No logo)

Hago un requiebro en mi intención de celebrar, de forma pausada, el décimo aniversario de este blog motivado por la actualidad y esa pulsión que me lleva a tener que poner por escrito los pensamientos que se me van acumulando a lo largo del día. Podría no hacerlo, pero lo voy a hacer. Son las ventajas de regentar mi propio cortijo. Ayer, en plena vorágine de la libertad de expresión y el sentimiento religioso, tuve que asistir a varias opiniones que pedían rigor científico en el análisis de los eventos, un estudio en pureza, sin mezclar con otras cosas, sin comparar con nada más. Como si eso, en el momento temporal en el que nos encontramos, fuese posible. Hablo, claro, del juicio que ha abierto todos los programas y telediarios, la cita más trascendental en un país repleto de casos de desvíos y malversaciones de dinero público, ese que todos aportamos cada mes con el sudor de nuestras manos. Es la dictadura del click, de las visitas, del número de comentarios.

No hay que ser experto en nada para entender que si alguien ha cometido un delito tipificado debe acudir al juicio y atenerse a lo que dictamine el juez. Cuestión distinta es el preguntarnos por qué continúan tipificados determinados comportamientos, a quién le ha interesado que ahí continúen y quién no ha hecho nada para modificarlos. Nos hemos acostumbrado demasiado a dar las cosas por sentadas, como verdades inamovibles, cuando, al final, todo es revisable y adaptable. Pero no es eso lo que pretendía resaltar. Tratar de analizar este caso como una pieza separada es no entender nada de la realidad. Pensar que uno debe ser lo suficientemente racional como para asumir que los sentimientos de unos son mejores que los de otros es pedirle lo imposible a un ser humano tan imperfecto y vulnerable como el que aquí les escribe. Tratar de no comparar la ofensa que se esgrime desde las instituciones católicas cuando son precisamente éstas las que llevan siglos ofendiendo es, al menos para mí, un reto muy difícil de asumir.

Muchos, muchísimos, estamos hartos de asistir a manifestaciones públicas de responsables de la iglesia católica donde se nos insulta, se nos cuestiona, se afirma que estamos enfermos, que necesitamos cura, que no somos seres humanos completos y nadie hace nada al respecto. No vemos a las administraciones públicas, a través del organismo que le corresponda, personarse en ningún juicio para reclamar la vulneración de la dignidad de una parte importante de la ciudadanía. Pasamos la noticia de muro en muro, la comentamos y con eso nos quedamos. Muchos, muchísimos, nos sentimos atacados, menospreciados, abandonados por los que se supone que deben velar por nuestros intereses. Y sí, continuamos viviendo, ¡más faltaría! Pero entenderán que, cuando vemos como esos que nos atacan se envuelven en el manto de la ofensa, algo se nos remueva por dentro. Indignación cuanto menos.

El sistema judicial que actúe, que sentencie, que dictamine si los comportamientos son acordes a la ley y que lo haga con independencia. Pero que lo haga en todos los casos. Aquí no se trata de justificar nada, de escudarse en nada. Se trata de que el mensaje ha quedado muy claro. Sus sentimientos religiosos son más importantes que mi dignidad. Por la ofensa a sus sentimientos religiosos uno puede terminar en la cárcel. Por la ofensa a mi dignidad no hay ninguna consecuencia. Y ahora aferrémonos al tipo legal -cómo si en los demás casos no hubiese una normativa aplicable-. Hagamos como que esto no viene por nada más. Analicemos en pureza. Benditos sean los que son capaces de hacerlo. Yo, desde luego, no puedo.


10 series que han caído en mis confusas manos

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Me fascina la gente que tiene tiempo para todo. Trabajan, hacen deporte, leen, salen por las noches, madrugan, asisten a eventos, crean, no se pierden un estreno y, además, controlan cada una de las series que esta locura productiva nos deja semana tras semana. De todas tienen una opinión formada, de todas saben qué premios merecen, cuáles han ganado y si se han quedado cortos o se han pasado de largo. Es la vida instagram, esa que inventamos para que los demás crean que no tenemos un minuto libre. Porque ahí está la verdadera evidencia del éxito. Piensen en qué les suele decir la gente cuando les preguntan por su vida. ‘De cabeza, sin parar todo el día’. La sociedad nos ha enseñado que descansar es de vagos, cuando lo único que queremos todos es descansar. Mientras uno se mantiene ocupado de forma maquinal, no piensa. Ténganlo en cuenta.

A mí, como a cualquier ser virtual y confuso, se me escapa todo. Llego a lo que llego y tampoco considero que sea un drama. Incluso me atrevo a decirlo en público, aún a riesgo de ser tachado de marginado social. No me gusta American Horror Story, no pude pasar de la mitad de la primera temporada de True Detective y veo sitcoms. ¡Lancen las piedras! Ay, la vida instagram, cuánto daño nos ha hecho… Pero para que vean que no pasa nada, que uno puede vivir a remolque, que la actualidad es algo que tenemos tremendamente sobrevalorado, he decidido hacer un listado de las últimas series que he visto. ¿Por qué? Pues porque me apetece, porque en algo tengo que llenar mi tiempo y porque si lo hacen en Salvados seguro que a la comunidad twittera -sea eso lo que sea- le parecería bien. Total, ¿quién me lo va a impedir?

1. How to get away with murder. Imagino a los pobres estudiantes de secundaria españoles creyendo que en una clase de Derecho penal se aprende a defender a los acusados. Si alguien está pensando en adentrarse en el mundo de las leyes para convertirse en la Viola Davis nacional, más vale que cambie de objetivos. How to get away with murder es una serie trepidante, sin ningún tipo de coherencia narrativa, donde se aplaude la peor moralidad de la sociedad y se adiestra a los espectadores en el tan extendido ‘todo vale’. Vamos, una maravilla. Chicos guapos, chicas guapas, una mujer despiadada que se rompe a la mínima, asesinatos, universidades, fiestas que parecen fallas. A esto me refería cuando la sociedad no quiere que perdamos un minuto. En cada segundo de cada capítulo pasa algo trascendental y sorprendente. La vida instagram.

2. Fargo. ¿Han guardado las piedras de antes? Pues pueden ir sacándolas. La primera temporada de Fargo, con genuflexión ante Billy Bob Thornton y sus guiños a la película, me dejó cautivado hasta su minuto final. En la segunda temporada no he pasado del segundo capítulo. Sí, veo venir la acción, veo el personaje de Kirsten Dunst, lo veo todo, pero, a la vez, no me interesa nada. Fargo ha conseguido crear la ‘impronta Fargo’. En cada uno de sus planos sabemos que estamos viendo Fargo y eso es un éxito. Otra cosa es que eso acabe pasando factura a espectadores tan poco atentos como servidor de ustedes. ¿Para qué manchar un buen sabor de boca? ¿Para qué perder el tiempo? Pueden lanzar las piedras.

3. Bron/Broen. Una de mis series favoritas de los últimos tiempos. La tercera temporada puede que no sea tan gloriosa como las dos primeras -aunque el personaje de Saga sea motivo más que suficiente para rendirse a sus pies- pero supone unos avances en las tramas que para los pobres españoles suenan a chino. ¿Una guardaría donde no se define a los niños por su género si no que se deja que sean éstos los que construyan su propia identidad? En Bron/Broen es posible. Volvería a ver la primera temporada hoy mismo. Maravilla pura.

4. Wet hot american summer. La llegada de Netflix a casa de los Confuso ha hecho que afloren muchas de sus producciones. Wet hot american summer es una de ellas. La adaptación en serie de la película, con sus actores adultos haciendo de adolescentes, sus campistas, sus tramas gubernamentales, su Amy Poehler, su Paul Rudd, su rivalidad con el campamento de pijos, su cameos venidos de Mad Men. Más redonda que The Spoils of Babylon, aunque sin escenas tan míticas. Todavía lloro con el personaje del maniquí…

5. Orphan Black. Debo ser la única persona que continúa viendo Orphan Black. Y el problema, sin duda, no es mío. Una trama enrevesadísima que nadie entiende ni falta que hace, una actriz dándolo todo, los actores más guapos del panorama actual, humor, ciencia, drogas, complots, desiertos, un escorpión que viene y va, ¿qué más necesitan para engancharse a una serie? Ojalá no termina nunca y podamos ver a Tatiana Maslany envejeciendo en televisión e internándose en una clínica de salud mental para controlar sus múltiples personalidades. Y, ya puestos, que se aparezca Michiel Huisman en mi casa. Gracias.

6. Unbreakable Kimmy Schmidt. A esta vida yo sólo le pido que Tina Fey escriba la serie sobre El Hombre Confuso. Un ya no tan joven que da la cara por primera vez después de diez años en el anonimato y se encuentra con un reacción que no esperaba. ¿Creen que Netflix podría comprarme los derechos? Unbreakable Kimmy Schmidt tiene el mejor punto de partida de la historia y lo aprovecha hasta el final. Sí, lo sé, el histrionismo de Titus puede terminar cansando pero, al final, se le coge cariño -el momento videoclip-. Y ahora hablemos de Carol Kane y de por qué todavía nadie le ha dado el reconocimiento que merece… Somos tan cortos de miras.

7. Mad Men. ¿Se puede vivir en este mundo sin haber visto Mad Men? Solo si se mantiene en silencio. Lo mismo ocurre con Breaking bad, con A dos metros bajo tierra, con The wire, con todos estos productos que han dejado de ser series para convertirse en religión. Yo le estoy poniendo remedio. Todavía me queda el final. A partir de ese día podré salir a la calle con la cabeza bien alta y mirar directamente a los ojos de la gente. Mientras tanto, continúo siendo ciudadano de segunda, de esos que no viven, subsisten.

8. Scream Queens. Hace un tiempo hablé largo y tendido de Scream Queens, esa invención autocomplaciente que pasará al olvido más rápido de lo que creemos -de hecho, igual ya nadie se acuerda de ella-. Una nueva creación de Ryan Murphy, el mayor impresentable que ha creado Hollywood, que peca de lo de siempre aunque acierta más de lo que nos tiene acostumbrados. El reflejo perfecto de lo que significó 2015. El ejemplo idóneo que rescatarán los historiadores del futuro. Ahora, si crea un spin off de Denise Hemphill estoy dispuesto a retractarme de todo, organizar un crowdfunding y dedicarle una rotonda en la ciudad de España que elija.

9. Empire. No he tenido tiempo todavía para ver la segunda temporada de Empire, aka ‘La vida de Cookie Lyon y de todos los demás’, y, la verdad, no sé cómo he llegado a permitirlo. El fanatismo que experimenté con la llegada de esta versión renovada y musical de Dinastía debe haberse enfriado con el paso del tiempo. Aun así, debería ponerle remedio. Ya he leído que no es como la primera, que las audiencias en Estados Unidos no han sido tan explosivas y que un ser humano no puede soportar tantos giros indescriptibles de guión, pero si tuviese que hacer caso a todo lo que leo a diario… No tendría tiempo ni siquiera para ver series.

10. Happy Valley. Dos años ha tardado en estrenarse la segunda temporada de Happy Valley. Las aventuras de la sargento Catherine Cawood parecía que se iban a quedar pospuestas para siempre. Tampoco sería de extrañar, ya que no fue un boom, pero la historia merecía una continuación. Lo que parece que va a ser otra serie más de policías en entornos rurales que acaban teniendo que lidiar con crímenes que escapan a su competencia da un giro y termina siendo interesante. Denle una oportunidad si ya están al día de Girls. Total, si lo de Lena Dunham les parece entretenido a estas alturas, no puedo ni imaginar lo que experimentarán con otras series. ¡Un besi Lena!

Bonus: Juego de tronos. Desde aquí lo digo alto y claro. Ojalá en la próxima temporada de Juego de tronos maten a todos los personajes y acabemos de una vez con esta farsa. ¿Qué sentido tiene ver una serie cuyo creador se pasa el rato viendo la propia serie para ir adaptando sus novelas a lo que quiere el público? A este ritmo, tendremos Juego de tronos hasta 2075 y miren, no. Si la ciencia avanza para poder descargar nuestro cerebro en un cíborg y vivir eternamente como un robot no es para seguir viendo Juego de tronos. Ya vale.


Nos toman el pelo

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Nos toman el pelo. Desde todos los lados, a manos llenas, con la mirada fija y la sonrisa inerte. Nos toman el pelo sin miramientos, a sabiendas, creyendo que no nos damos cuenta, asumiendo que pueden hacerlo. Nos toman el pelo en público, lo repiten en privado, inventan acertijos, complicadas estructuras, imposibles devenires. Nos toman el pelo con fluidez, retorciendo las palabras, ajustando el lenguaje, adiestrándonos para que no pensemos. Nos toman el pelo sin vergüenza, sin remordimientos, sin sentimiento de culpa. Nos toman el pelo y dejamos que nos lo tomen. Se lo ofrecemos, nos arrodillamos, genuflexionamos, nos arrastramos. Nos toman el pelo y nos gusta que nos lo tomen. Les admiramos, les aplaudimos, les abucheamos, nos enfadamos, pataleamos, gritamos, les hacemos trending topic. Nos toman el pelo en conjunto, en solitario, por la izquierda, por la derecha, en el inexistente centro. Nos toman el pelo en nuestro nombre. Nos toman en el pelo en el suyo. Nos toman el pelo y no pasa nada. Les dejamos que continúen. Renunciamos a reflexionar, sucumbirmos a enjuiciar. Nos bañamos en saliva rabiosa, obedecemos sus órdenes pensando que son las nuestras. Nos entregamos en cuerpo y alma. Nos corrompemos. Nos ninguneamos. Nos toreamos. Nos destruímos. Nos toman el pelo y renunciamos a verlo venir. No nos interesa. No les interesa. Nos toman el pelo.


¿Y si, al final, resulta que no se puede?

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Resulta muy complicado alejarse de la realidad, cuando, en verdad, esas son las verdaderas vacaciones. El devenir social nos ha puesto en un punto de no retorno. Uno en el que medimos a los demás con una vara muy distinta de la que utilizamos para nosotros mismos. Uno en el que exigimos comportamientos que no realizamos, en el que pedimos demasiado y ofrecemos muy poco. No nos importan las consecuencias de nuestros actos pero queremos que las de los demás nos respeten. Creemos poseer la verdad y menospreciamos a cualquiera que trate de rebatirnos. Hemos conseguido, gracias a la ilusión de la palabra escrita, que nuestras opiniones suenen categóricas, que nuestros rebuznos de barra de bar creen escuela y nos condecoren como líderes. Aupamos a la cúspide del pensamiento a seres que no son más que pura indiferencia, mediocridad en ciento cuarenta caracteres. Y parece que a nadie le molesta.

Subtitulamos nuestro nombre con una profesión, con un mero adjetivo, como si eso nos validara de cara a la eternidad. Lo vemos a diario en ese inframundo de redes sociales. ¿Qué debe pasar por la cabeza de alguien para resumirse en un sustantivo? ¿Qué debe pensar para creer que ese sustantivo tiene valor, tiene entidad? Nos hemos convertido, aun sabiendo que ya lo éramos, en meras mercancías. Siempre lo hemos sido, sí, pero ahora somos conscientes y no nos importa. Renunciamos a lo que haga falta con tal de agradar. Fingimos en público y tratamos de matizar en privado. Como antes, claro, pero sin vernos las caras. Mentimos para la humanidad, para los posibles lectores que aterricen en nuestros pensamientos, sin un objetivo concreto, sin un receptor individualizado. Y lo hemos asumido como habitual. Nos creemos dioses. Hemos caído en la necesidad de la declaración. Como si a alguien le importase lo que pensamos. Como si nosotros, en realidad, fuésemos ese alguien.

Podría concretar. Podría hablar de la decepción que me produce ver a personas inteligentes decantándose por opciones políticas que no les pertenecen, del sentimiento de frustración que siente cualquiera cuando ve como las promesas no son más que palabras en el aire a las que se puede renunciar incluso antes de empezar, de la facilidad con que vendemos nuestras ideas cuando alguien nos lo pide. Podría hablar de la apatía social, del tiempo que pasa sin que hagamos nada, de la absurda inversión en redes sociales cuando deberíamos estar haciendo algo que pueda suponer un cambio vital. Podría hablar de los peligros de la nostalgia, de la presencia excesiva en nuestras rutinas, de mirar al pasado para no echar un vistazo al presente. Podría hablar de las cosas importantes, de esas que no quieren que hablemos, de esas que provocan malestar. Podría hablar de muchas cosas pero serían mis cosas.

Cada uno que piense en lo que quiera, que saque sus conclusiones, que lea mis párrafos o que se los salte. ¿Qué más da? A diferencia de muchos, no considero que eso sirva para nada. El mundo continuará sin necesidad de mis aportaciones. Debemos saber qué lugar ocupamos. No es difícil, tan solo hay que prestar un poco de atención y dejarse los egos en casa. Sabiendo la casilla que ocupamos podremos enfrentarnos a todo con mucha más entereza. Claro que, ¿para qué queremos entereza cuando tenemos followers? A la felicidad por el onanismo virtual. Eso es lo único que cuenta hoy en día. Eso recordaremos de los años 10.



Tupés cardados y pectorales hinchados

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Estoy estéticamente aburrido. Reconozco que ya no puedo más. No soporto salir a la calle y cruzarme, una y otra vez, con el mismo prototipo de hombre. Me aburre la clonación que experimentamos, sobre todo, en el sector masculino de la población que entra dentro de la etiqueta de ‘joven’ -no seré yo el que delimite dónde termina la juventud y acabe echándome piedras en mi propio tejado-. También en el femenino, pero ahí, al menos, encuentro ciertas divergencias que me devuelven la esperanza. Una mínima y un tanto moribunda, pero esperanza al fin y al cabo. Recuerdo, con cierta nostalgia, los tiempos en los que cada uno podía aventurarse hacia rincones diferentes y me pregunto: ¿qué hemos hecho mal para acabar en este punto? Ojalá tuviese la respuestas, pero, por el momento, me tengo que conformar con la pregunta.

No puedo ya más con los tupés cuidadosamente salvajes con su correspondiente rasurado en las sienes. No puedo ya más con las camisas abrochadas hasta el último botón del cuello. No puedo ya más con los pitillo hiperajustados de cintura baja. No puedo ya más con los tobillos al aire y los calcetines de tiro corto. No puedo ya más con las zapatillas avejentadas. No puedo ya más con las parkas que terminan en punta por la espalda. No puedo ya más con chaquetitas cortas de polipiel siempre semiabrochadas. No puedo ya más con las barbas mal perfiladas a la alturas del cuello -atención, la papada-. No puedo ya más con el mismo bícep y el mismo pectoral hinchado. No puedo ya más con la dictadura de las tiendas low cost. No puedo ya más con casi nada de lo que me encuentro a diario. Y, lo peor de todo, es que el problema lo tengo yo, no los que caen en la marmita del conformismo.

Sí, sé que rápidamente los afectados -todos aquellos que pasan minutos peinándose el tupé delante del espejo cada mañana y despeinándoselo a lo largo del resto de la jornada- enarborlarán la bandera de la libertad y del ‘eso no es más que envidia’. La excusa que todo lo puede en este bananerismo en el que nos movemos. Pero viven muy equivocados. Me sorprende encontrarme tantos clones en redes sociales y observar el éxito y los piropos que despiertan por el simple hecho de haberse unido a la norma. Sí, tal cual. No es que sean más atractivos o menos, no es que tengan mejor o peor gracia a la hora de fotografiarse, es que, simplemente, siguen los códigos que deben seguirse en el momento actual y eso es ya más que suficiente. ‘Como ha ocurrido siempre’, escucho así a lo lejos. Y sí. Pero no. Piensen en sus épocas de instituto y recuerden sus estilismos y los de sus compañeros de clase. Ahora, acudan a la puerta de un instituto y observen. Clones. Uno detrás del otro.

La tiranía de la ropa asequible -esa que tiene detrás el sufrimiento de mucha gente- ha impregnado tanto la sociedad que ya no pensamos en nada más. Hacemos lo que se nos dice que debemos hacer y lo hacemos con tranquilidad y pasotismo. Vamos a la peluquería, nos atusan el tupé y nos rapan los lados y subimos una fotografía a twitter con un recurrente ‘estrenando peinado’. ¡Pero si es el mismo que lleva, literalmente, todo el mundo! Da igual. Ahora nos vemos guapos -e integrados en el mercado- y recibimos varios ‘¡guapo!’ en cuestión de segundos. Todo funciona bien. El sistema se sustenta. A mí, claro, tan solo me produce tristeza, pero ya saben que yo soy un hombre confuso. Y los hombres confusos no casamos bien con la realidad.

En la imagen, Daniel Sisniega fotografiado por David Suárez.


La pesadilla del colaborador web y freelance

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Observo con cierto temor -creciente- todas y cada una de las declaraciones de los dirigentes del país acerca de los trabajadores autónomos. Cada uno, ya saben, barre hacia su casa y se preocupa por lo suyo. Menos mal que no todos no somos igual de egoístas, si no, apañados estábamos. Pero a lo que iba. Hace cosa de unos tres años dejé la comodidad del contrato laboral -o más bien él me dejó a mí- y pasé a engrosar esa larga lista de residuos sociales que dicen trabajar por cuenta propia. Fui a una oficina gris, hice mis papeles, me di de alta en cosa de media horita y pasé a facturar cada mes como si lo hubiese hecho toda mi vida. No hay más complicación para los que, como servidor de ustedes, ‘no tienen nada’. Luego hay quién se extraña, viendo las declaraciones fiscales de políticos de nuevo cuño, que no tengan dinero en cuentas corrientes o propiedades a su nombre, pero, claro, es gente que vive muy alejada de la realidad. Por regla general, los treintañeros no tenemos nada. Bueno, sí, canas incipientes, pero poco más.

Así, sin pretenderlo, pasé a responder con un ‘soy colaborador freelance’ a quién me preguntaba por mi forma de sustentarme. Yo, que llevaba muchos años escribiendo por placer en este blog, entrando de lleno en la mercantilidad de la palabra. Quién me ha visto y quién me ve. De algo se tiene que vivir. Aunque, tal vez la cuestión sea matizar el ‘vivir’. Para que una persona sin demasiados gastos pueda subsistir como colaborador en medios digitales debe escribir entre 55 y 70 artículos al mes. Y eso partiendo de la base de que se trate de medios asentados y bien remunerados. En los demás, donde las cantidades por texto bajan de los 20 euros brutos -incluso de los 10-, la suma se vuelve imposible. Eso implica, si se quiere descansar algún día a la semana, escribir entre 4 y 5 textos diarios, llueva o nieve, truene o haga sol. Prueben a hacerlo durante una temporada y luego vienen a contarme los resultados.

La cosa, claro, cambia enormemente cuando hablamos de publicar en formato físico. El mismo trabajo, exactamente el mismo, puede llegar a cuadriplicar su remuneración si en lugar de en la web, aparece en papel. Así los números empiezan a cuadrar un poco más, aunque las cuantías continúan siendo ridículas. Entenderán, con este panorama, el excepticismo que despiertan las consignas tipo ‘no hace falta papel‘. Por supuesto que no hace falta. Por supuesto que el futuro no puede ser igual que el pasado. Por supuesto que la irrupción de tabletas y móviles gigantes hace que la industria deba cambiar. Pero con estos precios, ¿quién va a poder vivir a partir de ahora? La fuga de colaboradores es más que inminente. Y lo digo yo, que me dedico a escribir sobre chorradas sentado en una silla no demasiado cómoda. Piensen en los enviados especiales, en la gente que, de verdad, arriesga su existencia para que los demás conozcamos la realidad, facturando a 30 euros, menos irpf, cada una de sus crónicas. ¡Qué gran profesional! ¡Qué buenos esos 430 euros al mes que se lleva calentitos!

Con esta situación, entenderán que a uno le inquieten sobremanera los movimientos que se perciben en la lejanía con la manida cuota de los autónomos -día de la marmota-. Terror es poco para lo que siento. Contando que ya hemos visto como se pretende obligar a pagar 45 euros a los que no llegan ni al salario mínimo interprofesional -actualmente hay jurisprudencia que les exime del pago-, una aberración que evidencia la poca visión -o la mucha picardía- en el tema, la cosa puede ponerse muy complicada. Auguro tiempos muy negros para los pobres colaboradores freelance. Y ya no digamos a los que se ciñen a la web y los medios digitales. No es nada que no pueda extrapolarse a casi cualquier sector profesional, sí, lo sé. Así de triste es la situación que vivimos. Esa que se nos niega y maquilla. Pero, como decía al principio, cada uno barre para lo suyo. Y yo ya tengo la moqueta repleta de polvo…

En la imagen, Steve McQueen, porque algo bonito había que sacar de todo esto.


El amor

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El amor es un rayo de luz indirecta, una gota de paz, una fe que despierta, un zumbido en el aire, un punto en la niebla, un perfil, una sombra, una pausa, una espera. El amor es un suave rumor que se acerca, un timbre a lo lejos, una brisa ligera, una voz en la calma, un aroma de menta, un después, un quizá, una vez, una meta. El amor va brotando, entre el aire y el suelo, y se palpa y se siente y hay quien puede verlo, y hace que te despiertes y pienses en él, y te llama despacio, rozando tu piel.

Vuelvo. Más bien lo intento. Prometo que lo conseguiré. Este blog ya era antes así. Tampoco hay de qué extrañarse. Lean. Salgan. Disfruten. Suden. Hagan todo lo que les apetezca como si no existiesen las redes sociales. Vivan y luego cuéntenlo. No les resultará difícil. Antes, como este blog, ya eran así. ¿Qué les ha hecho cambiar? ¿Qué les ha llevado a ser como nunca pensaban que iba a ser? No es más que la evolución. El constante devenir. Nada contra lo que podamos luchar. No piensen tanto. Yo prometo no hacerlo. Me cuesta, pero lo prometo. El amor te hipnotiza, te hace soñar, y sueñas y cedes y te dejas llevar


‘Tiene pinta de pasiva’

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Me repito, sí. Pero es que la realidad me empuja a hacerlo. No soy yo, son ellos. Hace escasos minutos presenciaba una conversación en redes sociales en la que varias personas, hombres homosexuales en su mayoría, se intercambiaban gifs, esa horrible costumbre que ha invadido webs y medios porque, claro, ¿para qué contar las cosas si podemos entretener al lector con bobadas? La era de la compresión lectora terminó hace mucho. En fin, a lo que iba. En esta dicharachera conversación, los implicados opinaban sobre los sexies hombres musculados de los gifs con la pretendida autoridad que todos creemos tener -yo el primero-. A unos les parecían todos bien, otros pensaban que tenían poco músculo -abriría el melón de la obsesión con el físico, el gimnasio y los batidos de proteínas, pero tengo el día muy completo y no podría atender el revuelo-, y entonces, ha saltado la liebre. ‘Tiene pinta de pasiva‘, sentenciaba uno de los contertulios virtuales. ¿Pinta de pasiva? Allá vamos…

Ya escribí hace un tiempo, tanto aquí como en la revista Shangay, mi alegato a favor del ‘orgullo pasivo‘. Un texto y una reivindicación que ha vertebrado mucho de lo que ha aparecido en este blog desde entonces. Y no debería tener que volver a repetirme si, cada día, no se presentaran ante mis ojos flagrantes denigraciones en forma de comentario jocoso y entretenido. En el caso, claro, de que consideren que éste es un asunto divertido. Exactamente, ¿qué es tener pinta de pasiva? ¿Qué cualidades físicas o actitudes sirven para calificar a alguien de pasiva? ¿Qué juicio de valor viene adscrito cuando sentenciamos que alguien tiene pinta de pasiva? Entenderán que una agria sensación me recorra la boca del estómago cada vez que vuelvo a enfrentarme con el mismo asunto. Y no, no es un hilar demasiado fino, no es un tomarse las cosas a la tremenda. El poder del lenguaje es prácticamente infinito y hay comportamientos que deberíamos frenar o contener antes de terminar arrepintiéndonos. Echen un vistazo a su alrededor y reflexionen.

En el colectivo gay -qué miedo formar parte de algo llamado colectivo- hemos decidido guardarnos para nosotros los mismos tópicos y estereotipos que las mujeres llevan años denunciando y contraatacando. Hemos relegado a los que son penetrados a un escalón inferior. Les hemos dotado de las características con que la sociedad -machista por definición- ha construido el personaje femenino. Rasgos finos, sentimientos a flor de piel, poca convicción, escasa fuerza y emociones cambiantes. Hemos aplicado la misma dicotomía dependiendo de la posición en la que se mantengan relaciones sexuales, hasta el punto que son una constante las exclamaciones de sorpresa cuando alguien interpreta un rol que no es el esperado según su físico. ‘¡Pero si es pasivo!’. Como si para disfrutar de los placeres del sexo anal uno tuviese que tener una morfología determinada. Y a muchos les parecerá una broma, un guiño de complicidad entre miembros del mismo entorno, pero no se engañen. A los hombres heterosexuales también les parece una chorrada hablar de feminismo.

Me entristece comprobar como no hemos avanzado nada. Como un sector de la población que ha sufrido la discriminación en sus propias carnes, y que la sufre a diario -muchas veces de manos de los responsables políticos del país-, sea capaz de ejercer el mismo estigma con aparente naturalidad. Como se denigra, se margina y se discrimina con impunidad y se resta importancia cuando alguien da un golpe encima de la mesa. Todos deberíamos ser más conscientes de nuestras actuaciones y tratar de corregir aquello que no nos gustaría que nadie hiciese con nosotros. Preguntémonos cómo hemos llegado hasta aquí, por qué hemos vuelto a caer en los tópicos que antes combatíamos, qué nos ha faltado y qué nos sigue faltando. Busquemos el origen del problema. Solamente así podemos construir una sociedad mejor. Puede que todo esto les parezca una exageración. Puede que, total, tampoco sea para tanto. Ahora piensen en las agresiones que se producen cada fin de semana. Ahora, hablemos de pintas…


Muerdealmohadas

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Cada vez que Víctor Algora comenta algo en alguna de las redes sociales que manejo, con cierta soltura debo añadir -excepto Snapchat, un invento que todavía no he entendido para qué sirve y al que no pienso dedicarle mi tiempo-, aparece un seguidor del cantante para alabarme sus bondades, tanto interpretativas como, sobre todo, físicas. Cómo si los demás no nos hubiésemos dado cuenta. Algora despierta unas pasiones nunca vistas y no sé hasta qué punto es consciente de ello. Es el sex symbol underground por excelencia. El hombre con el que todo el mundo desea compartir una larga noche de pasión y sexo desenfrenado. Supongo que deben pensar que, tras el intercambio, se les pegará algo del talento que derrocha en cada una de sus canciones. Pobres ilusos, si eso fuese posible, tendría cola delante de su puerta. Yo el primero, que quede claro.

La envidia me corroe cada vez que escucho una de sus nuevas composiciones. ¿Cómo puede hacer que algo tan complicado parezca tan fácil? ¿Cómo consigue transmitir sensaciones como si fuésemos nosotros los que las estuviésemos viviendo? Sí, no son más que obviedades, pensamientos que todos repetimos cuando nos encontramos ante alguien con un don para el arte, en la manifestación que corresponda. Pero no por eso dejan de ser verdad. Acabar colando como uno de los grandes temas del año algo tan aparentemente natural como la comparación entre el latido del corazón y los partidos de baloncesto no es tan sencillo como pensamos. Ni siquiera teniendo a la Prohibida por delante. Y menos en una sociedad como la nuestra, que se encarga de menospreciar cualquier cosa que hagan los demás con el férreo argumento de ‘eso también lo hago yo’. Desde el sofá, se entiende.

Espero con ganas el nuevo disco de Algora, como he esperado con ganas cada uno de sus anteriores trabajos -espero que hayan contribuido en el crowdfunding-. Espero con ganas sus conciertos, y eso que yo no soy nada de conciertos -tampoco de festivales, aunque de eso no pueda hablarse en público-. Espero con ganas que la bonanza llegue a su puerta y pueda vivir desahogadamente de la música, que es lo que debería estar haciendo ya. Espero con ganas un café en su compañía, aunque para eso tendría que salir yo de este ostracismo que me he construido, y fuera, reconozcámoslo, no se está tan tranquilo como en casa. Espero con ganas su posado con desnudo integral, a poder ser en este blog que también es el suyo. Espero con ganas la flecha azul de la noche y baila, baila pegamoide. Lo espero todo con ganas.

Debería dedicarme a hablar más de lo que me gusta y menos de lo que me preocupa. Me lo recordaré la próxima vez que me siente a escribir. A ver si soy capaz de hacerlo.


Masturbarse siempre es la mejor opción

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Darse importancia es pensar que alguien está esperando un texto tuyo. En los tiempos que corren, repletos de columnistas estrella y hechiceros de la palabra, de lo que vamos servidos es de opiniones. Escribía hace unos segundos en otro ámbito -uno de esos que me alimentan a fin de mes- que haberle dado un altavoz gratuito y libre a cada ciudadano no ha hecho más que evidenciarnos el estado de salud de nuestra sociedad. Lo que antes escuchábamos por la calle, con la confianza que da el sentirte acogido en un grupo que te escucha, ahora lo lanzamos al ciberespacio -¿se acuerdan cuando se utilizaba este término?-, con el objetivo de que alguien repare en nuestro intento y lo aplauda o nos lo rebata. Nada parece poner tanto a nivel virtual que una buena discusión. Imagino a los polemistas de redes sociales respondiendo con una importante erección o la vagina lubricada, dependiendo de la genitalidad de cada uno. Pero a lo que iba. ¿A quién le interesa la opinión de un hombre confuso como yo? Pues a nadie. Es lógico.

Perdemos oportunidades de oro cada pocos segundos. Podemos ayudar a construir y lo dejamos pasar. Es el sino de los tiempos, tampoco hay que llevarse las manos a la cabeza. Todo lo que no se acomode a la perfección a nuestra concepción del mundo está equivocado y debe ser aniquilado con la mayor rapidez -y el mayor show- posible. Pedimos a los responsables políticos que dialoguen, que acerquen posiciones, que se entiendan, mientras libramos encarnizadas batallas en twitter. Argumentar en 140 caracteres es algo tremendamente complicado. Deberíamos darnos cuenta. Todo lo que podamos decir en un tuit está destinado a ser cuestionable. Ahí está la gracia de la red social del pajarito. Por eso, a veces, es mejor opinar -si es que hay alguna necesidad para hacerlo- de otras formas. Puede que se pierda la gracia que algunos buscan, pero se crea menos ruido. Y el ruido, no nos equivoquemos, molesta y no deja dormir bien. Disfrazamos nuestra opiniones de verdad y las convertimos en mantras y dogmas. Creemos que no se nos transparenta lo que queremos decir cuando se nos huele a la legua. Cual folclóricas lanzamos mensajes que creemos ocultos, sin reparar en que cualquiera puede descifrarlos sin dificultad. Más que ilusos somos idiotas.

Deberíamos invertir nuestros esfuerzos en las cosas que verdaderamente importan. Ir al contenido y no perdernos en el continente. Situarnos unos centímetros por encima de la superficie y tratar de escribir desde ese punto. Y si no se puede, probar a masturbarse antes y luego continuar. Una vez corrido, todo se ve con mejor humor. Puede que así consigamos lo que buscamos sin perdernos demasiado por el camino. La naturaleza no ha hecho que nuestras manos lleguen a nuestros genitales por puro capricho. Ténganlo en cuenta. Y disfruten. En todo. Abran melones, sí, discutan con cabeza y denuncien. Alguien va a tener que hacerlo y podemos ser nosotros. ¿Quién nos lo impide? Pero seamos consecuentes con lo que hacemos. Si es blanco, es blanco, por mucho que nos empeñemos en creer que es otro color. No pretendamos engañar al que nos lea. El pobre ha hecho el esfuerzo de venir hasta aquí sin que nadie se lo pida. Que se marche con un buen sabor de boca, ¿no creen? Y eso no significa dorarle la píldora a nadie, no se confundan. Que, para eso, ya tenemos instagram.

Y ahora, dejen de perder el tiempo en blogs como éste, que ni les van, ni les vienen, y aprovechen la tarde del lunes para entregarse al placer. Bájense los pantalones y disfruten. Es mi consejo confuso de hoy. De nada.


25 recomendaciones literarias de 24 estrellas confusas

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Pocas celebraciones me interesan más que Sant Jordi. Un día concebido para que los libros sean los protagonistas. Dejémonos de cantos a religiones que nos estigmatizan, de fiestas populares destinadas a exaltar las peores cualidades del ser humano, de importaciones ajenas que nos ponen, a veces, un tanto contra las cuerdas, y hablemos de libros. Algo que no hacemos tanto como deberíamos por ese ostracismo al que se ha relegado a la cultura en España. En un alarde de sectarismo, hemos -han- decidido que hablar de cualquier aspecto cultural es incómodo y un tanto peligroso -nada incomoda más que las mentes despiertas-. ¿Cuándo vamos a dar un golpe sobre la mesa? ¿Cuándo vamos a salir a la calle a decirles a los que nos oprimen que aquí también se lee? ¿Cuándo recogeremos nuestro orgullo del suelo y nos levantaremos de la silla? No imagino un paraíso en la Tierra mejor que una librería. A ustedes debería pasarles lo mismo.

Para celebrar el día de los libros y las rosas le he pedido a 24 estrellas confusas que recomienden un libro. Antes de que comiencen a rasgarse las vestiduras -piensen que hay muchos años por delante-, tengan claro que ha sido una selección basada en el amor, la admiración y, por qué no decirlo, el tiempo. Si de mí hubiese dependido, ahora mismo las recomendaciones estarían pasando la centena y se publicarían en formato revista. La vida es así de injusta. ¿Todavía no han decidido qué libro regalar hoy? Pues hagan caso a estas 24 personas y a servidor, que también aporta su granito de arena…

Valeria Vegas (click)

Don de lenguas, de Rosa Ribas
Narra las peripecias de una periodista en los años cincuenta, dispuesta a esclarecer los hechos sobre un misterioso asesinato. No soy muy dada a la novela policiaca pero esta me encantó, quizás por sus continuas referencias a la España del momento. En la actual venta de objetos personales de Sara Montiel me regalaron su autobiografía. Aunque ya la tenía, no pude resistirme a volver a releerla. No tiene desperdicio; Súper Sara en estado puro.

Sr. Paco Tomás (click)

Yo te quise más, de Tom Spanbauer
Porque siendo un escritor que pareciese estar escribiendo siempre la misma novela, tiene el prodigioso talento de hacerme sentir como si fuese la primera vez que le leo, que me adentro en su universo de silencios y dolores reprimidos, de hostias como panes y amores conflictivos. Sí, es un poco intenso Spanbauer, lo sé; pero yo, cada año, cuando inauguro una agenda, lo primero que escribo es una cita suya: “Escribo porque no puedo hablar y llorar al mismo tiempo”. Con seguridad esta sea la peor manera de recomendar un libro en esta sociedad del entretenimiento, de la risa simplona porque para sufrir ‘bastante tenemos ya con la vida’, esa sociedad que cada vez que rechaza un libro como ‘Yo te quise más‘ se empobrece un poco.

Rubén Linde (click)

El rapto de Britney Spears, de Jean Rolin
El sensacionalismo campante en los medios de comunicación cobra aquí un nuevo sentido con una ficción sobre un grupo terrorista islamista que amenaza la tranquilidad de la exprincesa del pop. Los cimientos de la cultura pop estadounidense y el submundo de las celebridades en Los Ángeles se tambalean en una sátira que roza lo sublime del humor negro. Una biblia incontestable sobre el apoteosis de las ‘it girls’ de los 2000.

José Luis Romo (click)

Todas las noches de un día, de Alberto Conejero
Cuando el Hombre Confuso me propuso que recomendar un libro, tuve claro que iba a arrimar el ascua a mi sardina. No, no voy a recomendar la literatura erótico-peluda de Bob Flesh (Palabra de oso), pero sí un título de teatro, concretamente Todas las noches de un día, de Alberto Conejero. Si algunos de mis mayores placeres los encuentro en un patio de butacas, también pueden venir leyendo un libreto en casa y tirando de imaginación. El teatro también se lee. Éste título de Conejero es un prodigio de carpintería dramática que funciona a la perfección en varios niveles. Por un lado, como historia gótica de fantasmas llena de romanticismo; Pero también como thriller con arranques de sexo turbio que hará las delicias de los fans de Casa y jardín. Todo ello redondeado por la poética prosa de Alberto, el dramaturgo en mejor forma del momento.

Óscar Espirita (click)

Por el culo, políticas anales, de Javier Saez y Sejo Carrascosa
Se trata de un ensayo sobre el culo, el activismo pasivo y la dignificación del sexo anal. Un libro imprescindible para una sociedad que aún sigue tratando como negativo algo que en realidad es maravilloso.

Ianko López (click)

Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas, de Michel Foucault
Porque su ambición desmedida convive con un discurso algo farragoso, pero sobre todo con un estilo seductor que lo convierte en la lectura más fascinante de los últimos tiempos. Es una prueba eficiente de que, bien contadas, las ruedas de molino nos saben deliciosas. Y de que hay en la realidad tantas realidades como uno quiera, a condición de que estén pintadas de un modo tan vívido como Las Meninas de Velázquez. Y porque este año se cumplen 50 de su publicación.

Álex Pler (click)

Vive deprisa, de Phillipe Besson
Imposible no amar a James Dean. Así que un libro que cuente su vida íntima ya me tenía ganado de entrada. Pero si además se atreve a hacerlo como si fuera un documental, con la visión de quienes les conocieron: familia, amantes, amigos… entonces ya solo puedo postrarme ante él. Imprescindible para mitómanos.

Mario Izquierdo (click)

Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago
Gracias a este gran escritor portugués comencé con mi verdadera afición por la lectura. A pesar de que casi todos sus libros me han gustado, me quedo con este por describir el instinto de supervivencia humano con tanta brutalidad y violencia. A esto hay que añadir su famoso juego con los signos de puntuación, que me pierde.

Javier Diaz Guardiola (click)

Una barba para dos, de Lawrence Schimel
Digamos que como en las últimas semanas he estado elevando la temperatura del personal (y como aquí hemos venido a hablar de mi libro, pues yo les recuerdo el mío en forma de expo: “Solo es Sexo”, en la galería Fernando Pradilla de Madrid. Fin de la cita), mis lecturas y relecturas no han salido de estos “círculos viciosos”. Y, entre las mejores, Una barba para dos de Lawrence Schimel. Uno de esos textos que, si se quiere, se puede leer con una mano, porque la otra se necesita para anotar a pie de página todo lo que nos van sugiriendo estos cien microrrelatos eróticos en clave gay (en este caso, el tamaño no importa), donde –qué duda cabe– sobresalen los que nos “follan” con la cabeza. Porque, y esto es así, el cerebro es y será siempre el mayor órgano sexual del ser humano.

Ruth Uve (click)

El cuerpo nunca miente, de Alice Miller
Un libro en el que Alice Miller explica de manera muy concisa, la relación tóxica que existe entre padres e hijos. En como nos pueden afectar determinadas memorias emocionales, gestos y comportamientos que se transmiten de generación en generación y que nos pueden dificultar mucho la vida si no somos capaces de reconocer y asimilar. Un manual que te ayuda a ser consciente de determinados comportamientos ajenos y propios, que a pesar de tratar sobre un tema con gran profundidad psicológica se hace muy ameno y esclarecedor. Recomiendo regalarlo sobre todo a novios que no vienen con los deberes hechos o a aquellos que consideren que enfrentarse a una terapia es para personas que viven en otro planeta. Perfecto para optimizar relaciones y como punto de partida para construir emociones positivas.

Juan Soto Ivars (click)

Los primeros días de Pompeya, María Folguera
Recomiendo esta novela porque sitúa sobre el mismo plano la ambición de transformar Madrid en una ciudad-casino y la destrucción de Pompeya bajo la piedra hirviente del Vesubio. María Folguera, que nos tiene acostumbrados a la dirección de teatro y la dramaturgia, consigue que los personajes de su novela sean reales y sugestivos, y nos pone con ellos ante el dilema de la crisis moral de la pobreza y de la muerte.

Dr. Insermini (click)

La impaciencia del corazón, de Stefan Zweig
Me acuerdo muy a menudo de ella. Me gusta mucho cómo el relato de una sencilla historia de amor termina resultando tan devastador como la bomba H. La novela muestra sin ñoñería alguna cómo lo glorioso y lo mezquino van de la mano en la naturaleza humana. Me dejó en shock.

Roberta Marrero (click)

El funcionario desnudo, de Quentin Crisp
Yo recomiendo El funcionario desnudo de Quentin Crisp, las increíbles memorias de alguien que luchó contra todo y todos por ser él mismo y que nunca tuvo ningún interés por encajar en ningún grupo social. Un mensaje más que vigente en estos tiempo de “normalización” a toda costa que resultan muchas veces vergonzantes.

Carla de La La (click)

El mundo como voluntad y como representación, de Arthur Schopenhauer
“Hay seres de los que no se concibe cómo llegan a caminar sobre dos piernas, aunque eso no signifique mucho”; “Los amigos se dicen sinceros; ¡los enemigos sí que lo son! Por eso debiera tomarse la crítica de éstos como una medicina amarga, y aprender por ellos a conocerse uno mejor”; “Cuantas menos razones tiene un hombre para enorgullecerse de sí mismo, más suele enorgullecerse de pertenecer a una nación”; ”Las religiones son como las luciérnagas, sólo brillan donde hay oscuridad”. El mundo como voluntad y como representación de Schopenhauer es mi libro de cabecera, mi biblia, mi Corán… desde los 20 años… El más completo, inteligente y cómico análisis del mundo después de Platón, Hume o Kant mezclado con las filosofías hinduista y budista; se considera la más elaborada manifestación del pesimismo, pero a mí me reconforta y me hace reír a carcajadas. Autores como Freud, Nietzsche, Karl Popper, Cioran y Borges son consecuencia directa de esta obra.

Martín Bianchi Tasso (click)

R.S.V.P., de Elsa Maxwell
Para los amantes del cotilleo recomiendo R.S.V.P., las memorias de la columnista de sociedad y party planner Elsa Maxwell. Hace unos meses encontré un viejo ejemplar en la librería Strand de Nueva York por 20 dólares (en Bergdorf Goodman lo vendían por 150) y cada tanto leo unas páginas y me divierto con las historias de la “vieja, gorda, fea e incluso monstruosa” Maxwell. R.S.V.P. es un “must” para aquellos que nos dedicamos a escribir sobre este mundillo. “Los famosos son como las flores, muy decorativos”, decía ella. ¡Amén!

Carlos Primo (click)

Andarás perdido por el mundo, de Óscar Esquivias
Ahora que vuelve a estar de moda la narrativa breve, hay que leer lo último de un autor que nunca ha dejado de escribir cuentos. Los de Andarás perdidos por el mundo son extraordinarios. Óscar Esquivias tiene una escritura fluida, cercana, y la emplea para crear personajes y tramas impecables. Yo me los he dosificado para tardar más en terminarlo, porque hay algunas historias en las que uno querría quedarse a vivir para siempre. Uno de mis autores favoritos, y un libro perfecto.

Rosa Belmonte (click)

Los papeles póstumos del Club Pickwick, Charles Dickens
Porque no hay necesidad de leer otra cosa existiendo Dickens. Porque incluso su primera novela, la más divertida, es puro Dickens. Aventuras disparatadas, ingenio, humor, elegancia en la escritura y unos personajes inolvidables (un viejo gordinflón es el héroe). En realidad no es una novela. Al menos no tiene ni argumento ni final. Es mejor que una novela.

Pablo Giraldo (click)

Paris-Austerlitz, de Rafael Chirbes
¿Otra novela sobre el sida y la comunidad gay? Sí y no. Para empezar, supone el testamento literario de Rafael Chirbes, y eso ya son palabras mayores. Y para terminar, encuentro extremadamente tierno que el autor que mejor ha diseccionado nuestra corrupción moral cambie de tercio y nos deje el manuscrito de una novela breve de amor –que no romántica– como obra póstuma. Paris-Austerlitz es la historia de la desintegración de una pareja homosexual marcada por la diferencia de edad, clase, origen y, en última instancia, la enfermedad. Paradójicamente, su protagonista desprende una pasión tan honesta y turbulenta cuando rememora la época que pasó junto a su amante, que resulta imposible no rendirse ante este amargo retrato de la condición humana

Benja de la Rosa (click)

Patty Diphusa, de Pedro Almodóvar
Si a un libro hay que tenerlo siempre bien cerca, a Patty Diphusa, como al mejor de tus amantes, todavía más. Patty es picardía, despreocupación, y aunque parezca despistada, ¡no se le escapa una! Patty está muy VIVA. Patty no duerme ni falta que le hace, y folla, folla mucho. Se lo folla todo. Patty es, como cantaba Ray Heredia ‘Alegría de vivir’. Patty es la VIDA, y eso es lo que te inyecta en el bendito momento que decides abrir cualquiera de las páginas de su vida…

Gonzalo Izquierdo (click)

Mis modelos de conducta, de John Waters
Mi recomendación para Sant Jordi es uno de esos títulos que no puede faltar en cualquier biblioteca ‘confusa’ que se precie: Mis modelos de conducta de John Waters, publicado por la editorial argentina Caja Negra. El director de Pink Flamingos repasa cuáles han sido sus -poco ortodoxas- fuentes de inspiración vitales y artísticas, desde Leslie Van Houten (una de las integrantes del clan Manson) hasta Little Richard pasando por Tennesse Williams. Que la cubierta sea de color rosa es también un punto a favor de un libro básico para los fanáticos de la cultura ‘pop’.

Alberto Rey (click)

Tristram Shandy, de Laurence Sterne
¿Es posible recomendar públicamente un libro para Sant Jordi esquivando los compromisos y las diplomacias (libros escritos por amigos, conocidos o uno mismo) y no morir el el intento? Pues sí. Sólo hay que tirar de clásicos, que para algo están (y para algo son clásicos). Y además así te puedes poner estupendo y muy Babelia y sugerir la lectura del Tristram Shandy de Sterne o de la Anna Karenina (re)traducida por Víctor Gallego. Son muy gordos, sí, pero también lo son los best sellers chungos y… no me tiren de la lengua, por favor.

José Manuel Sánchez Duarte (click)

La realidad y el deseo, de Luis Cernuda
Para el chaval de provincias que fui, encerrado y perdido, la lectura suponía romper caminos y abrir cancelas. Luis Cernuda llegó en los tiempos del cólera. Desde entonces su pluma, oculta entre exilios (auto)impuestos, supuso el eterno diccionario del amor. Amar desde los placeres prohibidos, sentir el ruido triste de dos cuerpos cuando se aman, no encontrar palabras porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe. Su libro de vida La realidad y el deseo cambió ciudades y desventuras conmigo. Durmió y cortejó amores y cuerpos en la edad pre-digital. Se hizo mayor siendo refugio subrayado, manoseado y desgastado mientras todo, al menos el amor y el modo de amar, se hacían definitivos. Léanlo en alto y a los suyos.

Lawrence Schimel (click)

Una lectora nada común, de Alan Bennett
Muy divertida novela corta sobre la reina de Inglaterra en un mundo alternativo dónde es una lectora voraz. Descubre la afición por los libros por accidente, un día en que sus corgis se escapan y ladran al conductor del bibliobús. Por cortesía, pide prestado un libro, y cuando lo devuelve topa con un joven chico gay que es el único otro usuario del bibliobús. Por el amor a la lectura nace una amistad inesperada, que tendrá repercusiones políticas además de personales. La novela sirve también como una guía introductoria a la literatura gay, a medida que el joven recomienda libros para la reina (y también al lector).

Leticia García (click)

Oscuridad total, de Renata Adler
Porque ayuda a superar desamores pero de verdad, sin ñoñeces. Desamores de tías listas que no se conforman con mierdas. Y porque la Renata escribe lo que le sale, en plan frenético, a lo loco, como una tuitstar pero en sensata.

 Y después de este texto larguísimo, repleto de recomendaciones magníficas y estrellas que no son de este mundo -pinchen en los enlaces y síganles si no lo hacen ya-, llego yo también como mi propio libro. Tranquilícense, seré breve:

Dos damas muy serias, de Jane Bowles
El libro favorito de Tennessee Williams tenía que ser también uno de mis imprescindibles. Me acerqué a Dos damas muy serias sin saber qué me iba a encontrar y también un tanto cauto por la horrible portada de la edición que guardo en casa. Prejuicios que cayeron en pedazos cuando comencé a leer. Jane Bowles solo escribió esta novela. Normal, no le hacía falta más.



Puertas que se cierran

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Todo parece el título de una novela. Una de estas frases largas y sentidas que se han convertido en marca de la casa de la ‘nueva literatura’ -yo te maldigo Albert Espinosa-. Recorro los pasillos de las librerías y me encuentro, uno tras otro, decenas de títulos intercambiables para textos que, seguramente, también podrían serlo. Puede que no y eso es lo peor de todo. El negocio de la lectura clama que cae en picado. Como todos. Como si no le hubiese ocurrido siempre. Como si no tuviese también su propia culpa. Como si no fuese sangrante que el escritor sea la parte que menos remuneración recibe. Menos mal que en España ya se venden pisos y la televisión nos alecciona de la recuperación. Menos mal. Pero no venía yo a hablar de libros, que ya lo hice hace unos cuantos días con la excusa de Sant Jordi, sino de puertas que se cierran. Giros del destino que, aún esperados, no dejan de ser sorprendentes.

Terminé la semana pasada con el anuncio de la cancelación de una colaboración que llevo realizando casi cuatro años. Muchos meses dedicados, semana tras semana, a pensar baterías de temas, proponerlos con la mejor de las intenciones y trabajar a cualquier hora del día por un sueldo que, si ustedes supieran, morirían de risa. Casi cuatro años en los que he visto desfilar por delante de mis ojos virtuales a tres equipos diferentes que han tratado de impulsar un medio tiritante y a los que no se les ha dejado ni tiempo ni recursos para conseguirlo. Muchas semanas, muchos textos y muchas concesiones que no han sido debidamente valoradas. Terminaba todo, como les decía, con un correo electrónico enviado por la persona a la que le han endosado esta ingrata tarea. No pasa nada. Puertas que se cierran. Hemos pasado antes por eso. Lo volveremos a hacer.

El poco dinero que caía en mis bolsillos irá a parar ahora a dos rostros televisivos, uno con larga y errática trayectoria mediática que acumula menos seguidores en twitter que un servidor -un dato con la misma rigurosidad que medirlo todo en campos de fútbol- y otro capaz de hacer pasar por nueva una chorrada con varias semanas de antigüedad -que en el mundo de las chorradas equivale a unos pocos siglos- sin despeinarse. Dinero bien invertido, sin duda. Mis pensamientos se dirigen a ese pobre mortal que deberá empezar a lucir pierna de vedette para atraer los ansiados clicks ante el fracaso de los nuevos derroteros. No seré yo, ya se lo adelanto. Mis torneadas extremidades, heredadas de la mejor tradición de la revista, se dirigen ya hacia otros asuntos. Sean los que sean. Hemos pasado antes por eso. Lo volveremos a hacer.

Nos hemos acostumbrado a pedir autocrítica y a ejercerla poco. Tenemos desenfundado el dedo acusador pero siempre dirigido hacia los demás. Hemos llenado los medios basados en la palabra con gente que no sabe escribir. Profesionales del lenguaje incapaces de construir frases con coherencia. Como lo leen. Otras virtudes tendrán, no lo dudo. Cada uno que aproveche las suyas como buenamente pueda. Yo, por lo pronto, me marcho con las mías a otra parte. En algún sitio me dejarán anidar, supongo. Total, ¿quién no necesita un hombre confuso a su vera?

En la imagen, una fotografía de Mariano Vivanco.


Los supervivientes

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Sentir la soledad a través de un libro. Vivir una infancia que no has vivido pero sabes que podría haberte tocado. Tú también has sido uno de ellos, pese a que tu suerte ha sido infinitamente mejor. ‘Los supervivientes‘ de Jimina Sabadú ha sido una de mis últimas lecturas. La tenía pendiente durante demasiado tiempo, lo reconozco. Ojalá mis días fuesen más largos. O mejor, mis ocupaciones menos absorbentes. La espera, claro, ha merecido la pena. Nadie como Jimina retrata la sociedad actual. Con algo tan sencillo como la recreación de una simple cadena de mails, consigue plasmar una realidad -la nuestra, la de todos- que a muchos escritores, preocupados por alcanzar la gloria, les resulta demasiado lejana. Como esos columnistas que necesitan tirar de sinónimos y frases inconexas para demostrar su pericia delante del teclado. Como quiénes alardean con la cabeza bien alta de la exquisitez de su verbo creyendo que nadie va a percatarse de sus debilidades.

Nada de eso van a encontrar en la segunda novela de Jimina Sabadú -con su segundo premio debajo del brazo-. Una historia que encuentra en un colegio la excusa perfecta para enfrentarnos a la miseria que nos rodea y de la que, por mucho que nos pese, formamos parte. Sentir el sufrimiento en carne propia, verse reflejado en los personajes, desear que la narración vaya por otros derroteros sabiendo, perfectamente, que esto no va a ocurrir. Un placer para cualquiera que lleve tiempo leyendo lo que Jimina ha ido publicando, por ejemplo, en Mondo Brutto. Una suerte para los que se acerquen a la novela sin saber muy bien qué se van a encontrar, atraídos, tal vez, por la promoción del premio. Ojalá después de terminarla continúen investigando sobre ‘esa autora de nombre tan extraño’ y se encuentren con todo lo que lleva escrito en los últimos años. Alguna utilidad tendremos que darle a Google además de buscar porno y stalkear a los pretendientes, ¿no creen?

Entre mi ¿nueva? obsesión por incentivar la lectura y mi arduo trabajo a hacerles recapacitar cuando se empeñan en rasurarse el vello púbico, creo que me estoy ganando ya algún tipo de premio o reconocimiento. Mandaré a un fan sin camiseta a recogerlo en mi nombre. Ya tengo claro a quién se lo pediré, de hecho. Tan solo falta que ocurra lo imposible. Ay.


La santa tríada virtual

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Mis opiniones, como las de cualquiera, son tremendamente volátiles. Como el mal tiempo en levante. Como el peinado de Pelayo en ‘Cámbiame’. Lo que afirmo hoy con rotundidad, puede que cambie dentro de pocos días, incluso de pocas horas. Imaginen lo que ha pasado en los diez años de existencia de este blog. Bueno, mejor no lo imaginen, ya se lo digo yo. La vida, eso es lo que ha pasado. Si este hombre confuso que ahora les escribe fuese el mismo que lo hacía en 2006, alguien debería tomar cartas en el asunto. Nada más triste que mantenerse eternamente joven, permanentemente inmóvil. Aunque tampoco debería preocuparme demasiado. Nadie lleva aquí diez años siguiendo mis absurdas peripecias como para levantar la mano y opinar. La fidelidad, en la lectura virtual, es pura utopía. Ni yo mismo consigo mantenerla.

Si hubiese decidido escribir este mismo post hace cinco años puede que mi elección fuese distinta -de hecho, lo sería, ya se lo advierto-, pero no los motivos. ¿Quién no tiene, en cualquier aspecto de su vida, espejos en los que mirarse? Esos iconos a los que adorar y envidiar a partes iguales. Maravillas de las que no perderse detalle, musas terrenales -virtuales- que inspiran algunos de nuestros pasos. Desde que comencé mi andadura en estos entornos, muchos han sido los que han ido sucediéndose por el camino. Algunos han desaparecido, otros se han transformado. Solo unos pocos han sabido moldear su esencia. Claro, con este panorama, me he preguntado: ¿a quién me gustaría fagocitar para absorberle todo su talento a día de hoy? Y estos han sido los tres nombres que me han venido a la mente:

Nada importa. Se llama Jesús Terrés aunque muchos le conocerán por su nombre de guerra virtual. Escribe sobre gastronomía con la misma visceralidad que resuelve consultas sentimentales. Ha construido su propio forma de escribir, un sello estilístico que, lo reconozco, me causa gran envidia. Ojalá saber decir tanto con tan poco. Me hizo llorar el otro día con un texto dedicado a su madre. Servidor se emociona con facilidad, no voy a negarlo -la confusión es lo que tiene-, pero consiguió cambiarme el paso. Si han llegado a 2016 sin conocerle, algo han hecho mal. Nunca es tarde para enmendar errores. Pónganse las pilas, que hay mucho que cortar.

Diana Aller. Ya escribí sobre Diana hace un tiempo. La reina de internet, la khaleesi virtual a la que nadie ha conseguido eclipsar. Lleva diez años instalada en el top de blogs con comodidad-cada vez que alguien me define como bloguer me recorre un escalofrío de repulsa por la espalda; espero no ser el único a quién le pasa-, viendo la vida pasar y escribiendo sobre filosofía. Si esto no fuese España, tendría ahora mismo un programa propio de televisión. ‘Lo dice Diana Aller’, todos los días de 8:30 a 9 de la noche. Una vez tuvo su espacio en radio. Bueno, unas amigas suyas. Ojalá volviesen. Algunos estamos huérfanos.

Alberto Rey. Comparte apellido con Bárbara y escribe sobre series. Ahora también lo hace sobre personajes y personajazos. Viaja sin parar, se monta oficinas en cualquier lugar y hace tan fácil la escritura que consigue, sin pretenderlo, dejar en evidencia a mucho columnista que se reviste de estrella. Escribe libros, sale en la tele y ostenta el título de sex symbol instagramer, pese a que permanece inmutable ante los piropos. Nunca deja de sorprenderme su capacidad casi infinita de trabajo. Ojalá todos tuviésemos la misma disciplina. Y el mismo apellido, para qué mentir. ‘De Rey a Rey: una hora con Bárbara y Alberto’ sería mi programa favorito del momento. Si tuviese dinero. Ay, si lo tuviese.


De lo que no se habla, no existe

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Leo que un árbitro que ha sufrido en sus propias carnes los estragos de la homofobia asegura que quiere hacer carrera política en el mismo partido que se manifestó por calles y plazas para negarle sus derechos.  Y no contento con eso, dice que lo hace por defender los derechos que ese mismo partido ha ninguneado. Veo como cada vez se producen más agresiones en los centros de las grandes capitales contra personas del colectivo lgtb mientras algunas asociaciones niegan la realidad escudándose en una mayor visibilidad de las denuncias. Observo la absoluta impunidad con la que las autoridades eclesiásticas vulneran, repetidamente, la dignidad de homosexuales, transexuales y bisexuales y como nadie, nadie, hace nada para remediarlo -será que mis sentimientos no son tan importantes como los suyos, claro-. Compruebo cada día el nulo interés de los representantes políticos en atajar la discriminación por razón de orientación e identidad de género desde la educación, obviando el problema existente en las aulas y mirando hacia otro lado. Me indigna que se premie a personajes que llevan su homofobia por bandera y consideran que el problema es mío por no saber entender su ‘sentido del humor’.  Me entristece la homofobia latente dentro del propio colectivo ltgb, más preocupado por mirar por encima del hombro que por ponerse en lugar del otro. Me entristece pero, sobre todo, me preocupa. Me molesta que todavía no hayamos levantado la voz contra las ‘microhomofobias’, contra la presunción de heterosexualidad, contra el ‘¿ya tienes novia?’, contra esa normalización que solo busca que guardes tus cosas para la intimidad de tu casa -cada uno que haga lo que quiera pero que no se note-. Me cabrea que hayamos entrado tan rápido en el juego, obnubilados por los brillos de lo conseguido y ajenos a lo que nos queda por conseguir. Eso es lo que buscaban. Eso es lo que parece que han conseguido.

Y ahora, pregúntense por qué necesita el mundo un día contra la lgtbfobia, un día para inundar las redes sociales y colarse en los trending topic. De lo que no se habla, no existe. Así que ya saben, hablen, mucho,  todo lo que puedan. Y no caigan en el miedo, en el odio que se fomenta desde las instituciones. No se dejen engañar por promesas de futuros resplandecientes, de sensuales opulencias y cuentas bancarias repletas de dígitos. No son más que espejismos. No voten homofobia. No voten machismo.


Silvia

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Anoche, mientras me debatía entre mantener los ojos abiertos hasta pasada la medianoche o abandonarme a la llamada de la cama y acostarme a horas que hubiesen hecho sonrojar a un joven Confuso, decidí invertir parte de mi tiempo en una actividad tan provechosa como comenzar el último libro publicado por la aguerrida periodista -a la par que amiga, lo reconozco- Silvia Taulés. Se trata, ya saben -o deberían saberlo-, de la narración de la historia oculta detrás de uno de los matrimonios que más páginas han llenado en los últimos años. Iñaki y Cristina. Así. Sin apellidos. Como Cher. Aunque, bueno, ya quisieran este par ser como Cher. Ya lo quisiéramos todos, de hecho.

Me bastó la introducción para no poder parar de leer. Rápidamente, uno se da cuenta de que lo que tiene entre manos es algo más que una biografía, algo más que la materialización de un momento, de una familia, de un escándalo. Es el trabajo de mucho tiempo, es la pasión de alguien que ejerce su profesión sin pensárselo dos veces. Una llamada desencadena este improvisado thriller que ha ocupado los últimos años en la vida de una periodista ‘de las de antes’ -qué horror tener que recurrir al pasado para alabar las bondades que parece que el presente nos ha quitado, pero ya saben a qué me refiero-, de las que sabe que la información va antes que el nombre. En Estados Unidos, Silvia tendría ya un contrato sobre la mesa para escribir ficción, una suculenta tentación para colarse en ese cajón de sastre que alguien bautizó como ‘grandes damas de la novela negra’. En España, claro, las cosas van por otros derroteros. Esos de los que parece que no vamos a desprendernos nunca. En fin.

Quedé con Silvia el pasado lunes por la tarde. En una esquina cualquiera de lo que podría ser una ciudad cualquiera. Apareció resplandeciente, saltando a los pies de un semáforo por si no la había visto. Hacía demasiado tiempo que no nos encontrábamos -para que luego digan que detrás de esta pantalla no hay un hombre confuso de carne y hueso-. Me llevé, por supuesto, el libro debajo del brazo para que me lo dedicara. Y lo hizo. Varias cervezas después, lo hizo. Lo que escribió me lo guardo para mí -y para quien tenga la suerte de quedarse con mi biblioteca tras mi muerte- pero, cómo me conoce, la tía. Aposentados al lado de unas aspirantes a blogueras que aseguraban que el chef Jordi Cruz es un grosero por no haberse hecho una foto con ellas, repasamos todo lo que se nos ocurrió a un ritmo vertiginoso. De repente, era de noche.

A Silvia y a mí nos unió una mente brillante, alguien que supo ver una conexión que no se había ni producido -ay, Mr.P., ¡lo que no sepa usted!-. Al final, las cosas no cuajaron como estaban destinadas y cada uno continuó su camino. El devenir de los tiempos virtuales se encargó del resto. Soy de los que tiende a demonizar las modernidades abusando de la ironía -entonaría un mea culpa pero sonaría sarcástico y no, esto no es una columna dominical-. Le doy la espalda a snapchat y me quedo tan tranquilo. Luego, claro, me trago mis palabras. De no haber existido estas denostadas redes sociales yo no podría presumir, a día de hoy, de codearme con una colaboradora de The New York Times. Entiendan que me pavonee un poco. Y ustedes, si valoran aunque sea mínimamente lo que aquí queda escrito, cómprense el libro. Lean sus artículos. Aprendan lo que quiere decir la gente cuando habla de periodismo. No hace falta que me lo agradezcan. Aquí, ya saben, vivimos para complacerles.

En la foto, Linda fumando, pero bien podría ser Silvia.


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