Leía, no hace mucho, que no hay hombres reflexionando sobre la evolución de la masculinidad. Mientras las mujeres llevan décadas estudiando, analizando y desmenuzando el discurso feminista, los hombres están -estamos- viendo la vida pasar. Nos contentamos, parece ser, con columnistas que despachan el asunto -si es que llegan a despacharlo- en quinientas palabras a precio, todavía, de oro. Y, claro, así nos va. Evidentemente, la posición de partida de las mujeres nada tiene que ver con la de los hombres. Tenerlo todo dado por el mero hecho de haber nacido con un pene relaja mucho. O relajaba, viendo el revuelo que tienen montado los varones blancos heterosexuales. Si bajan el volumen de la televisión podrán escuchar el rechinar de sus dientes sabedores de que su tiempo ha terminado. Victimizarse siendo la causa del problema. No hay nada que defina mejor los tiempos que corren.
El ya caduco vídeo sexual de los futbolistas -qué gusto da escribir de las cosas cuando nadie te reclama actualidad- ha servido, una vez más, para darle voz a esta heterosexualidad masculina que se rebaña en su lodazal de testosterona. Esa que carga contra la mujer presente y se escuda detrás de una fotografía de los protagonistas cogidos de la mano para dejar salir toda su repugnante rabia. Es entonces cuando a uno se le vienen a la cabeza la palabras de Virginie Despentes. Si no han leído ‘Teoría King Kong’, deberían estar ya haciéndose con un ejemplar:
“A los hombres les gustan los hombres. Nos explican todo el rato cuánto les gustan las mujeres, pero todas sabemos que no son más que palabras. Se quieren entre hombres. Se follan unos a otros a través de las mujeres, muchos de ellos piensan en sus amigos mientras la meten en un coño. Se miran a sí mismos en el cine, se dan los mejores papeles, se sienten potentes, fanfarronean, alucinan de ser tan fuertes, tan guapos y de tener tanto valor. Escriben unos para otros, se felicitan mutuamente, se apoyan. Tienen razón. Pero de tanto escucharles quejarse de que las mujeres no follan bastante, de que no les gustan tanto el sexo como haría falta, de que no entienden nada, acabamos preguntándonos: ¿a qué esperan para darse por el culo los unos a los otros? Venga. Si eso os puede devolver la sonrisa, entonces es que está bien. Pero entre las cosas que les han inculcado bien está el miedo a ser marica, la obligación de que les gusten las mujeres. Así que se sujetan. Refunfuñan, pero obedecen. Y de paso, furiosos por tener que someterse, le dan un par de hostias a una o dos chicas”
El discurso de ‘perdóname por tener pene’ ha calado en la sociedad como el paraguas definitivo para mantener un reinado tambaleante. Ha desarrollado en los hombres heterosexuales el sentimiento de pertenecer a un grupo. Uno que ve como su terreno desaparece, como las reglas que ha impuesto ya no sirven. Nunca lo habían necesitado hasta ahora. Eran los reyes, ¿qué colectividad hace falta cuando llevas el mazo por el mango? Nótese la simbología fálica en lo del mango, por favor. Los preocupantes repuntes de machismo y homofobia, también -y sobre todo- entre jóvenes, no son más que el último ataque ante algo que saben que termina. ¡Con lo bien que estaban ellos sometiéndonos a pollazos! Encerrándonos en casa o en la cárcel, dejando claro que, aquí, el pescado estaba vendido y habíamos llegado tarde para pujar.
Hablar, reflexionar sobre la evolución de la masculinidad es reconocer una situación que prefieren evitar. No se dan cuenta de que, realmente, lo necesitan, lo necesitamos. Poner las cartas sobre la mesa es la única forma de avanzar. Entendamos, por fin, que el modelo que ha prevalecido en los últimos siglos ha caducado, que toca empezar de nuevo, que ya va siendo hora de agarrar el pene por los cuernos. Abramos el melón del miedo ante un discurso nuevo, crítico con lo que tenemos, que se cuestione, desde dentro, qué está pasando. Lamerse las heridas sirve de poco. Los demás, desgraciadamente, lo sabemos bien. Ahora solo falta que alguien se ponga a ello. ¿Serán capaces de comprender que la revolución, aquí, es de todos? “¿Para cuándo la emancipación masculina?”. Ay, la Despentes, cuánto sabe…
