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Channel: EL HOMBRE CONFUSO
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La masculinidad

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Leía, no hace mucho, que no hay hombres reflexionando sobre la evolución de la masculinidad. Mientras las mujeres llevan décadas estudiando, analizando y desmenuzando el discurso feminista, los hombres están -estamos- viendo la vida pasar. Nos contentamos, parece ser, con columnistas que despachan el asunto -si es que llegan a despacharlo- en quinientas palabras a precio, todavía, de oro. Y, claro, así nos va. Evidentemente, la posición de partida de las mujeres nada tiene que ver con la de los hombres. Tenerlo todo dado por el mero hecho de haber nacido con un pene relaja mucho. O relajaba, viendo el revuelo que tienen montado los varones blancos heterosexuales. Si bajan el volumen de la televisión podrán escuchar el rechinar de sus dientes sabedores de que su tiempo ha terminado. Victimizarse siendo la causa del problema. No hay nada que defina mejor los tiempos que corren.

El ya caduco vídeo sexual de los futbolistas -qué gusto da escribir de las cosas cuando nadie te reclama actualidad- ha servido, una vez más, para darle voz a esta heterosexualidad masculina que se rebaña en su lodazal de testosterona. Esa que carga contra la mujer presente y se escuda detrás de una fotografía de los protagonistas cogidos de la mano para dejar salir toda su repugnante rabia. Es entonces cuando a uno se le vienen a la cabeza la palabras de Virginie Despentes. Si no han leído ‘Teoría King Kong’, deberían estar ya haciéndose con un ejemplar:

“A los hombres les gustan los hombres. Nos explican todo el rato cuánto les gustan las mujeres, pero todas sabemos que no son más que palabras. Se quieren entre hombres. Se follan unos a otros a través de las mujeres, muchos de ellos piensan en sus amigos mientras la meten en un coño. Se miran a sí mismos en el cine, se dan los mejores papeles, se sienten potentes, fanfarronean, alucinan de ser tan fuertes, tan guapos y de tener tanto valor. Escriben unos para otros, se felicitan mutuamente, se apoyan. Tienen razón. Pero de tanto escucharles quejarse de que las mujeres no follan bastante, de que no les gustan tanto el sexo como haría falta, de que no entienden nada, acabamos preguntándonos: ¿a qué esperan para darse por el culo los unos a los otros? Venga. Si eso os puede devolver la sonrisa, entonces es que está bien. Pero entre las cosas que les han inculcado bien está el miedo a ser marica, la obligación de que les gusten las mujeres. Así que se sujetan. Refunfuñan, pero obedecen. Y de paso, furiosos por tener que someterse, le dan un par de hostias a una o dos chicas”

El discurso de ‘perdóname por tener pene’ ha calado en la sociedad como el paraguas definitivo para mantener un reinado tambaleante. Ha desarrollado en los hombres heterosexuales el sentimiento de pertenecer a un grupo. Uno que ve como su terreno desaparece, como las reglas que ha impuesto ya no sirven. Nunca lo habían necesitado hasta ahora. Eran los reyes, ¿qué colectividad hace falta cuando llevas el mazo por el mango? Nótese la simbología fálica en lo del mango, por favor. Los preocupantes repuntes de machismo y homofobia, también -y sobre todo- entre jóvenes, no son más que el último ataque ante algo que saben que termina. ¡Con lo bien que estaban ellos sometiéndonos a pollazos! Encerrándonos en casa o en la cárcel, dejando claro que, aquí, el pescado estaba vendido y habíamos llegado tarde para pujar.

Hablar, reflexionar sobre la evolución de la masculinidad es reconocer una situación que prefieren evitar. No se dan cuenta de que, realmente, lo necesitan, lo necesitamos. Poner las cartas sobre la mesa es la única forma de avanzar. Entendamos, por fin, que el modelo que ha prevalecido en los últimos siglos ha caducado, que toca empezar de nuevo, que ya va siendo hora de agarrar el pene por los cuernos. Abramos el melón del miedo ante un discurso nuevo, crítico con lo que tenemos, que se cuestione, desde dentro, qué está pasando. Lamerse las heridas sirve de poco. Los demás, desgraciadamente, lo sabemos bien. Ahora solo falta que alguien se ponga a ello. ¿Serán capaces de comprender que la revolución, aquí, es de todos? “¿Para cuándo la emancipación masculina?”. Ay, la Despentes, cuánto sabe…



Perdón por masturbarse

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Leo en una de estas webs dedicadas a la televisión pero que tan pronto comparten un vídeo de un gato como otro de un anciano bailando, que un exconcursante de ‘X Factor’ ha pedido perdón por masturbarse. No por el acto, claro, si no por haberse filtrado a las redes sociales -antes era a la prensa, ahora es a twitter- un vídeo donde puede vérsele en pleno acto onanista. ‘Era joven y tonto’, argumenta a sus diecinueve años. Qué lento pasa el tiempo en la adolescencia. Pero, ¿qué ha hecho mal este pobre muchacho? ¿Entregarse al ‘sexting’ como si no hubiese un mañana? ¿Dejarse llevar por una situación íntima y confiar en la persona equivocada? ¡Acabáramos! Como si desnudarse fuese un error. Como si masturbarse fuese un problema. ¡Oh, Señor, exculpa a este infiel, líbrale de sus pecadoras manos! El perdón, sin duda, no debería venir de su boca. No ha sido él quién ha traicionado la confianza. Pero aquí estamos, claudicando, una vez más, ante la corrección, ante la moralina que rodea al sexo -y más, al que se practica con uno mismo-. Hay cosas que, desde luego, nunca cambian.

El misterio de la masturbación nos sigue atormentando. Deshacerse de la culpa cristiana nunca fue tan difícil. Señalamos con saña a los que se saltan el silencio. Les sometemos a escarnio público, sean conocidos o anónimos. Les arruinamos la vida por haberse corrido en soledad. ¡Cómo si fuesen los únicos que lo hacen! Ay, el día que fallen los sistemas de las diversas plataformas sociales. Ese día, el mundo será otro. Observaremos con la comodidad del voyeur los derroteros de la vida. Y, posiblemente, seremos mucho más felices. Descubriremos -como si no lo supiéramos- que no somos los únicos. Nos sentiremos acompañados y terminarán estas absurdas campañas contra los pobres a los que se les ha filtrado una foto. O un vídeo. Ellos, lo sabemos, somos todos. Razonar con excitación es complicado. Tal vez la solución esté en erradicar el misterio. ¿Cómo? Ahí ya no me aventuro a pronunciarme. Si algo he demostrado a lo largo del tiempo es que mis dotes adivinatorias son un tanto escasas. Déjenme que aprenda de mis errores.

Obligamos a los que se desnudan a que pidan perdón pero hacemos la vista gorda con todos los demás. ¿Nos hemos vuelto locos? Sí, hace tiempo. Para qué negarlo. Nos han enseñado a perdernos en los detalles y obviar lo importante. ‘Las formas, las formas’. Por supuesto que las formas. De ellas depende que nos quedemos con lo superficial o ahondemos en el mensaje. Pero nada, sigamos debatiendo sobre lo mismo. Hablemos de ese concursante televisivo que se ha masturbado. Hagamos un mundo de ello. Pongamos tuits con mayúsculas, por si alguien no se ha enterado. Ver un documental, compartir cuatro estados en redes sociales o incluso escribir un texto para nuestro regocijo -como éste mismo- es no hacer nada. Deberíamos comprenderlo y dejar de ofrecerle falsa tranquilidad a nuestra alma. Nos iría mejor. Pero, oigan, ¿han visto el vídeo del chico de ‘X Factor’? Madre mía, alguien pajeándose. ¡Dónde vamos a llegar!


La broma de 2016

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Si el apocalipsis de verdad existe, empiezo a pensar que ocurrirá dentro de pocas semanas. Tal vez esté fraguándose ya y nosotros aquí, tan tranquilos, buscándole tres pies a cualquier gato. No hay quién aguante este olor a fin del mundo. ¿Cuántas veces lo habré leído en las últimas semanas? Lo que comenzó siendo un año corriente, un pasito más en nuestro devenir, esa esperanza que sabíamos que no terminaría de materializarse -les aconsejo que se den una vuelta por sus felicitaciones navideñas y verán lo que deseaban para este 2016- ha terminado tornándose en una broma de pésimo gusto. Hemos perdido iconos, hemos malgastado oportunidades, hemos dejado que nos adornen una realidad inexistente, hemos mirado hacia otro lado con demasiada frecuencia, hemos retrocedido en conquistas sociales, hemos legitimado a los malhechores y hemos acabado pensando que la culpa de todo descansa sobre nuestros hombros. Visto así, ¿cómo no vamos a querer que llegue ya el 2017? Si hasta ha tenido que volver ‘Operación triunfo’ para darnos alguna alegría… No hay peor síntoma.

Reconozco que soy de entregarme a la negatividad con los brazos abiertos. Sufro por adelantado, me preocupo por asuntos que todavía ni han llegado y tiendo a ponerme en lo peor en cualquier situación, sobre todo, si me afecta personalmente, claro. Tal vez por eso he terminado dedicándome a la escritura. ¿Quién se sienta delante de un folio en blanco cuando derrocha felicidad? Nada sublima mejor la angustia vital. Sé que es algo que debo cambiar. Lo sé. Envidio sobremanera a todos aquellos que derrochan energía, que iluminan habitaciones con su mera presencia, que transmiten un optimismo envidiable ante la vida. Me encantaría ser como ellos. Aprender de su positivismo, cambiar las perspectivas, ver la realidad con otros ojos. Es uno de los objetivos que me he marcado para este nuevo año. Entiendo que estén espeluznados ahora mismo por este ataque de ‘mrwonderfulismo’ -yo también lo estaría- pero les prometo que no tiene nada que ver. No he venido yo hasta aquí para hacer caso a lo que diga una taza.

Hace cosa de un año sentí tambalear el mundo que conocía. No había ocurrido nada pero, en realidad, había pasado todo. Tuve que parar y reencontrarme un poco. Me costó tiempo, más del que pensaba -mucho más, de hecho-, pero creo que lo conseguí. Entendí que debía racionalizar mis esfuerzos y no dejarme llevar por la inercia. Que no debía entregarme tanto. Que también debía pensar algo en mí. Desde entonces, lo reconozco, me siento más vulnerable. Tengo miedos que nunca había tenido y he intensificado los que ya me asaltaban. Puede que eso signifique madurar. Notar el peso del paso del tiempo. Espero que también implique relativizarlo. ¡Y espero que lo implique pronto! Terminar 2015 no fue una cosa fácil. No lo hice en mi mejor momento y necesité ayuda para hacerlo -gracias-. 2016 también se está revelando como un fiasco sobrevenido, pero, con todo, confío en acabarlo mejor. Voy a poner todo mi empeño y dejarme de tantas bobadas. Me lo merezco, coño. Me lo merezco.

Si han conseguido llegar hasta aquí sin resoplar ni cerrar la pestaña del navegador, se lo agradezco. Escribo tan para mí que, a veces -bueno, casi siempre-, olvido que hay gente al otro lado. Si no han podido, lo comprendo. Al menos, se han llevado ese bonito culo de arriba encontrado en tumblr -si alguien conoce su autoría, por favor, que me lo indique-. Y ya saben que lo que no solucione un culo…


35 cosas que, mira, no (y una que sí)

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¿Qué demonios he estado haciendo yo tanto tiempo? Es algo que me pregunto constantemente. Tal vez, leyendo, viendo series, no sé, escribiendo, trabajando, cosas sencillas que ocupan mucho tiempo. También twitteando y subiendo fotos de señores censurados a instagram. Atendiendo a la actualidad y opinando, que es el auténtico sino de los tiempos. Hablar como si tuviésemos algo que decir. Como si alguien nos hubiese pedido nuestra opinión. ‘No la quieres, pero aquí la tienes’. Luego nos quejamos de que los demás lo hagan. Solo nos gusta lo que nosotros decimos. Quién necesitaría, si no, un perfil con trescientas fotos de su cara. Trescientas fotos oficiales de millones de descartes. ¿Se puede estar tan orgulloso de uno mismo? Eso debe ser lo de ejercer de ‘millennial’. Hacerse fotos perfectamente estudiadas simulando que estamos durmiendo. Siempre fuimos igual de idiotas, el problema es que ahora lo vemos en el móvil.

Como ven, están los asuntos moviditos. De ahí que haya decidido hacer una lista -al estilo Diana Aller- de cosas que, mira, no. Asuntos que me sacan de quicio, me molestan, me perturban, me hartan, me aburren, o peor, me dejan indiferente. Nada más desagradable que pasar sin pena ni gloria. Ténganlo claro. No me entretengo más, que queda mucho que leer y escribir. Allá voy, sin orden y sin nada. Cosas que, mira, no:

1. El torbellino informativo tras la muerte de Rita Barberá. Ver a políticos de todo tipo tratando de sacar rédito de la muerte de alguien es terrorífico. Beatificar a un personaje que ha hecho muchos méritos, muchísimos, para cabrear a la gente, también. Una muerte repentina siempre conmociona, pero no saquemos las cosas de quicio. Rita no fue la alcaldesa de España. La mía, desde luego, no.

2. Leer a Bertín Osborne diciendo que los que le llamamos machista somos imbéciles. Me incluyo en el grupo, que me lo he ganado. Gracias a eso está haciéndose una tourné por platós y redacciones. En España, ser machista abre puertas. Hay que joderse.

3. Bueno, leer a Bertín Osborne, ver a Bertín Osborne, escuchar a Bertín Osborne y cualquier cosa que incluya ‘Bertín Osborne’. Qué pesadez.

4. El amor convenientemente desmedido de Cristina Pedroche y David Muñoz. Creerán que siguen siendo noticia. No sé. Que alguien se lo comunique.

5. Que Melania Trump no vaya a la Casa Blanca. ¿Pero qué mierda es ésta? Melania es lo mejor que vamos a tener de la era Trump. Y ahora, encima, nos la vamos a perder. Que le den un programa de televisión. Una hora de Melania leyendo cosas. Recetas de cocina, capítulos de libros, el manual del horno, lo que sea.

6. Todas las parejas, o tríos, que van a dar las Campanadas. Este año me lo están poniendo complicado. Demasiados señores poco agraciados y supuestamente graciosos con chicas guapas y sin ropa. Ojalá unos chulazos sin camiseta. Apuesto por Juan Carlos Roldán, el presentador de Canal Sur.

7. Que el Ave siga sin tener wifi. Y algunos trenes ni enchufe. La única ventaja es que puedes pajearte en el baño mientras cargas el teléfono sin que nadie sospeche nada.

8. Todas las declaraciones de la cúpula del PSOE. Madre mía, qué vergüencita. Pero de esa de taparte la cara con un cojín y buscar el mando de la tele a tientas. Y pensar que en otros momentos han hecho que la sociedad haya avanzado tanto…

9. Susana Díaz. Como concepto. Como política. Como influencer.

10. Las webs que sacan noticias absurdas con tres semanas de retraso. Ya no nos interesaron en su momento, ¿por qué creen que mejorarán con el tiempo?

11. Las barbas mal dibujadas. No es tan difícil, amigos. Se trata de recortar, dar forma y ver qué te favorece. ¿Por qué os dejáis la papada fuera? No lo entiendo. Que alguien me lo explique.

12. Los twitteros que se quejan de otros twitteros. Los twitteros que te insultan y luego te dan a seguir. Los twitteros que viven la vida política como si fuesen ‘beliebers’. Los twitteros que te explican las cosas como si fueras bobo. Los twitteros que no ven la televisión y no les parece bien que otros la vean. Los twitteros que colapsan el timeline con sus promociones. Los twitteros.

13. Los instagramers que se hacen vídeos recién despertados y creen que a alguien le interesa verlo. Si no enseñan pene, ¿para qué lo hacen?

14. ‘El Hormiguero’.

15. ‘El Hormiguero’ cuando va un famoso que te interesa y Pablo Motos acapara toda la atención y hace que el famoso te caiga mal y cambias de canal corriendo para no cogerle manía y terminas viendo el resumen de ‘GH’.

16. ‘El Hormiguero’ cuando hacen una promo con famosos y todo el mundo la comparte diciendo ‘son unos cracks’. Exilio ya.

17. Los fans de ‘Gran Hermano’ que creen que Jorge Javier es el origen de todos los males. Mercedes Milá hacía exactamente lo mismo y os parecía bien. Es manía vuestra. Asumidlo. No pasa nada.

18. Rasurarse el vello púbico al uno. Queda raro. Sé que es una lucha personal y muy poco popular pero, ¿y qué? Aquí cada uno secunda las reivindicaciones que cree más adecuadas.

19. El ‘poca broma’ del anuncio de Tricicle. Joder, qué repelús.

20. ‘Es no sé qué no, lo siguiente’. Se lo ha adueñado ya Media Markt. Dejemos de utilizarlo. Por favor.

21. La gente que frecuenta los pasillo de Decathlon. Gente que cree que salir a la calle con un chandal es una buena idea. De ahí se pasa a una equipación de fútbol y luego viene el batín y las zapatillas.

22. Que Xisca Tangina haya dejado de hacer sus ‘Carne de videoclub’. Eso sí es un drama en toda regla. ¿Dónde se puede abrir una petición para que vuelvan, al menos, una vez al año? Voy a escribir una carta a su consultorio sentimental. Ay, la belleza es de Xisca.

23. Parar para merendar y pillar la publicidad de media hora de ‘Sálvame’. O peor, hacerlo justo cuando comienza el consultorio de María Teresa Campos. La definición gráfica de bajona.

24. María del Monte. Qué chunguerío, qué mala leche, qué escalofríos cuando abandonó ‘MasterChef Celebrity’. Todavía tengo pesadillas.

25. Los hombres heterosexuales blancos y católicos que han venido a este mundo a decirnos a todos los demás lo que debemos hacer, pensar, decir y creer. Ojalá alguien les dijera que lo que les excitaba no era la revista porno, sino ver a su amigo cascársela mientras la hojeaban.

26. Que los ‘triunfitos’ crean que han hecho algo por España. Pobres míos.

27. Los abrigos baratejos de color beige. ¿Dónde van a ir ahora todas esas parkas verdes con capucha peluda? Una ONG que salve modas caducas.

28. Que editores, traductores, diseñadores, distribuidores y libreros ganen más por un libro que el propio autor.

29. La gente que todavía compra la ‘Rockdelux’ como símbolo de estatus cultural. En 2016. ¿Lo harán por el cd? Bueno, ¿todavía lleva cd? Sería lo suyo.

30. Quejarse de Halloween, el Black Friday y afirmar con desprecio que dentro de poco celebraremos también Acción de gracias. Claro, nada puede rivalizar con ver desfilar a santos o acudir al cementerio. En Estados Unidos saben divertirse mejor. ¡Qué le vamos a hacer!

31. Que Gabriel Rufián todavía no haya posado desnudo. Ni siquiera una maldita foto filtrada. Una ‘sex tape’ o algo. Tampoco pedimos tanto.

32. La película sobre señores de un pueblo que les toca la lotería con tan mala pata que es la que compraron en el prostíbulo y, claro, sus mujeres les pillan y les riñen y ‘jojojo, qué risas, qué diversión’. Al menos, Mariano Ozores tenía a Gracita Morales, Rafaela Aparicio y Florinda Chico. El destape nunca termina en España.

33. Que whatsapp guarde por defecto las fotos que te envía la gente. No, no quiero esos memes, no quiero esas fotos familiares, no quiero nada que tenga al negro de la polla kilométrica, no quiero eso en mi teléfono. ¡Basta ya!

34. No haber tenido tiempo para los ‘Lectores nudistas’ que tengo en la recámara y que haya llegado ya el frío. Con todo, saldrán, ¡saldrán! La convocatoria siempre está abierta, ya saben.

35. Hacer listas de cosas que a nadie le interesan. ¡Qué pedantería!

Y como no va a ser todo negativo, arriba David Gandy, que es un sí como una casa.


Paolo

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Ayer me acordé de Paolo. Fue, como no, a través de twitter, la red social que más alegrías -al menos, profesionales- me da últimamente, y gracias a un absurdo tweet programado por algún community manager con ganas de revitalizar las visitas a los artículos antiguos de la web para la que trabaja -me atrevería a decir que por un sueldo ridículo-. Alguien debería tomar medidas en esto de compartir constantemente contenidos perdidos en el tiempo. La línea entre la utilidad y la pesadez es tremendamente fina. Pero no me pierdo y vuelvo a Paolo. Ay, Paolo, el italiano que conquistó a Rachel en ‘Friends’ durante un apagón. Se encontraron en la oscuridad, se enrollaron a los pocos minutos y exhibieron su pasión delante de un ofuscado Ross que veía como la mujer de sus sueños se perdía en los brazos de un inesperado competidor. Todos hemos sido Ross en algún momento de la vida. Posiblemente, también hemos sido Paolo e incluso Rachel. Aunque, no mintamos, la mayoría hemos sido Phoebe cantando ‘Smelly cat’ mientras vemos la vida pasar delante de nuestros ojos.

Paolo era la materialización del sexo. El hombre que las revistas, las campañas y la moda se empeñaba en desterrar de la faz de la Tierra, pero que pululaba entre nosotros -bueno, entre ellos- con más fuerza de la que suponíamos. Un espécimen que irrumpía en la primera, y anodina, mitad de los noventa para traernos el sexappeal de antaño. Adiós caras aniñadas, bienvenido pectoral hirsuto. Paolo llevaba el pelo largo, ese símbolo tan ansiado como denostado por la masculinidad, ese nexo de unión donde la virilidad más ruda entronca con la feminidad más estereotipada. Era guapo pero no atractivo, atento pero no simpático, romántico pero no entregado. Era todo y nada. También era machista, pegajoso, mentiroso, traicionero y más simple que un folio, pero no había forma mejor de ejemplificar la sexualidad. Paolo era un pene con piernas, o mejor, un torso con pene. ¡Y qué torso! Muchos adolescentes de la época -servidor mismo- sentimos una inusitada ola de calor recorriendo partes que, hasta entonces, estaban frías. Bueno, tampoco exageremos. Ya venían caldeadas de casa.

Paolo caía mal. Era el obstáculo que impedía la consecución del amor. Ese amor del que teníamos noticias más por la ficción que por la experiencia. Sabíamos que obraba mal, que debía desaparecer. Así nos lo habían enseñado. Quién nos iba a decir, claro, que diez años después, año arriba, año abajo, nos íbamos a encontrar a cientos de miles de Paolos en instagram, con su mismo físico y hasta su mismo peinado, jugando con las migajas de nuestra dignidad. Recolectando corazones por millares. Levantando suspiros con cada una de sus actuaciones. El Paolo de hoy optaría por una melena más decapada y un vello pectoral convenientemente estudiado -el arte del arreglo floral-, pero, en esencia, seguiría siendo el mismo Paolo. Con sus frases de manual y sus posturitas para hacernos soñar. Sus pezones erectos, su cintura estrecha y su afición por desabrocharse la camisa. Su golpe de melena y su sonrisa seductora. Ay, qué ilusa era Rachel creyendo que su flirteo italiano iba a llegar a buen puerto, no como nosotros que…

Ayer me acordé de Paolo. Me pregunto cómo fue su vida tras fastidiar el romance con Rachel por tocarle el culo a Phoebe -y lucir erección debajo de la toalla-. Posiblemente se casó al poco y se mudó a una casa alejada del centro. Igual engordó. O no, continuó haciendo ejercicio para no perder pectorales. Se cortó la melena, tuvo hijos y se empeño en enseñarles a practicar algún deporte. Los niños no tendían ningún interés, pero, pobres, a ver quién es el guapo que se salva. ¿Seguiría pensando en Rachel? Diría que sí, aunque todos sabemos que la respuesta es no. Un Paolo no hace esas cosas. Al menos, no el que sale de la mente de unos guionistas. Bueno, qué coño, ni ese, ni ninguno. Ojalá alguien nos quitase tanta tontería de encima. La culpa no es de los Paolos. Es nuestra, que somos idiotas. ¡Quién nos mandaría dejarnos embaucar por un quítame de aquí estos pelos! ¡Quién! Si es que la lujuria la carga el diablo.


Bitch, I’m Melania

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Joder, Melania Trump. Estoy tan fascinado que repito su nombre cada pocas palabras. Aunque no venga a cuento. Aunque la audiencia -mi audiencia, mi público- me observe con la mira torcida. Se nota que nunca llegaron a asistir al curso de entrenamiento ocular de Pelayo Díaz. No como Melania, que lo controla a la perfección. A su lado, cualquier mirada se pierde en el vacío. Nadie ha mirado hasta ahora como mira Melania. Sin duda, lo mejor que vamos a poder sacar de la era Trump. Y es mucho decir, contando que el magnate -¿o era mangante?- va a seguir produciendo el reality que le ayudó a conquistar las clases populares de Estados Unidos mientras debate sobre su política internacional. Que nadie te despiste de la tele, Donald. Imaginen las revueltas si el ocupante de la Moncloa se dedicase a financiar ‘Quién quiere casarse con mi hijo’. O peor, ‘GH VIP’. España no está preparada para eso. Si, al menos, fuese un equipo de fútbol…

Melania es la sublimación del tronismo. Una modelo de tres al cuarto que, tras una intensa reestructuración física, acaba siendo primera dama del país más poderoso del mundo. Podría haberle ocurrido a Irina Shayk, pero erró el tiro y acabó con Cristiano Ronaldo. Tampoco es que Melania haya acertado mucho. Ni siquiera le dejan instalarse en la Casa Blanca. Tendrá que quedarse en Nueva York, cuidando de los dorados de la Torre Trump. ¡Pero bueno! ¿Qué clase de primera dama es ésta? Yo que ya soñaba con decenas, qué digo decenas, miles de discursos sobre cualquier tema posible. Educación, alimentación, los peligros del bótox, los nativos americanos, lo que sea. Melania hablando. No hay mejor espectáculo en la triste y aburrida vida pública que tenemos por delante. Trump ha venido a entretenernos, no a hacer política. No lo olvidemos. Y Melania es su número estrella. El presidente electo lo sabe y por eso la deja arrinconada. Ojalá fiche ya a Laura Benanti como doble oficial. Ojalá dos Melania hablando a la vez y entornando los ojos. ¡Ojalá!

Como buena princesa del pueblo, Melania tampoco encuentra quién la vista. Lástima que no tenga a Ana Rosa cerca para poder mediar con las dependientas de nariz arrugada. Tendrá que hacerlo Oprah. ¿Qué les habrá hecho la pobre modelo para que nadie quiera acercarse a ella? ¡Si el vestido blanco de su discurso acabó agotadísimo allá donde estuvo colgado! ¿Acaso es peor vestir a Melania Trump que a Angelina Jolie? Al menos, la primera dama electa no acabó con la relación de Brad Pitt y Jennifer Aniston. Todos somos Jennifer, sí, hasta que la cosa se tuerce y corremos a refugiarnos debajo de la falda de Angelina. Veo a los diseñadores patrios poco avispados en este asunto. Podrían saltar a la palestra internacional ofreciéndose a vestir a Melania. Cuatro años -si es que llega- de modisto de cabecera, y luego a confeccionar para todas las señoras republicanas fans de Trump. Mejor eso que desfilar en la Madrid Fashion Week. Vamos, ¡dónde va a parar!

Ay, Melania, ¿dónde debes estar ahora mismo? ¿Qué debes estar haciendo? ¿Te habrás despertado ya? Ojalá acudir presto con un cepillo dorado para atusarte la melena. Compartir café y tostadas -yo, porque ella tiene pinta de pocos carbohidratos- mientras departimos sobre la última locura de Donald. Despellejar a Ivanka y decirle a Barron que deje de molestar y se marche a su habitación. Llamar por teléfono a Michelle Obama, a ver si nos da otro tour por la Casa Blanca y tratar de convencer a Caitlyn Jenner para que nos saque en el reality. Ojalá puedas enseñarme ese movimiento de ojos tan tuyo. Tan de todos. A veces me sorprendo por la calle entornándolos como tú haces. Mordiéndome los carrillos y pronunciando en voz alta el ya mítico ‘boy talk’. Joder, Melania Trump. El sueño del capitalismo hecho realidad. Nunca te lo podremos agradecer suficiente. De verdad. Ay.


Oh, Carrie…

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Es la primera vez en el año que siento la terrible necesidad de escribir algo tras conocer la noticia de una muerte. Una de esas que, estando lejos, te tocan de muy cerca. Y no será porque no ha desaparecido gente en lo que llevamos de 2016. Demasiada. Será que nos hacemos mayores y comienza a llegar el turno de nuestros referentes. Será que, en realidad, está siendo un año terrorífico, por mucho que algunos se empeñen en esconderlo. Será. No sé. En fin. Mi infancia está indisolublemente ligada a Carrie Fisher. Ella fue la princesa Leia. También fue otras muchas cosas, incluso otros muchos personajes, pero sí, fue Leia. No consiguió quitarse el estigma de encima, aunque acabó llevándolo mejor que sus compañeros de rodaje. Su peinado, su biquini dorado -Rachel en ‘Friends’-, su carácter, su vestido blanco. Demasiados iconos juntos en un tiempo en el que el término icono ya casi no significa nada. Deberíamos recuperarlo solo para hablar de ella. De Carrie Fisher.

Su muerte es un poco también la mía. De una parte de mí que creo que continúa viva. Creo. Yo no me crié con Bowie. No sentí su influencia en mi madurez, no descubrí la existencia de otros mundos gracias a él, no vibré con su música cuando era un adolescente. No me correspondió, aunque envidio profundamente a aquellos que sí lo hicieron. Tampoco me dejé seducir por Leonard Cohen, ni fui un gran fan de Prince. Reconozco su papel, su importancia, su influencia, pero no me tocó a mí. No pasa nada. Más cerca pudo llegarme George Michael, aunque, lo reconozco, tampoco sentí como que algo terminaba con él. Ahora, lo de Carrie Fisher ha sido otro cantar. Uno muy triste. Mi infancia no hubiese sido la misma sin ‘La guerra de las galaxias’. Sin sus planetas, sus poderes, el lado oscuro y la resistencia. Sus sables de luz como falos brillantes -ahora lo entiendo todo-, sus aventuras, las naves espaciales y, claro, Leia. Todos quisimos ser Leia. También Luke y, posiblemente, hasta Han Solo. Bueno, yo no. Yo solo quería ser ella…

Encontrarme con el perfil de twitter de su perro, mirando por la ventana, esperando esa llegada que nunca se producirá, ha sido demasiado para mí. Confuso y los animales. Nada consigue afectarme más. Terminar el año sin Carrie Fisher es hacerlo peor. Como acabarlo sin Chus Lampreave. Como hacerlo sin La Veneno. Cada uno tiene sus referentes, sus piezas, dejemos de juzgarlas como si fuesen las nuestras. Vivamos, amigos, vivamos. Se nos agota el tiempo. Más vale que aprovechemos lo que tenemos. No seré yo quién les diga lo que tienen que hacer, pero, por favor, no malgasten las energías. Adiós, Carrie. Te echaremos tanto de menos. Tanto. Ay.

—-

Ilustración del gran Iván García.


20 cosas confusas que se quedan en 2016

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Es momento de asumir que el destino nos ha castigado. Nos hemos creído esto de la ilusión, el mrwonderfulismo, el pensamiento positivo y las paparruchas -qué preciosidad de palabra- sobre el fin de la crisis. Y, claro, lo hemos pagado con creces. 2016 ha sido un año de mierda. No pasa nada por decirlo, aunque el espíritu navideño nos mire con mala cara por no entregarnos a esa felicidad impostada de ‘al menos tenemos salud’. Si ha sido un año de mierda, ha sido un año de mierda. ¡Qué más dará! Ya vendrán otros mejores. O no. Pero continuaremos haciendo como que van a llegar. Es la magia de la existencia, el brilli-brilli de la supervivencia emocional. Ay, qué noche tan larga nos espera. No por la imperiosa necesidad de pasárselo bien y sentirse pletórico, sino por lo mal que se duerme después de haberse pimplado -otra palabra preciosa- botella y media de ese cava baratejo que alguien siempre se atreve a llevar a las reuniones vacacionales. Chicos, no sé, tampoco hace falta que os gastéis la friolera de cuatro euros en esa porquería…

Mi 2016 empezó fatal. Lo conté aquí hace ya doce meses. Tras varios años de ritmo frenético, mi cuerpo dijo basta y no tuve más remedio que hacerle caso. Me enfrenté a miedos que tenía controlados, a temores que desconocía. Me sentí vulnerable, igual por primera vez. No me gustó, evidentemente, aunque tampoco tuve muy claro cómo conseguir pararlo. Lo hice, al final. Dejé pasar tiempo, me armé de valor y confié en aquellos que me quieren bien -les hice sufrir de más, lo sé, nunca lo olvidaré-. Con perspectiva, termino el año muchísimo mejor. Un cambio vital más que significativo por delante, muchas aventuras, muchas incógnitas -¡con lo poco que me gustan!- y un abismo a mis pies que no sé muy bien dónde terminará. No es mal plan. Diría que ya iré contando más detalles, pero, ¿acaso a alguien le interesan? Puede que a un par de personas. Tres como mucho. Siempre hay gente dispuesta. ¡Qué se le va a hacer!

Como manda la tradición confusa -esa que me salto cada vez que me viene bien- voy a darle las gracias al 2016 por algunas de las cosas que ha ido dejando en estos meses. Pobre, algo bueno debe haber hecho, ¿no?

1. Mis plegarias laborales parece que han sido atendidas. He perdido trabajos, he ganado otros y he recibido ofertas jugosas vía telefónica. Algunas las he aceptado, otras no. Que le llamen a uno siempre sienta muy bien. El ego se alimenta de estas pequeñeces.

2. He escrito mucho. Muchísimo. Más de lo que debería. Con todo, he descuidado mi parcela personal en aras del vil metal. Los malditos euros. Espero remediarlo con el año que entra. ¿Conseguiré acabar esos proyectos que tengo pendientes?

3. He aparecido, cual vedette, en tres de las columnas que más leo gracias a la generosidad de sus autores, a los que adoro con todo mi confuso cuerpo. Pilar Eyre -sin duda, mi descubrimiento confuso del año-, Rosa Belmonte y Hughes tuvieron la osadía de citar mi nombre. Miren, muero.

4. Los astros se han alineado para que Diana Aller y yo acabemos coincidiendo en persona. Primero fue un asalto en plena calle, más adelante un café con tranquilidad. Su entrevista en Jenesaispop es de lo mejor que he leído estos doce meses.

5. He realizado varias escapadas secretas y poca gente se ha enterado. ¡Qué bien sienta ir a los sitios sin presiones sociales!

6. He leído menos de lo que me gustaría, pero tampoco puedo quejarme. Tengo pendiente comentar por aquí las últimas lecturas que han caído en mis manos. Ahora mismo, continúo con la autobiografía de Nazario y deseo con toda mi alma que alguien invente ya la máquina del tiempo para trasladarme a la Barcelona de los 70.

7. España ha visto nacer el reality de Las Campos. Cualquiera que lea mis redes sociales sabrá que Terelu es mi musa, la luz que me guía, mi patronus. España es Terelu, por mucho que nos resistamos a reconocerlo.

8. Ha llegado a nuestras vidas la tan esperada biografía de La Veneno, con la mala suerte de coincidir casi en el tiempo con su pérdida. Mirar por encima del hombro a los que lloramos a La Veneno y no hacemos lo mismo con Leonard Cohen ha sido tendencia en 2016. Ahora resulta que incluso para entristecernos debemos ser políticamente correctos. Pues, a mí, Cohen, nada.

9. He vuelto a Shangay como pluma invitada. Nada me gusta más. Un espacio en blanco para decir lo que te apetezca y sin que nadie opine ni interceda. ¿No es maravilloso? Ojalá pudiese hacerlo cada mes. Ahí lo dejo.

10. Me he quejado un montón. Sobre casi cualquier cosa. Qué desastre. Al menos, soy consciente. Ahora, de ahí ha solucionarlo… No sé, ¡Terelu dame fuerzas!

11. He ejercido de columnista de verano. Tres números de Tentaciones donde hablé de machismo, de influencers y de mis cosas. Siempre recordaré el verano de 2016 por eso. Y bueno, por haber puesto el aire acondicionado menos de lo que esperaba. El calor no llegó hasta septiembre. Hijodeputa.

12. No, este año tampoco he podido hacer un ‘panettone’ para Navidad. Siempre tengo el mismo propósito y nunca consigo cumplirlo. Y no es por falta de ganas. Mi mano para la repostería me lo pide. Igual cuando lo consiga, termina siendo un desastre.

13. He disfrutado twitter como nunca. Sin duda, la mejor red social -con permiso de instagram-. Ninguna otra me da tantas alegrías. Les diría que se adentren en su universo, pero, ¿quién soy yo para recomendar nada? Y menos a estas alturas de siglo.

14. He tenido un precioso blog dedicado a la televisión en la web de Lecturas (click). He comentado realities, hablado de programas, enfadado a más de un personaje -de tercera, tampoco exageremos- y me lo he pasado teta.

15. Este blog ha cumplido diez años. Madre mía.

16. He entrado en el universo RuPaul’s Drag Race. Tardísimo, lo sé. Debería renunciar al carnet de homosexual por ello. Sin duda, el mejor programa que existe en la actualidad. Todavía me quedan unas cuantas temporadas -soy lento, discúlpenme-, así que la diversión está asegurada.

17. Me he ahorrado aprender a utilizar snapchat y así no he tenido que lamentarme con la llegada de los stories de instagram. Hay veces que vale la pena no darse tanta prisa con las cosas.

18. He entrado por teléfono en Historias de la tele de Borja Terán y en el previo del primer capítulo de Las Campos. Si con esto no puedo dar ya por cerrado el año, yo no sé qué más tengo que hacer.

19. Me he aficionado a hacer listas absurdas en facebook, esa red social tan muerta que puede que vuelva a estar ya de moda. Chorraditas escritas en dos minutos que parecen gustar mucho a la audiencia. ¿Y quién soy yo para no darle al público lo que pide?

20. He vivido rodeado de amistad y amor, que es una frase horrible y, seguramente, muy repetida en estas fechas, pero que evidencia muy bien lo que han sido mis últimos doce meses. Ojalá los próximos doce sigan por el mismo curso. Yo voy a por de mi parte. Ojalá ellos hagan lo mismo.



¿Qué demonios he estado haciendo este mes? (Parte 1)

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Un mes ha pasado desde mi último post. ¡Un mes! ¿Pero qué broma es ésta? Sin darme cuenta, han transcurrido una serie de valiosas semanas sin que yo haya hecho ningún movimiento. Al menos, ninguno virtual, que, aunque no lo crean, sigo viviendo como si fuese una persona normal –hay gente que puede dar fe de ello-. ¡Menudo cuajo! Cada día, juro que cada día, he querido volver a retomar mis rutinas en este pequeño oasis autogestionado y cada día, juro que cada día, he encontrado un obstáculo que me lo ha impedido. ¿Excusas? Por supuesto. ¡Parece que no me conozcan! Pero, queridos lectores, su infinita paciencia será colmada. Ni idea de cómo y cuándo, pero lo será.

A modo de resumen, tanto para mí como para cualquiera que se encuentre al otro lado, he decidido preguntarme: ‘¿Qué demonios he estado haciendo este último mes?‘. Y ésta es la respuesta que me he encontrado:

1. He empezado un trabajo nuevo y lo he dejado en un tiempo récord. Igual he batido algún tipo de marca mundial. Me guardo los detalles para cuando tenga delante un cheque por una cantidad insultante -¡hola Interviú!-. Hagan como las implicadas en el caso Malaya. Papel que firmen, papel que cobren. No se fíen de nadie. Las cosas no son siempre como nos las imaginamos.

2. He arrancado un nuevo año -ahora que ya nadie se atreve a decir ‘arrancar’, creo que voy a apostar por ello- repleto de cambios. No está siendo fácil, no está siendo sencillo, aunque sí emocionante. Dar un  golpe de timón en un momento vital agradable cuesta. ¡Qué les voy a decir! Confío en que todo sea para bien. Les mantendré informados. Bueno, más o menos. Ya saben.

3. He leído menos que nada. ¡Drama total! Tengo la biografía de Nazario empezada y no consigo avanzar. Siempre encuentro algo mejor que hacer. Y eso que me fascinan sus historias y la Barcelona de los setenta. A ver si retomo el hábito. No puede ser que haya pasado casi un mes de 2017 y mi cola de libros siga siendo la misma. Me avergüenzo de mí mismo.

4. Y si he leído poco, menos productos audiovisuales he consumido. Gracias Netflix por todo. Y gracias RuPaul. ¿Me cambio el nombre por Confuso Visage? Ojalá.

5. He visto la segunda tanta de entrega de ‘Las Campos’. Puede que para muchos no signifique nada, pero, claro, en el mundo confuso somos muy de Terelu. Es nuestro ‘patronus’. No podemos dejar de mirarla y, a la vez, rezamos para no parecernos en nada a ella. Terelu es España. Es lo mejor que tenemos y también lo peor. Asumámoslo.

6. Me he estrenado haciendo directos de programas en la web de La Vanguardia. Y he retomado, claro, mi actividad freelancer de antes. ¿Hay algo que pueda hacer además de escribir sin parar todo el día? Creo que no. Ojalá estuviese mejor valorado este humilde oficial de tecleador. Pensar que uno va a hacerse rico escribiendo es una utopía, pero de ahí a la realidad…

7. He hablado por teléfono más que nunca. Qué ganas de que whatsapp quiebre y dejen de existir los intercambios de mensajes. Y eso sin entrar en las notas de voz. Amigos, si vais a estar ocho minutos haciendo un monólogo, llamad. Dadle a la parte contraria la oportunidad de la réplica. Es pura educación.

8. Hemos vivido un primer advenimiento de filtraciones sexuales de celebrities que debería ser la tónica general para el año que acaba de empezar. Actores jóvenes, tampoco demasiado conocidos, que han visto como sus masturbaciones corrían de perfil de twitter en perfil de twitter. ¡Pues bien que hacen! ¿Acaso está mal ahora disfrutar de tu propio cuerpo?

9. He visto llegar a Melania Trump a la Casa Blanca. Llegar e irse, que a la pobre no le dejan ni instalarse. Se avecinan meses oscuros para la política americana. No serán muchos, eso también. Ya puestos, pasemos del pesado de Donald y aupemos a Melania a la presidencia. Esa mirada no puede quedarse en un segundo plano.

10. He sentido mucho la muerte de Bimba Bosé. Mucho más de lo que había sentido las últimas muertes de personajes populares. Bimba lo fue todo. Fue mucho más de lo que el gran público piensa. Mucho más de lo que se creen esas que se creen que son mucho. Bimba fue Steven Meisel en Vogue Italia. JODER.

11. He cambiado de cama. Es un dato tremendamente vital y relevante. Solo los que lo han hecho saben de lo que hablo.

12. Me he cruzado a Mila Ximénez por la calle. Coincidimos en un paso de peatones. Ella a un lado, yo al otro. Llevaba vaqueros y un abrigo. El pelo suelto y un bronceado envidiable. Rápidamente me di cuenta de que era ella. Se puso verde el semáforo. Cruzamos. La miré de reojo. Me pilló mirándola y apartó la cara. No parecía estar de muy buen humor. ¿Debía haberme girado para gritarme ‘¡Mila, eres lo más!’? Tal vez. No lo hice. Mierda.

13. He abandonado este blog durante un mes. Repito. Ni en Navidad encontré el momento para hacer mi tradicional listado de propósitos para el año nuevo. No quiere decir que no lo haga ahora. La inmediatez está sobrevalorada. Cada uno que haga lo que le apetezca.

14. Me he adentrado en el mundo de los ‘stories’ de instagram tras haberme prometido a mí mismo que no lo iba a hacer. Comencé probando si podía subir desnudos sin que nadie los denunciase y comprobé, en cosa de una hora, que no, que la censura está en todos lados. Desde entonces, los cubro con esas caritas sonrojadas que todos odiáis tanto. La culpa no es mía. Es de los demás.

15. He desatendido muchos mensajes que descansan, aletargados, en mis bandejas de entrada. Voy a ponerme con ello. Disculpen esta nueva ausencia. Vuelvo pronto. Antes de que se den cuenta… ¡De verdad!

 


El drama del día

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España se ha vuelto loca con el tongo de Eurovisión. Es el drama del día. No importa el tema, no importa el momento, no importan ni siquiera los protagonistas. Necesitamos algo sobre lo que hablar -en redes sociales, que por la calle la cosa cambia-, un estandarte para abanderarnos, una excusa para dejar claro que aquí hay que tomar posición. No valen las medias tintas, pese a que luego nos pasamos el resto del día afirmando que cada uno debe actuar en libertad. Hoy le ha tocado al festival de la canción -como si a alguien le importase-, mañana puede ser cualquier otro asunto. ‘¿Recuerdan cuando twitter era un glorioso campo de ideas, buen rollo y amistad a distancia?’, afirman los viejos del lugar. Como si eso hubiese existido en algún momento. Como si el paso del tiempo no hiciese que dulcificásemos los recuerdos para creer que, antes, las cosas eran mejor. Los hombres eran más guapos -¡lo eran!-, las comidas más saludables y puede que incluso los penes más grandes. Sí, o escribo pene o reviento, ¿qué pasa? Ya saben la libertad individual no tiene fronteras. Ni vergüenzas.

Despertar un domingo rodeado de polémicas es, posiblemente, lo mejor que podía pasarnos. La evolución social en estado puro. Saberse acompañado sin haber sacado ni un pie fuera del nórdico. Sentir el calor de la respiración ajena, el abrazo de la opinión sesgada, las caricias del mensaje directo. Todo con una mano y una pantalla brillante. Ni bajar a la calle. Ni sonreír a los desconocidos. Luego nos quejamos de que nos deshumaniza, ¡pero qué calentito se está en el sofá! Renunciar a la manta es ya un acto de fe. Los que nacimos sin saber qué era eso del ciberespacio sentimos como algo se va marchitando poco a poco. Mi mundo en desaparición. La culpa es nuestra, no se olviden. Le cogimos muy rápido el gusto a los avances y nos olvidamos de prestar un poco más de atención a los que estaban llegando. De haberlo hecho, nos encontraríamos con otras cosas. ¿Mejores? Seguramente. La ventaja de fabular, que todo sabe siempre mejor cuando no existe. ¿Se han dado cuenta de que he escrito pene en el párrafo anterior? Lo repito por si hay alguien leyendo en diagonal.

Cada vez que acudo a la red social del pajarito para decir que se nos ha ido de las manos un tema y ya deberíamos dejarlo descansar -¡por favor, respetemos los ritmos de internet!-, alguien me comenta, raudo y veloz, que hay veces que yo insisto en otros temas y ellos no dicen nada al respecto. ¡Cómo si yo les tapase la boca virtual para que no opinasen! Twitter se ha convertido en un espacio donde lanzar nuestra opinión aunque a nadie le interese -hacerlo en voz alta es mucho más arriesgado-, mear contra el viento, meterse en lodazales y quejarse. Fundamentalmente, quejarse. Twittear sobre el bochorno que nos provoca la política ejerce un sentimiento liberador que nos hace sentir mejores. En realidad, no estamos haciendo nada por cambiar la situación, pero, oiga, que yo eso lo dije en twitter. Lo mismo ocurre cuando vemos un ‘Salvados’ o visionamos un documental sobre un situación problemática a través de Netflix. Podríamos haber optado por ‘GH VIP’ y no lo hemos hecho, ergo, somos mejores personas que la media. Así funciona el cerebro humano. Así funcionan las redes sociales. Así funcionan los penes. Ah, no, que ahora no toca.

Hablar de todo esto mientras un jovenzuelo en ropa interior ilustra la cabecera del texto es arriesgado. Incluso temerario. Lo descalifica todo antes de empezar. No iba a quedarme yo libre de contradicciones. Diría que lo hago por un mero aspecto comercial, sabedor de que nadie pincha en los enlaces que no llevan un reclamo sexual en forma de imagen. Algo que, como todo el mundo conoce, no puede ser más verdad. Pero la realidad es que lo hago porque me gusta. Podría frenarme y optar por cosas que no fuesen tan obvias, tan marca de la casa -dense una vuelta por mi instagram-. También sería mucho más aburrido. Piensen que los hago por ustedes, queridos lectores. Para que se entretengan, se exciten y, si no les gusta, se quejen. Ay, la queja, qué mal recibida es pero qué bien sienta la jodía. ¿He dicho pene? Venga, va, me callo.


La fama latente

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Me encontraba anoche en una bonita celebración cuando saltó el nombre. El mismo que salta en casi todas las reuniones, y eso que, a estas alturas, es un nombre que interesa más bien poco. Rápidamente, se concentró un reducido círculo -tampoco exageremos lo que no es- para narrar sus propias aventuras y, sobre todo, desventuras, con el susodicho. Nada le hubiese gustado más que saber, claro, que había alguien hablando de él a esas horas de la noche. ¡Cómo es el ego! Pero no, la cosa no llegó a mayores. No es la primera vez que me encuentro en una situación parecida y con el mismo nombre. La fascinación del misterio, la hermandad del dolor común. ¿Quién no ha pasado por algo parecido en alguna ocasión? Pura naturaleza humana. Y no, no insistan, no revelaré el nombre. Podría ser cualquiera. Incluso ese que están pensando. ¡Qué importa!

Más allá de las trascendencias momentáneas, divertidísimas cuando uno lleva varias cervezas de más, sí me quedó un run-run -¡un besi Ada Colau!- que ha despertado otra vez conmigo. La fama latente. El qué dicen de nosotros cuando no estamos presentes. Lo que nos precede incluso cuando no vamos ni a asistir. Algo imposible de controlar pero a lo que deberíamos prestar mucha atención. ¿Qué opinará la gente del hombre confuso cuando creen que no ando cerca? Curiosidad malsana, lo sé. En realidad, siempre es mejor no saberlo. Cruzar los dedos y actuar en consecuencia. Tratar de evitar ser recordado como ese autor que suplica en privado por una mísera reseña y desaparece en cuanto ve que no va a conseguir nada jugoso. Como esa estrella virtual en decadencia -por mucho que sea un concepto más que atractivo- que se sirve de sus conocidos para desecharlos a los pocos meses. ‘¡Cómo no lo vieron venir!’. Ay, las veces que hemos sido nosotros los crédulos…

Anoche, en pleno fulgor de la celebración, le toqué el hombro a un conocido -a traición, lo reconozco- y me presenté. Es algo que hago pocas veces, pero uno tiene que arriesgarse a sí mismo. El pobre, en pleno shock por la sorpresa -juego con mucha ventaja, lo reconozco-, me confesó que había hablado muchas veces de mí con amigos y que siempre se habían preguntado cómo era capaz de escribir tanto. Nada que no pueda hacer cualquier persona con un portátil y necesidad económica, ya lo adelanto. Con todo, que esa sea la fama que permanece, me tranquiliza. Claro que habrá otras, esas que no pueden contarse delante del interesado, pero no es un mal comienzo. A todos nos gustaría ser invisibles por un día para colarnos en el vestuario de los chicos -o de las chicas, cada uno que haga lo que quiera-. Tantos siglos y seguimos cayendo en la curiosidad. Qué poco evolucionamos. Y qué mal.


Él no tiene pistola pero dispara

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Últimamente, pienso mucho en disfrutar. Más bien, en la necesidad de hacerlo. Es algo que me cuesta. Lo reconozco. Tiendo a verlo todo más bien oscuro. Sufro de más, me anticipo en lo que puede venir -siempre para mal, claro- y me arrodillo con demasiada frecuencia ante el miedo. Uno tampoco muy real, por suerte. Y lucho. Lucho contra mí mismo y contra ese tormento que poco a poco me colapsa. Sé que no debería caer en ello, pero me cuesta evitarlo. En cuando siento la flaqueza cerca, acabo cayendo. Sin duda, la peor actitud frente a la vida. ‘Frente a la vida’. ¡Tiramos tanto de frases hechas! Como si ella y nosotros fuésemos cosas distintas. Hablamos de luchar -yo acabo de hacerlo- sin darnos cuenta de que, entonces, hay gente que pierde. Gente que no merece quedar en el recuerdo como los vencidos. Menos mal que ya se atreve alguien a escribirlo. Alguien con autoridad, que quede claro.

Mi inicio de año ha sido complicado. Una montaña rusa de emociones. Desestabilidad anímica y situacional que ha provocado un torbellino confuso. Nunca mejor dicho. Perder el anclaje ha hecho que todo se precipite. Que mi manía de tenerlo todo controlado se desboque. Y yo con ella. Rendirse ante las inseguridades es un tormento que adelgaza. La alarma que uno siente cuando busca en spotify canciones de La buena vida. Mi señuelo personal. Cada uno tendrá el suyo. He sufrido durante semanas. He hecho sufrir mucho. Todo por no saber frenar. Me arrepiento. Ojalá no tener que hacerlo. ‘No soy yo, son las consecuencias de haber nacido en verano’. Nada como echarle la culpa a un hecho circunstancial. Algo que también me ronda más de lo que quisiera. Soy un dechado de virtudes, ¿no lo ven? Luego se preguntan por mí en las reuniones. ¿A quién le interesará la presencia de alguien capaz de escribir algo tan tristón un domingo por la mañana? Si es que no tengo remedio…


12 mujeres escritoras por 12 mujeres lectoras

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Donna Tartt by Beowulf SheehanLos hombres nos apropiamos de todo. A veces queriendo -muchas-, otras sin ni siquiera darnos cuenta. Nos han programado para que así sea. Arrebatar el foco. Creer que tenemos derecho a hacerlo, que es peor. Olvidamos que hay luchas que no nos pertenecen. Debemos estar ahí, sí. Levantarnos del sofá, soltar el móvil y empujar. Sin perder de vista que no somos los protagonistas. El día del hombre que reivindica el día de la mujer. Así con todo. Mírenme a mí. Un hombre -confuso- acaparando el espacio que no debería ser mío. Si es que no escarmentamos…

Siguiendo una tradición ya arraigada en este blog, volvemos a recomendar lecturas. ¿Acaso hay algo mejor? Tal vez comer queso, pero poco más. Esta vez he recurrido a doce mujeres a las que admiro y venero para que sean ellas las que hablen de libros escritos por mujeres. Novelas, ensayos, cuentos, lo que más les apetezca. Reconozco que me he quedado con las ganas de ampliar las invitaciones. Se me han quedado demasiadas en el tintero y me da rabia. Tampoco hay que abusar de las peticiones, que, luego, se vuelven en contra. Disfruten del día. Salgan a la calle y reivindiquen. Luchen y lean. La revolución será feminista o no será.

Valeria Vegas (click)
‘Carne apaleada’ de Inés Palou. Es autobiográfica y narra las amarguras de una cárcel de mujeres en plena dictadura franquista, donde la autora fue a parar por delito de estafa. Es a su vez la historia de varias reclusas, que tuvo incluso una adaptación para el cine. La autora se suicidó en las vías de un tren poco después de presentar dicha novela al Premio Planeta.

Anastasia Bengoechea (click)
Recomiendo el libro ‘Zonas Húmedas’ de Charlotte Roche. Me gustan las mujeres fuertes y un poco salvajes y este libro es tan bestia que en su día me dejó alucinada. El libro cuenta la sexualidad de una adolescente bastante peculiar y en algunos momentos llega a unos niveles de perversión tan obscenos que pueden llegar resultar repugnantes y difíciles de digerir para estómagos sensibles.

Diana Aller (click)
Ah, pues mira, hay mil que me gusten, pero justo ayer me acordé de uno que me gusta releer de vez en cuando. Se trata de un libro de Lucía Etxebarria, que no es novela. Es un ensayito muy ameno. En realidad son dos en un solo libro: ‘La Eva futura’ sobre mujeres y el que me encandila y camela fuertemente; ‘La letra futura’ que trata de literatura, el negocio editorial y el oficio de escribiente. Es sublime… Además Lucía Etxebarria es de las que ha pagado un peaje extremo por ser mujer, y eso me hace admirarla más. Si fuera un tío, sería un genio incomprendido, una figura poliédrica y extravagante en la cultura española. Pero al ser una mujer, su imagen es la de una inestable que escribe bien.

Emilia Landaluce (click)
‘Maneras de no hacer nada’ de MarÌa Vela Zanetti. Solo se me ocurre decir que se trata de un libro luminoso y preciso al que no le sobra ni le falta una palabra.

Pilar Eyre (click)
‘Buenos días tristeza’, de Françoise Sagan, un libro inocente y perverso a la vez, que le abrió a aquella niña que era yo un nuevo mundo lleno de deseos y anhelos confusos y distintos

Ángeles Caballero (click)
‘Manual para mujeres de la limpieza’, de Lucía Berlin y ‘La lección de anatomía’, de Marta Sanz. Por ser mujeres que no conozco cuyos libros parecen la historia de mi vida. Porque te agarran el estómago sin necesidad de lágrima fácil ni tono paternalista. Porque ya el almíbar lo ponemos nosotras cómo y cuándo queramos.

Mònica Escudero (click)
‘Cómo ser mujer’. Me gusta Caitlin Moran porque lleva el feminismo al pub. Es divertida, mal hablada, fresca y usa expresiones que incluso traducidas hacen que te mees de risa. Que te mees, sí. Me iría con ella tanto a un club de lectura de Jane Austen como a una competición de beber tequila, ¿se puede molar más? Lo dudo.

Raquel Piñeiro (click)
Supongo que alguien más lo mencionará, pero… ‘Cómo ser mujer’ de Caitlin Moran, porque en las diatribas con la depilación, el aborto y la vida laboral de una inglesa muy autoconsciente de pertenecer a la clase baja podemos encontrar una de las lecturas más desopilantes e inspiradoras de nuestra vida

Rebeca Suárez (click)
Me vuelve loca que me expliquen cosas, así que suelo devorar ensayos y memorias de mujeres brillantes. Pero reconozco que la buena ficción tiene una capacidad de agarrarte por dentro que me enamora. Y eso es lo que me pasó cuando leí ‘Nora’ de Irati Jiménez, un cuento lleno de cuentos, plagado de fotos, y voces, y magia. Maravilloso

Marta Jaenes (click)
Si hay un libro que siempre está en mi mesilla de noche es ‘Teoría King Kong’ de Virginie Despentes. Diría incluso que, dada mi tendencia a dormir de lado, es lo primero que veo muchas mañanas cuando abro los ojos. Ahí, de frente, bien cerca para tener siempre a mano lo que una de las voces feministas más transgresoras del momento tiene que contarme. Escrito a camino entre el ensayo y la autobiografía es considerado por muchos como el manifiesto del nuevo feminismo punk. Alejada de lo políticamente correcto, Despentes aborda temas como la feminidad, la maternidad y el rol de hombres y mujeres en la sociedad. Pero también indaga, sin pelos en la lengua, en otros temas más controvertidos como la prostitución, el porno o la violación desde una perspectiva que, se comparta o no, invita a hacerse preguntas. Despentes ya lo advierte desde la primera página: ni se disculpa de nada, ni viene a quejarse. La revolución feminista ha comenzado.

Beatriz Miranda (click)
Mira, a mí me encanta Amelie Nothomb. Hace literatura sin género (estoy en contra de la literatura de género); podría ser escrita por un hombre o por una mujer. Tiene unas ocurrencias y una imaginación tan brutal, que los libros de esta escritora francesa siempre me atrapan. Mi libro suyo favorito se llama ‘Higiene del asesino’, es una breve locura que te engancha hasta el final. También me encanta Dolores Redondo, su trilogía del Baztán es altamente recomendable

Raquel Peláez (click)
‘Querido Scott, Querida Zelda: las cartas de amor entre Zelda y F. Scott Fitzgerald’. El título del libro es engañoso. Para empezar no son cartas de amor. Para seguir, las cartas son mayoritariamente de ella a él (y no viceversa). Para terminar, aunque aparentemente se trate de una recopilación de la correspondencia entre estos dos mitos de la literatura, la sensación con la que se queda el lector es la de haber hecho un viaje al centro de la psique de Zelda, una pobre mujer a la que encerraron en un manicomio por una conducta exactamente igual a la de su marido. La diferencia es que ella tenía vulva.

En la imagen, la gran Donna Tartt.


Y yo que quería ser escritor…

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Yo no tuve una infancia triste. Tampoco la pasé entre libros. Sí leí, claro. Veranos rodeado de montañas de novelas para mitigar ese empeño -ahora entendido- de trasladar el hogar a un destino menos caluroso. Por suerte, tampoco demasiado lejano. No fui un niño solitario. Ni triste. Ni inventé amigos imaginarios. Ni les llamé en alto con las ventanas abiertas para que los demás supiesen que existían. No saqué malas notas. No fui mal estudiante. De hecho, fui uno bastante bueno. Escribía, sí, pero tal como hacía otras cosas. No encajé con algunos, con los que se entregaban al deporte -qué horror-. Sí lo hice con otros. Me lo pasé bien, vamos. Disfruté. Igual que continúe haciendo cuando ya no era tan niño. He sufrido por chorradas. También por otras cosas que no lo eran tanto. Me he percatado de ser más fuerte de lo que pensaba. Y mucho más débil. No paro a la gente por la calle para que me cuenten sus peculiares existencias. No me dejo llevar por el viento a la espera de nuevas experiencias. Ni lo hago, ni lo intento. No soy una persona solitaria, aunque fantaseo con serlo. Tampoco vivo preso de una sociabilidad enfermiza. No frecuento fiestas, eventos, ni conciertos. No los echo de menos. Me gusta tener mi casa ordenada. Más de lo que debería estarlo. Trabajo sin descanso por el bien de mis facturas. Trato de ser simpático. No siempre lo consigo -¿acaso alguien lo hace?-. No cuento con una corte de admiradores. Tampoco de detractores. No alecciono desde mi altavoz, ni consigo trending topics con el arte de mi prosa. Consigo euros, que bastante me cuesta. Me gusta la televisión, se me olvida regar las plantas y trabajo, a ratos, en una revista del corazón. No fumo, no trasnocho y tampoco me alimento de cerveza. Ay, yo que quería ser escritor… Qué mal camino he elegido.


No entiendo los stories

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No entiendo los stories. Algunos sí, lo reconozco, pero otros se me escapan. No entiendo los discursos eternos, los bailecitos de cabeza, ni los playbacks en discotecas. No entiendo la necesidad de grabarse andando por la calle, moviendo la melena o viajando en taxi. No entiendo las panorámicas de reuniones de amigos, de cenas en comandita y  excursiones a la montaña. Tampoco es que vea muchas excursiones, la verdad. No entiendo los directos ni los diarios locutados durante varios minutos. No entiendo los vídeos recién despertado. No entiendo los boomerangs en el espejo, ni las dominadas, ni el ‘gym para mí solito’. No entiendo la obsesión con la comida, ni con los gatetes. Bueno, lo de los gatetes sí lo entiendo. No entiendo qué coño hago yo perdiendo el tiempo. No entiendo el egocentrismo desmesurado a que nos empujan las redes sociales. Y lo digo yo, aquí, hablando de mí, en un blog que se llama como yo. No me entiendo ni a mí.

En la imagen, Charlie by Matthew Zink 2017 Spring collection.



B

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DED

Hay cambios que cuestan más de lo que pensabas. Creías que ibas a ser fuerte, decidido, arrojado, pero te descubres temeroso, preocupado, demasiado consciente de tu situación. Una que querías pero que termina pesándote. No podías saberlo de antemano. Y de haberlo sabido, posiblemente, hubieses hecho lo mismo. No son momentos para temblores, aunque yo, al menos, los sienta como propios. Hay viajes que son como los cambios. Subes al tren sin saber qué pasará. Escuchas música, te quejas de la compañía, cargas maletas, comes sandwiches aplastados y crees que será un trayecto como otro cualquiera. Uno de tantos a los que ya te has acostumbrado. Cosa de los cambios. Pero el destino sabe que no será así. Y tú, en el fondo, también.

Este mediodía he cogido un tren. He hecho todo lo que antes he mencionado. Y lo he hecho con cierto peso. Las horas se me han hecho largas. El asiento, incómodo. Y la espera, eterna. Es el mismo trayecto de siempre. Ya debería sabérmelo de memoria. Pero algo lo hacía diferente. El destino, o lo que sea que flota a nuestro alrededor, hacía días que me lo venía advirtiendo y yo, yo no estaba por la labor de hacerle caso. Al menos, no de manera consciente. Lo que pretendía ser el comienzo de unos días de desconexión, de lecturas y folios, han terminado convertidos en un duro golpe. Uno que me estaba esperando. Uno que debía tocarme a mí. Lo sé. No hace falta que nadie me lo diga. Debía ser yo. En el fondo, me alegro de haberlo sido. Hay cambios que cuestan demasiado. Tanto que tan solo un temblor consigue volver a ponerlos en perspectiva.

Siempre presumo de la poca necesidad que tengo de escribir. Me intento convencer a mí mismo de que esto es algo que hago cuando quiero, que nada me empuja a sentarme delante del teclado. Me miento, claro. Hoy sí he sentido esa necesidad. Venir aquí, a mi espacio, y desahogarme. Poco me importa que no lo lea nadie, o que nadie entienda nada, o que a nadie le interese. Es mi casa. Y en mi casa, lloro cuando quiero. B se ha ido. Se ha esperado a estar solo. A que yo también estuviese solo. Nos tocaba a los dos. Y sé que me ha dicho, joder, disfruta. Y sé que tengo que hacerle caso. No ha sido un buen año. No se lo he puesto fácil. Prometo hacerlo a partir de ahora. Te lo prometo.

Dice Diana que me expongo mucho y que no soy muy consciente. Siempre acierta, la tía. El final del viaje debía terminar aquí. Con este texto. En este blog. Ahora es cuestión de tiempo. Algún día este dolor te será útil. Me será, aunque no sé si útil. Si alguien ha llegado hasta aquí, que no se preocupe. Lo he escrito para mí. Todo lo demás son meras consecuencias. Vestigios de la tristeza.


Y creíamos que la literatura estaba a salvo de influencers…

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¡Pensábamos que la literatura iba a salvarse! A ilusos no nos gana nadie. La sacralidad del acto de la escritura. La soledad, la constancia, los sentimientos volcados sobre la pantalla -qué cursilería-. ¿Quién iba a querer pasar por eso sin la pulsión de necesitar contar algo? Aunque sea a uno mismo -casi siempre es a uno mismo-. Pero nos equivocamos. La banalización no entiende de fronteras. Tampoco de profesiones. Tardaron más, sí, pero llegaron. En cuanto nos dimos cuenta, esto se nos había llenado de influencers. Ya no aspirantes de bestsellers -que hay que tener cojones- con un pasado twittero, instagramer, absurdo, y una editorial con ganas de gastar papel y llenar estanterías. No, ese ha sido el problema menor. Siempre se han impreso chorradas. No hemos descubierto la rueda. Ahora tendrán su canal de youtube, pero antes hacían lo propio en otros medios. Basta echar un vistazo a una librería de viejo. Expresión, por otro lado, que no me puede gustar más. Pero, al grano.

Los influencers se nos han colado en la literatura. Sacan toda su artillería aprendida a golpe de instagram, de ‘it-lo que sea’, de reportajes en televisión mil y una vez contados, y la aplican sin despeinarse. O tardando mucho rato en parecer despeinados. Quién sabe. Ofrecen promociones, escenifican el proceso de creación -¡hablan de proceso de creación!- y acumulan likes por ello. Justo lo que necesitaba la literatura, por si no estaba suficientemente banalizada, por si cobrar un euro -con suerte- de los más de veinte que vale una novela nueva no fuese bastante penitencia. ‘Total, ¿no es una necesidad vital, un grito que llevas dentro? ¡Pesetero!’. Si algo nos ha demostrado la burbuja de medios virtuales -explota, explótame, expló- es que escribir no vale nada. Nada. Ya no solo por los irrisorios precios que se pagan por ello, sino por la espeluznante calidad literaria de lo que leemos diariamente.

Nos hemos acostumbrado al golpe en el pecho del periodista. Del mediático, al menos, que los que teclean en las redacciones solo cruzan los dedos ante los recortes y los eres. En minúscula y en mayúscula. No les falta razón, aunque sí visión. ¿Cómo te van a querer los demás si no te quieres a ti mismo? Hablar de escribir y leer. Puede que no haya nada más desfasado. Puede que no haya nada menos millennial. ¿Se acuerdan cuando en este blog aparecían lectores nudistas? A ver si la banalización de la lectura también descansa sobre mis hombros. Hay que joderse. Menos libros y más penes. Debería escribir un post con este título. Éxito asegurado. Yo también puede ser influencer si quiero. Influencer de la vida.


El miedo a opinar

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Escribir de obviedades, de lo que está pasando, de lo que todo el mundo habla. Y peor, sin que nadie te lo haya pedido. No hay nada más hijo de su tiempo. De este que nos aterroriza. Me escribía anoche con una gran amiga, una que no hace tanto que conozco pero a la que venero y respeto hasta límites insospechados -ella dirá que no, se sonrojará, pero yo le pasaré el enlace para que lo lea-. Me comentaba que tiene arrebatos constantes de bajarse del carro de las redes sociales. De twitter, exactamente. Demasiado odio, demasiados insultos, demasiadas afrentas nacidas de la podredumbre. Abrir su cuenta diariamente es un suplicio. No lo explicó así, pero era evidente. Deslizar el dedo tembloroso por la pantalla paseando la vista por amenazas y menosprecios. Recién despertada. Con la mente adormilada y la legaña puesta. ¿Quién puede soportar un martirio así? Nadie, deberíamos responder.

Hemos dejado que el linchamiento se convierta en nuestra bandera. En lo que nos define en 2017. Un linchamiento que creemos inofensivo. Vertemos basura creyendo que nadie la va a leer. O peor, que la hará en su casa y que, posiblemente, se lo tenga merecido. Y seguimos viviendo tan tranquilos. Nos escupen por la calle -una virtual- y no se nos remueve nada por dentro. Es nuestro derecho. Hemos venido aquí a escupir. Tú sabrás lo que has hecho. Y límpiate, que ahora vienen más. Nos creemos justicieros. Pensamos que estamos haciendo algo bien, como quien se sienta a ver un documental y considera que ya ha cumplido con su deber con el mundo. No, tu culo seguía sentado en el cómodo sillón. No lo olvides. Ay, olvidar… Así sobrevivimos. Sacamos la antorcha sabiendo que la llama durará un día. Mañana tendremos otro objetivo. Otra hoguera que prender.

Vivimos con miedo a opinar y, a la vez, opinamos con más vehemencia que nunca. Medimos con precisión nuestras palabras, no sea que demos un traspiés que nos coloque en el disparadero. Así hemos construido el reino del terror. No ha tenido que venir nadie a imponérnoslo. Ya nos lo hacemos nosotros solitos, gracias -le robo la idea a Juan Soto Ivars, que conste-. Ni siquiera una mujer curtida en mil y una batallas, una profesional de la pregunta y la repregunta -el mundo no nació en La Sexta-, una superviviente de la crónica social y también de la real, es capaz de lidiar con este nivel de rencor. Y lo entiendo. No hemos llegado hasta aquí para esto. Esta losa que se la cargue otro. ¿Quién? Ojalá saberlo.

La tentación de abandonar nos acaricia a más de uno. Incluso a los que no vivimos con ese yugo al cuello. Incluso los que lo hacen e imagino que hasta lo disfrutan. Cerrarlo todo, abrir el libro de la mesilla y escuchar a María del Mar Bonet. Porque cada uno es, y será, lo que lee, lo que ha leído, lo que escucha y lo que ha escuchado. Y en mi casa se escuchaba L’àguila negraun bon dia, o potser una nit…-. Porque ahora todos hemos vivido a los pechos de Bowie y los Ramones. Por suerte, la realidad siempre va por otro lado. Una realidad que ahora nos constriñe. Espero que no sea para siempre. En nuestra mano está. ¿No repito demasiado esta frase? Seguramente. En fin.


Pegajoso

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Escribo esto sentado en la cama. Con el portátil exhalando, los cascos puestos y un sentimiento de culpabilidad al que ya estoy más que acostumbrado. El murmullo de los aparatos de aire zumbando a través de la ventana, una botella de agua que estuvo fría en algún momento y el último libro de Raúl Portero en la mesilla. Debería haberlo empezado. También debería estar durmiendo. Me sudan las piernas y te echo de menos. Más lo segundo que lo primero. Odio el verano pero me lo callo. Solo lo escribo. Total, esto no lo lee nadie. La sensación de felicidad impuesta por los rayos de sol no va conmigo. Tampoco contigo. Eso me gusta. Igual tengo algo de culpa. Igual te has solidarizado conmigo. Haces muchas cosas creyendo que no me doy cuenta. Pero lo veo, aunque luego te diga que no. No miento. Solo es posverdad.

No he empezado este no-verano con buen pie. Espero terminarlo mejor. No es complicado el reto, la verdad. Pienso poner mucho de mi parte. Cambiarme la camiseta sudada y salir a pecho descubierto -si esto no es digno de una columna, que baje Umbral y lo vea-. Siempre he vivido el calor con resignación furiosa. Me ha molestado todo y así lo he hecho saber. Aunque nadie me lo pidiese. Aunque nadie lo quisiese. Con el tiempo, he aprendido a no hacerlo. O a intentarlo. Gracias a ti, que yo tiendo a la poca voluntad para ciertas cosas. Reconozco que a veces se me descontrola. Entro en bucle y no consigo ver nada más allá de ese vapor gaseoso que desprende el tórrido asfalto. Serán los malos humos. Los del asfalto, que los míos ya los llevaba de serie. ¿No tendrá Shakira una canción sobre los males del verano? Si ella puede cantarlo, no pueden ser tan malos.

Agonizo bajo la ola de calor. Esa que tanto llevaban esperando los amantes del tirante y la manga corta. Calima asfixiante que arrasa los pulmones. Algún propósito debe tener. Espero poder encontrarlo pronto. Ya llevo unas cuántas décadas intentándolo. Será que soy torpe. Sudores chorreando por la espalda, nucas requemadas, entrepiernas empapadas y no por lujuria. El mundo se vuelve pegajoso. Y tal vez es el momento de hacerlo nosotros también. La sinceridad, con calor, es menos ofensiva. Las palabras se diluyen en los grados. Las miradas se esconden detrás de las gafas de sol. Todo cuesta menos. Igual también duele menos. No sé. Igual.


Que la realidad no te arruine un tweet

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Es el pan de cada día para los que poblamos el mundo de los 140 caracteres. El reino de la información sesgada a consciencia. Que nada nos perturbe nuestra opinión ya formada de antemano -el día que alguien descubra que uno, como el viento, puede cambiar de parecer, ese día…-. Tan solo leemos lo que queremos leer y arremetemos contra aquello que nos contradiga, por mucho que pueda tener razón. Algo parecido a lo que deben sentir los políticos siempre rodeados de aplausos. Una realidad construida a la mayor gloria de su ego. ¿Para qué bajar del pedestal si allí arriba se está mucho mejor? Y encima, con ola de calor. Esto no hay quién no soporte.

Ayer compartía servidor de ustedes un reportaje publicado en un periódico de gran difusión. Bueno, corrijo. Ayer servidor compartía la mitad de dicho reportaje, pues en su versión web -e imagino que en el papel- aparecía dividido en dos. Uno, que tira al monte, se apresuró a leer primero aquella mitad donde aparecía un no solo amigo, sino también una de las personas más cabales que conozco. Llámenme lo que quieran, no me importa. Podría haber compartido ambas partes pero no lo hice. Tampoco pasa nada. No soy un mero altavoz. A las pocas horas, apareció una usuaria para afear el contenido de dicho artículo, sin tener en cuenta que lo que ella buscaba se encontraba en la otra mitad, aquella que no compartí. Presto me dispuse a hacerle llegar este enlace. Doce horas después sigo esperando.

¿Tanto costaba haber reconocido el traspiés? ¿Tan hercúlea era la tarea? ¿Tan vergonzoso el sacrificio? Nadie tiene la obligación de conocer todo lo que pulula por las redes virtuales al minuto. Ni siquiera cuando, como en este caso, había sido uno de los temas del día. La necesidad de inmediatez quema demasiados cartuchos. No seré yo quién la defienda. Pero, ¿y si dar marcha atrás desvirtualiza el discurso? ¿Y si reconocer lo evidente destroza el objetivo? Que la realidad no te arruine un tweet. Resulta mucho más gratuito y efectista señalar con el dedo y dejar que las hordas campen a sus anchas, sin pensar si aquello que señalamos era, de verdad, tan pernicioso. Lo dicho, el pan nuestro de cada día.

Con todo, no pierdo la esperanza. Tampoco vamos a exigir ahora inmediatez en las respuestas. Puede que me equivoque y, al final, todo sea una cuestión de tiempo. Ojalá todo sea, siempre cuestión de tiempo. Incluso hablando de twitter…


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